Hoy algunos de los despistados que visitaban la Casa de América en Madrid debieron pensar que una estrella de rock tenía un encuentro con sus fans. No andaban desencaminados. La masiva convocatoria, todo el anfiteatro lleno, lo había conseguido el último Premio Nobel latinoamericano vivo. Mario Vargas Llosa, imponente a sus 83 años, se presentaba ante decenas de periodistas para hablar, durante hora y media, de Tiempos recios, su última novela. Después llegaron las entrevistas personales, donde abruma con su discurso abundante y su risa fácil. “Un libro no se termina del todo hasta que no está en manos de la gente y te preguntan por él”, sonríe satisfecho.
Una frase de un verso de Santa Teresa da nombre a este nuevo libro, donde el peruano vuelve al territorio de la aclamada Fiesta del chivo para reconstruir el golpe militar perpetrado por Carlos Castillo Armas y auspiciado por EE UU a través de la CIA. El objetivo, derrocar al gobierno de Jacobo Árbenz en Guatemala. Una conspiración basada en una mentira que pasó por verdad.
La acusación por parte del Gobierno de Eisenhower de que Árbenz alentaba la entrada del comunismo soviético en plena Guerra Fría. “En la caída de Árbenz se utilizaron las fake news. Parece que las hemos descubierto ahora, como si fueran algo nuevo, pero no es así. Las informaciones mentirosas jugaron entonces un papel absolutamente primordial. Se publicaba que Guatemala era un satélite soviético, y era falso. Es más, no tenía relaciones con ningún país socialista. Toda esta creación artificial fue hecha por un publicista extraordinario que se llamaba Edward L. Bernays. Estaba convencido de que la propaganda, la publicidad, sería el arma fundamental tanto de las democracias como de las dictaduras en el siglo XX. Y no le faltaba razón”.
Matiza una y otra vez que Tiempos recios,Tiempos recios es una novela. No un libro de historia. Aunque le gustaría que sirviera para revalorizar la imagen de un político que fue víctima de una calumnia. ”A Jacobo Árbenz se le maltrató, se le traicionó desde todos los frentes. Y su vida personal fue muy trágica. Vivió en el exilio como un fantasma, se suicidaron sus hijos, él mismo se alcoholizó y murió ahogado en una bañera en México. Así acabó un hombre genuinamente democrático, que trató de convertir Guatemala, que vivía casi en una era feudal, en un país moderno, en un país operativo. Pesa una gran injusticia sobre él”.
P. En Tiempos recios rescata la figura de uno de los personajes más crueles que nos ha dado. Lo conocimos en La fiesta del Chivo, y nos volvemos a encontrar con él. Me refiero a Johnny Abbes García.
R. La literatura no suele exaltar a las figuras buenas, generosas, positivas. Al contrario, le suelen gustar los perversos y en el caso de América Latina hemos tenido personajes como Abbes García, de una enorme crueldad. Los crímenes que cometió en República Dominicana, mientras fue jefe de la Inteligencia con Trujillo, fueron realmente enormes. Tanto que algunas de aquellas historias no pude incluirlas en la novela porque no hubieran sido creíbles. Eran demasiado duras y perversas. El lector las habría rechazado.
Además de crear ficciones memorables, a don Mario le gusta estar involucrado en su tiempo, en las ideas. Se multiplica en sus viajes y en actos sociales y desprende una intensa vitalidad. Es el último gran representante que queda en América Latina del escritor como figura pública, ética y moral, como lo fue en su día Octavio Paz o Carlos Fuentes. ”Los escritores deben intervenir en la vida social, en la vida política, creo que como escritor tengo una responsabilidad y trato de ponerla en práctica. Prefiero al escritor comprometido, al escritor que asume su tiempo, porque si no su literatura se convierte en una especie de juego sin raíces”.
P. Vivimos tiempos de la banalización de la cultura, las ideas son menos importantes que las imágenes. ¿Escribir es para usted un acto de esperanza?”
R. Absolutamente sí. Es el gran problema de nuestro tiempo. Las imágenes se difunden, llegan a todo el mundo, pero las ideas se mueven dentro de círculos que son cada vez más pequeños. Y la literatura es el gran vehículo para la difusión de las ideas. No hay cultura, hay divertimento en vez de una forma de conocimiento que no disocie la moral de la política como decía Albert Camus. Cuando la moral y la política se apartan una de otra, irremediablemente surge la violencia, la injusticia, la brutalidad. Creo que es uno de los grandes temores de hoy en día.
P. ¿Cuál es hoy el principal desafío para la democracia occidental?
R. Formar buenos lectores. Una sociedad con buenos lectores es mucho más difícil de manipular. El libro desarrolla en nosotros una actitud crítica frente al mundo que es absolutamente fundamental para que una democracia funcione de verdad. Mire... Hubiera habido más resistencia contra el nacionalismo catalán, el Brexit, que son formas anacrónicas de ver la realidad, de entender el mundo. Esas ideas se hubieran atenuado considerablemente en una sociedad con buenos lectores.
Confiesa que sigue teniendo una disciplina de hierro cada día a la hora de trabajar, y añade que no es fácil. “Cuando estoy solo, frente al papel, escribiendo, soy una persona llena de terror, de pánico, de inseguridad, y tengo que trabajar muchísimo, muchísimo, para darme esa confianza mínima”.
P. ¿No le seduce la idea de escritor retirado, encerrado en un cuarto de corcho como Proust?
R. Espero no retirarme nunca, espero morirme con la pluma en la mano. Jubilarme, retirarme, jamás. La literatura es mi vida. Si la literatura dejara de existir, para mí sería la muerte, simplemente.
Y suelta una carcajada abierta y cómplice. Me animo a preguntarle por el Nobel de Literatura… A quién se lo darán este año. No lo duda: “A Claudio Magris”.