Javier Gomá, filósofo: “Vive de tal manera que tu muerte sea tremendamente injusta”
El pensador y dramaturgo publica ‘Un hombre de cincuenta años’, edad en la que “abrimos por segunda vez el gran libro de la vida”
Analiza los sentimientos de desconsuelo, melancolía y cansancio propios de esa edad, vinculada a la muerte de los padres
Lo que queda tras los 50 es la imagen de la vida: “La vida de un hombre es la gestación de un ejemplo póstumo”
Acaba de recibir el primer pinchazo de la vacuna del covid, lo cual quiere decir que ya no cumple los 50. Algo bueno tiene esa edad, por tanto, pero no es lo único, y eso es lo que se empeña en dejarnos claro es esta trilogía teatral llamada explícitamente Un hombre de cincuenta años y que acaba de publicar Galaxia Gutenberg.
Además de letrado del Consejo de Estado y director de la Fundación Juan March, Javier Gomá (Bilbao, 1965) es uno de los filósofos más reconocidos de España, pero últimamente ha encontrado un aliado en el teatro. Y es así, de forma dramatizada, como ha querido explicarnos que los cincuenta es la edad del conocimiento de un gran secreto.
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Pregunta: Tú lo llamas “el sucio secreto”.
Respuesta: Hay tres grandes secretos en la vida. El primero son los Reyes Magos, el segundo es la sexualidad, y muchos años después, sobre los 50, está el sucio secreto. Consiste en que a esa edad suele morirse un ser mitológico, tu padre o tu madre . Los padres son las gafas con las que hemos visto el mundo. Cuando ves que uno de esos seres legendarios sufre la mayor indignidad, que es la conversión de la persona en cosa, la conversión en cadáver, descubres la fuerza de la privación, de la orfandad. Pierdes la infancia, te arrancan las primeras páginas del libro de tu vida. Lo más amado y más mítico se convierte en cadáver y sientes que eso pasará con todos los seres amados y contigo mismo. En la antigüedad, la visión del cadáver se consideraba un acto impuro. Por eso hablo del sucio secreto, que tiene tres sentimientos asociados: el desconsuelo, el cansancio y la melancolía. Pero esos sentimientos no son la última palabra.
A los 50 hay un triple sentimiento: desconsuelo, melancolía y cansancio
P: Otros lo llaman el elsíndrome de don Quijote.
R: El Quijote frisaba los cincuenta cuando empezó su aventura. Y si lo ves un poco de forma humorística, lo que decide el Quijote es lo que muchos hacen a esa edad: cambiar de trabajo y de chica. Antes no era caballero andante, no conocía a Dulcinea. A los 50 tienes la tentación de rehacer y repensar tus anteriores decisiones: “esto no puede ser todo, tiene que haber más”.
P: Pero hay aspectos positivos: Platón dice que es la edad de la sabiduría y el mando.
R: En la Grecia clásica, hay quien valora la vejez como lugar donde has adquirido experiencia y sabiduría (así ocurre en La República de Platón), pero hay otra tradición que dice que los viejos han perdido vitalidad, son desechos prescindibles (un hombre tonto de joven se hace un tonto viejo, no listo). En la modernidad, la vejez se ha visto como una edad conflictiva y expuesta a muchos riesgos, por ejemplo el del ridículo.
Lo que decide el Quijote a los 50 es lo que muchos hacen a esa edad: cambiar de trabajo y de chica
P: Retomemos: los 50 no es el final del camino. “Abres por segunda vez el gran libro de la vida”.
R: Hay una primera lectura del libro de la vida con 20-25 años. Entonces tomas bastantes decisiones. Luego a los 50 haces una segunda lectura, muy distinta. La gran diferencia es el “sucio secreto”, que ya se te ha desvelado. Te expones al riesgo de que eso te lleve al cansancio de vivir, a la falta de entusiasmo, al cinismo, al escepticismo con el mundo y la gente. Empiezas a ver “la espalda a las cosas”. Buscas fórmulas para recuperar la ingenuidad, un entusiasmo hacia algo mejor. Yo hablo de la ingenuidad aprendida: la de quien asume el desconsuelo, el cansancio y la melancolía, y pese a ello se sigue atreviendo a lo mejor.
P: Y aquí hay que poner dos pesos en la balanza: la inteligencia y la ingenuidad.
R: Tú puedes ser virtuoso, bondadoso, comprensivo y tolerante cualquiera que sea tu cultura, tu formación. “El bien es para todo el mundo; la verdad está reservada a los pocos que estudian”, dice uno de mis personajes. A cierta edad si solo eliges la inteligencia y desprecias la ingenuidad vas a tener problemas.
La vida humana es la lenta gestación del ejemplo póstumo
P: “Acuérdate de vivir”, dice el padre muerto al hijo desconsolado.
R: Tras la muerte del padre, la sensación es que la vida humana es la lenta gestación del ejemplo póstumo. Tu imagen solo se completa cuando mueres, pero tú no la ves, solo la completan quienes te sobreviven. Es una sensación muy paradójica. Piensas: “Por fin veo a mi padre, pero mi padre ya no está”. Cuando trascurre el tiempo empieza a aflorar una voz; acuérdate de vivir. No pienses tanto en el pasado y recuerda que tienes un futuro, en el que tú mismo serás la imagen de tu vida para otras personas. La diferencia es que yo puedo añadir a ese cuadro lo que yo desee para que sea una invitación a una vida digna y bella para mis hijos. Pasas de quedar aplastado por el pasado a proyectarte hacia el futuro. La máxima es: vive de tal manera que tu muerte sea tremendamente injusta. Solo si tu vida es excelente los demás van a sentir que sea escandalosa tu muerte. Pero si te mueres y no pasa nada, es que ya estabas muerto en vida. La vida de un hombre es la lenta gestación de un ejemplo póstumo.
P: El humor.
R: Es el gran relativizador. Actúa de forma saludable sobre tres grandes tendencias totalitarias. La primera es el totalitarismo político, que siempre ve con desconfianza el humor, y con frecuencia lo suprime. La segunda es el totalitarismo del ego: si le dejas, el yo es como el dictador político. El humor suaviza ese ego, sobre todo el humor a costa de uno mismo (además es bueno para la convivencia en general). El tercer totalitarismo es el de la muerte: es bastante insoportable saber que todos tus seres amados y tú os vais a morir. La seriedad de la vida es tan agonizante que sería insoportable si no la espolvoreamos con gotas de frivolidad, como decía el filósofo Max Scheler.
P: Frente al poder del humor, la inutilidad de la ambición.
R: La vida está llena de elementos aleatorios que desbaratan todos los planes. En el destino, siempre hay cosas buenas y malas. Todos tenemos a la vez buena y mala suerte. Está bastante repartida. Yo pongo el caso del rey persa Jerjes, el más poderoso de la historia. Paradójicamente, a los 50 años, a punto de conquistar Atenas, la puerta de Europa, experimenta un sentimiento de melancolía. Hasta el más afortunado, cuando piensa en la condición humana, siente melancolía: ninguna ambición le parece suficiente, porque todo está atravesado por un destino fatal. Pero para mí, insisto, no es la última palabra, porque hay cosas que merecen la pena.
P: ¿Qué cosas?
R: Para unos pocos queda la perduración a través del arte; para todo el mundo queda la perduración a través de la imagen de la vida póstuma, legar a los que te sobrevivan una imagen que sea una invitación a la vida bella y digna. Eso sí es una ambición.