Para quienes recuerdan la primera vez que chatearon por internet (probablemente en IRC Hispano o Terra) y hoy bailan en Tiktok con sus sobrinos, es innegable que la sociedad española ha cambiado. La tecnología nos abrió a un mundo nuevo en los 90 y los 2000, años en los que también aprendimos a disfrutar viendo a dieciséis personas encerradas en una casa o formándose en una academia musical.
El periodista madrileño Juan Sanguino analiza esas transformaciones en 'Cómo hemos cambiado'. La transformación de España a través de la cultura pop (Editorial Península), libro en el que se pregunta por el camino que nuestro país y nuestra sociedad han recorrido desde aquella teta vista y no vista en Nochevieja hasta las películas de Marvel, pasando por los primeros realities, el concierto homenaje a Miguel Ángel Blanco o la construcción del mito Belén Esteban.
'Cómo hemos cambiado' se pregunta por la evolución de la sociedad española, analizándola a través de la cultura popular. ¿Qué revelan nuestros ídolos y ficciones de lo que somos?
La cultura popular nos ayuda a darle sentido a las cosas que no lo tienen, porque construye narrativas, imágenes y referentes. Ayuda a que veamos la vida como una historia. La España de los 90 y los 2000, por ejemplo, se explica muy bien a través de su televisión: el asentamiento de la clase media anónima como protagonista del relato social (Lo que necesitas es amor, Sorpresa sorpresa, El diario de patricia), el creciente orgullo de clase obrera (Belén Esteban) o la cultura del esfuerzo, de las salidas profesionales, de la formación académica (Operación Triunfo).
OT representó a la primera generación de jóvenes a los que se les prometió que si trabajaban duro automáticamente se le abrirían todas las puertas. Incluso los grupos de pop más populares del cambio de siglo, como La oreja de Van Gogh, El canto del loco o Estopa, simbolizaban esa nueva clase media entusiasmada con su propia prosperidad. Triunfar ya no estaba al alcance de unos pocos privilegiados (casi todos los grupos de los 80 venían de buena familia), sino al alcance de todos. La España de los 90, gracias a la Expo y los Juegos Olímpicos, sentía por fin que tenía un futuro y que sus posibilidades eran infinitas. La euforia ante triunfos internacionales como la Macarena o Antonio Banderas confirmó esa sensación de que nos estábamos anexionando al primer mundo. Todos estos productos de la cultura pop construyeron ese tejido social optimista.
Desde la teta de Sabrina, donde arranca el libro, el principal cambio en España ha sido el acceso a la información: televisiones privadas, internet, redes sociales… ¿Más información equivale a mejor información?
La información, al igual que la democracia, nunca será ideal pero es la que hay. Y es tan inmensa que adquiere vida propia. Eso se observa muy bien en las redes sociales: ahora hay muchas más voces opinando y eso significa que aquellos que hasta hace pocos años estaban silenciados tienen la oportunidad de alzar la voz y ser escuchados, pero a la vez eso también implica que haya más opiniones de mierda. Pero la libertad de expresión es esencial y eso pasa por permitir todas las opiniones, las formadas y las no formadas.
Seguimos intentando aplicar la mentalidad del periodismo a internet, como si internet fuese una herramienta para la realidad sin darnos cuenta que internet es una realidad en sí misma. Y eso lleva a que los medios de comunicación, para generar tráfico, se comporten como redes sociales: de repente un periódico serio se hace eco de una supuesta polémica porque tres personas se han quejado en Twitter, o un programa de tertulias lleva a su mesa a una persona que defiende que la Tierra es plana bajo la premisa de que “es que todas las opiniones son válidas”. Eso sirve para Twitter, pero no debería servir para un medio de comunicación serio. Los medios de comunicación no deberían caer en la tentación de comportarse como una red social en la que cada opinión es válida solo porque está ahí. Para proteger la información veraz (con ideología progresista o conservadora, pero siempre formada, documentada y argumentada) los medios de comunicación necesitan ser independientes. Y para eso los lectores tienen que pagar por la información, porque si no los periódicos dependerán exclusivamente de los anunciantes.
La llegada de Messenger y Fotolog cambió la manera de relacionarnos con los demás y con nosotros mismos. ¿Cómo nos ha condicionado la construcción digital de nuestra identidad?
En mayor o menor medida, cualquiera que tenga Instagram, Twitter o Facebook vive su vida para generar contenido. O al menos la vive con un ojo puesto en qué aspectos de ella darán para buen contenido. Unos más que otros, claro, pero en el momento en que te planteas qué foto o qué texto subir (y qué dirá sobre ti, qué repercusiones podría tener, si va a gustarle a la gente) estás desvirtuando tu propia existencia. Ya no solo vives tu vida, ahora la produces y conviertes tus experiencias en una especie de producto.
Esto hace que te cuestiones a ti mismo cosas que, si no hubiera una cámara delante, ni se te pasarían por la cabeza. O que incluso hagas cosas solo porque sabes que darán buen contenido en redes. Y finalmente, corres el peligro de que tu identidad quede diluida. ¿Quién soy? ¿Mi imagen en Instagram? ¿O eso es solo artificio? ¿Y si potencio esa parte de mí que tanto le gusta a mis seguidores? ¿Hacer esto ha sido idea mía o dependo de su aprobación? Es curioso porque durante los años 80 y, sobre todo, los 90 y los 2000, los famosos se quejaban mucho de esta especie de disociación de la identidad (dónde acabo yo y empieza la persona pública, cuánto hay de verdad en ambas, cuántas cosas hago porque quiero y cuántas para alimentar esa imagen pública), pero en esta última década millones de anónimos nos hemos lanzado como locos a conseguir esa “fama”, precisamente haciendo lo que los famosos intentaban evitar por todos los medios: exhibir nuestra intimidad ante millones de desconocidos.
Algunos fenómenos que explicas en el libro difícilmente podrían darse ahora, como 'Gran Hermano' u 'Operación Triunfo.' Aparte del alcance, ¿somos menos inocentes a la hora de consumir ficciones y formatos de entretenimiento?
Yo no lo creo. Somos más cínicos en general a causa de estar más experimentados, porque ese es el devenir natural de las sociedades, pero el gran público sigue consumiendo televisión con una ingenuidad deliberada. La telerrealidad exige una suspensión de la incredulidad que el espectador hizo sin problemas y de forma automática en 2000: todos nos creímos que Ania, Ismael, Maria José Galera o Koldo eran así. Que estábamos viendo su día a día. En aquel primer Gran hermano, tanto los concursantes como el público se olvidaron de que había cámaras y eso era esencial para que funcionase el programa. Si uno de los dos bandos, espectador o concursante, hubiese tenido presente todo el tiempo la existencia de la cámara, el formato se desmoronaría. Pero somos más emocionales que intelectuales y nos implicamos porque ser cínico, autoconsciente y analítico todo el rato es agotador y arruina la diversión hedonista.
El ejemplo más reciente es 'La isla de las tentaciones', un programa sobreeditado, sobreguionizado y sobreproducido donde los concursantes saben que tienen que generar drama, conflicto y erotismo para triunfar. Nadie se sienta a verlo sin estar al corriente de todo esto. Y sin embargo ves la discusión entre Tom y Melyssa y la vives como si todo fuese espontáneo, porque las emociones son auténticas o al menos televisivamente auténticas. Y si no te interesa, no los ves. Mucha gente criticó GH y OT en su día, lo que pasa es que simplemente no lo veían. La diferencia es que ahora aquellos que detestan ciertos productos de éxito sienten la necesidad de explicárnoslo en redes sociales porque creen que no disfrutar de lo mainstream es una personalidad. Pero la inmensa mayoría de los espectadores se sientan a ver la televisión de entretenimiento armándose de ingenuidad, es el pacto tácito al que el público llegó con la tele hace muchas décadas y a nosotros nos educaron de acuerdo a ese pacto tácito. Tú enciendes la tele y te olvidas de que está producida.
¿Qué significó la llegada de los realities a nuestra relación con la fama? ¿Por qué ahora cualquiera puede comportarse como una celebrity aunque no lo sea?
Es una cuestión aspiracional. Desde los dandys británicos de finales del siglo XIX (burgueses vanidosos, presumidos, consumistas) a las flappers estadounidenses de principios del 20 (liberadas sexualmente, viviendo al día), esa figura del vividor y la vividora, el bohemio cuya única ocupación es disfrutar de su existencia, ha capturado la imaginación de la clase media trabajadora. De ahí el éxito de las revistas del corazón en los años 70, 80 y 90, que alternaban en sus páginas artistas (folclóricas, actores, presentadoras) con gente millonaria random cuyas vidas eran una sucesión de placeres. Y a efectos prácticos también eran artistas: su talento era vivir y lo hacían más y mejor que los demás.
La Veneno es un ejemplo paradigmático: no era ni artista, ni folclórica, ni modelo, ni actriz, ni humorista. Y era todas esas cosas a la vez. Lo que ocurre es que ese tipo de fama vacía –por definirla de algún modo– es muy tentadora para la masa. Parece mucho más fácil hacerse famoso por tu personalidad, tu físico o tu estilo de vida (al fin y al cabo, ya los tienes) que por tu talento, tu formación o tu trabajo (para lo cual hay que esforzarse más). Los millennials somos una generación narcisista porque nos educaron prometiéndonos un triunfo garantizado, por eso muchos están convencidos de que solo con ponerse delante de una cámara a decir lo que les pase por la cabeza ya causarán sensación. Porque son así de especiales. Todo el mundo piensa “si este YouTuber/tertuliano/influencer/Belén Esteban/La Veneno pudo, yo también puedo”.
Analizas la figura de Belén Esteban como la llegada de la clase media y popular a los medios masivos. ¿Qué papel ha jugado Esteban como síntoma de la sociedad española?
El relato de Belén Esteban se sostiene sobre dos bastiones: jamás debe llegar a una conclusión (ya que, según los cánones del cuento de hadas clásico, el único desenlace satisfactorio es que se reconcilie con Jesulín de Ubrique) y jamás debe dejar de vivir en condiciones humildes. Ella, evidentemente, está forrada, pero no veranea en las Sheychelles (y si lo hace no se entera nadie) ni se ha mudado a La moraleja. Eso la convierte en una figura más consecuente que la gran mayoría de los políticos de este país. Cada vez que leo a gente indignada con que Belén sea un ídolo pienso “¿pero, cómo no va a serlo?” Es nuestra propia Cristal, nuestro propio Falcon Crest y nuestra propia Lady Di. El culebrón que ella protagoniza, produce y escribe lleva 25 años generando tramas explosivas ininterrumpidamente. ¡25 años! Y sigue siendo, esencialmente, la misma persona que en los 90. Para bien y para mal.
Para mí el, origen del mito de Belén está en aquella entrevista de Tómbola, que empezó tímida diciendo que le daba mucha vergüenza y que no sabía qué decir y acabó gritando a cámara jaleada por el público. Ella insistía en que su madre había empeñado las joyas para pagarle el AVE para que Jesulín viera a su hija, porque él se negaba a pagárselo, y se mostraba orgullosa de que sus padres (“yo no tengo estudios, pero me pagaron un verano en Irlanda con todo su esfuerzo”, decía) tuvieran mucha más dignidad y honradez siendo humildes que los Janeiro con todas sus tierras. Era la primera vez que se veía a una mujer de clase baja presumiendo de ello, en vez de avergonzarse o intentar disimularlo, y triunfando no a pesar de su clase sino gracias a ella. Insisto: ¿Cómo no va a ser un ídolo de masas?
¿Qué elementos de la cultura popular de 2020 debería analizar un 'Cómo hemos cambiado' escrito dentro de veinte años?
Rosalía es una respuesta obvia, pero es la única posible. Ella ha cristalizado el orgullo de clase, ha convertido la cultura del parquineo en arte pop y ha demostrado que si creces escuchando a Camarón, a Beyoncé y a Daddy Yankee puedes hacer arte influido por los tres a la vez. Yo crecí en Alcorcón y jamás imaginé que el tuning sería arte algún día, pero tiene sentido. Tanta gente ha crecido en el extrarradio que lo marginal, como ocurrió con el hip hop en Estados Unidos, acaba abriéndose paso en la cultura a bocados. Y es tanto una cultura pop en sí misma que ahí tienes a una artista como Bad Gyal, que viene de buena familia, haciendo suya la iconografía poligonera.
Aparte de Rosalía, creo que si se analiza la cultura popular española de 2020 dentro de muchos años habría que reflexionar sobre la desnaturalización de lo español. 'La casa de papel', 'Élite' o la película 'Campeones' (de la que se preparan varios remakes internacionales) triunfan en todo el mundo y son motivo de orgullo nacional, pero son un orgullo principalmente para la industria. Si no sabes que 'Élite' es española podría parecerte sueca. No hay nada de la cultura española en ella, ni siquiera los pijos son pijos como se es pijo en España. Son pijos como en 'Crueles intenciones'. Y la serie funciona, es una gozada, pero su cometido es triunfar en los noventa y pico países donde hay Netflix y para ello hay que despojarla de toda identidad local.