Diario de un paseante: el mundo atropellado
Este mundo infeliz ha sustituido la lectura nocturna por las fotos de Instagram
El mundo va como loco, atropellado, con millones de personas que malgastan sus vidas sin pararse a reflexionar un instante, asustados de hacerlo, temerosos de que un mínimo silencio les revele el vacío existencial en que están inmersos y eso les lleve al suicidio.
Creo que era Pascal quien decía que el hombre feliz es aquel capaz de estar solo y desocupado en su habitación. Imaginen al hombre moderno en semejante situación. Necesitará irremediablemente un móvil para llenar sus horas. Si el cuarto tiene una biblioteca la mirará con suspicacia y desistirá de escoger un libro. Es probable que le aburra, o que no lo entienda, o que lo considere inútil (el utilitarismo imperante).
Es tan triste que hay seres humanos (hablo de quienes tienen garantizado el sustento) que no han echado el freno ni un momento desde su niñez. Me los imagino ahora en sus estertores finales lamentándose por una vida malgastada en ocupaciones y ocios sin sentido, pensamientos nimios y tóxicos.
Y todo porque no pararon un momento, ni propiciaron el silencio capaz de ahogar las voces diarias de tanto cretino y de aflorar una voz interior (o exterior, llamémosle Dios) que les situara de verdad en el mundo, esa epifanía que antes o después todos queremos pero que pocos buscan.
Eso no pasa porque el hombre moderno siente que tiene un destino oculto, inescrutable, una suerte de oráculo que le guía a cada paso y contra el que es inútil luchar, en una especie de determinismo pueril e inconsciente.
Hoy estoy de acuerdo con Marx en que el hombre está alienado, pero no por la religión y su trabajo, sino por su móvil o su tableta. Ya no hay oportunidad para la charla familiar o para algo tan simple y barato como el paseo diario (laboratorio de geniales ideas).
Ay de este mundo que ha sustituido la lectura nocturna por las fotos de Instagram, por un relato falso y vacío del que poco bueno se destila.