David Trueba va cumpliendo años, su pelo se ha encanecido, pero cuando estás ante él parece que la juventud no quiere irse. Emana sencillez, cercanía. Y eso que es un hombre de éxito. Todo lo que toca le sale bien. Sus películas son alabadas y reciben premios, y sus libros acumulan miles de lectores. Será porque para él el éxito es algo relativo, al que no se entrega si tiene que perder su libertad creativa. Él ha sido siempre fiel a sí mismo. Ha sabido esperar, va sembrando pasito a pasito, y al final siempre recoge. Ahora se lanza a una nueva aventura narrativa. Hacer literatura juvenil, al estilo clásico, nos dicen en la editorial. Él la define como una vuelta al origen de su vocación de escribir, para explicar la complejidad de vivir. Casi nada.
Eso nos encontramos en El río baja sucio (Siruela), la historia de dos chicos, Tomás y Martín, un río contaminado y unas vacaciones de Semana Santa que cambiarán sus vidas. Un acercamiento a la adolescencia con mucho de melancolía. "Para mí el lector adolescente es fundamental. Cuando recuerdo mi vida me doy cuenta de la importancia que tuvo para mí, a los 14 años, leer, mantener esa relación con la ficción. Qué empobrecimiento el que no lo pueda vivir así. Tenemos que olvidarnos del paternalismo, de la obligatoriedad, y jugar con la seducción, volver a reconducir a los jóvenes hacia la literatura, ganarlos para este territorio".
En El río baja sucio, Trueba nos habla de redescubrimiento de la naturaleza, de concienciación ecológica. "Los jóvenes se han dado cuenta de que han estado demasiado centrados en el mundo de las pantallas, los móviles, la consola... y les ha faltado, les falta, esa relación con la naturaleza que no deja de ser la verdad, la verdad más profunda de nuestra vida".
Pregunta. ¿La gusta la generación de Greta Thunberg?
Respuesta. Sí. El hecho de que hayan reaccionado y se pregunten hacia dónde va esto, que no podemos vivir en una sociedad de usar y tirar, lo admiro. Pero es una generación que tiene que hacer una reflexión sobre la incoherencia entre el discurso público que llevan y la realidad de su consumo, de su forma de vivir. Tienen que darse cuenta de que los más contaminantes son ellos.
P. Hay una especie de angustia existencial ecológica...
R. Tenemos que entrar por el camino de la razón, no por el camino de las emociones. Hoy no hay nada que no sea histérico. Ahora está de moda la histeria climatológica, y qué ocurre, que aparecen los negacionistas, y como el mundo no se acaba mañana, los negacionistas parece que tienen razón.
El fantasma de los malos tratos, la frustración, la falta de oportunidades y el rechazo a los salvapatrias también aparecen en El río baja sucio. "En todo, en los político y en lo humano, se está exterminando al rival. Después de un día de esos nefastos en el Congreso de los Diputados, el ganador no es el que mejor ha estado ese día, los perdedores son todos, porque han utilizado un foro como un bar de tercera y han degradado su propia profesión".
Tiene un estilo sencillo y directo, casi coloquial. Siempre dispuesto a un diálogo despierto y amigable. Sabe cómo urdir historias que enganchan, que involucran al lector, con personajes sencillos, cercanos, cotidianos... que convierten El rio baja sucio en un libro contundente, pero de fácil lectura.
P. Hacía tiempo que no me topaba con la palabra zascandil en una novela...
R. Suena como un cascabel. Define exactamente cómo se comporta un chico a los 14 años. Deberíamos hacer una campaña para rescatar estas palabras mensualmente. Son tan bonitas... sólo su sonoridad quiere decir muchas cosas. Zoquete, por ejemplo, describe perfectamente a un tipo de persona, es casi un cómic. Me acuerdo cuando Fernán Gómez rescató la palabra zangolotino.
P. He vuelto a ver hace muy poco el documental La silla de Fernando, y es muy curioso cómo describía algunos defectos de los españoles.
R. Le preguntábamos a Fernán Gómez si la envidia era el pecado nacional. Y lo negaba categóricamente. No, la envidia es igual en todos los países, todo el mundo envidia al otro. Pero el español envidia con desprecio. Picasso… ¡bah! Lo que pinta lo hace mi hijo. Cervantes... ¡bah! Tuvo suerte. ¡Mira qué edificio!…¡bah! No vale tanto...y él decía: "Admíralo y punto".
P. ¿Qué diría ahora de los tiempos que vivimos?
R. Que ningún tiempo ha sido idílico. Los tiempos que vivimos son como todos los demás. Tiempos duros, donde hay mucha desigualdad, mucha frustración y donde hay mucha gente que no está dispuesta a esforzarse, que quiere conseguir las cosas gratis. Dinero y fama rápido. Hay una precipitación. Una cultura de la velocidad.
P. ¿Irá a votar o da por hecho el trabajo que hizo en abril?
R. Alguien me preguntó el otro día si iría a votar con la nariz tapada. Y le respondí: "Con la nariz, los ojos, las orejas y, si me descuido, con las manos tapadas". Pero iré.
P. Mucho desencanto en esa respuesta...
R. Hay que pelear para que en los partidos se admita más el talento y no la mediocridad salvaje y casi carnicera de los que están ahora en la cúpula de las diferentes formaciones. Yo diría que son prácticamente carniceros internos. Han ido con una sierra mecánica cortando cabezas desde la agrupación provincial, después la regional hasta llegar a la nacional. Hasta que no quede nadie que les pueda hacer no ya sombra, sólo un poco de rivalidad. Ahora usan las primarias para el exterminio.
P. ¿Le duele Cataluña?
R. Ha sido una sorpresa para todos. La considerábamos la esquina más racional del mapa, la más europea del país, y de pronto descubrir que españolea tanto, que improvisa, que da tanta importancia a los símbolos, que cae en la idea del totalitarismo, que no tolera las opiniones de los demás... mal vamos si todo se reduce a separarte para poder pisotear, para poder negar la pluralidad, para llamar libertad a lo que no lo es.
En breve, a principios de año, volveremos a ver una nueva película suya, su décimo largometraje, que quizás se llame Al otro lado del mundo. Quizás, porque no nos quiere adelantar absolutamente nada. Una vez más prefiere hacer las cosas con libertad, con autonomía, sin ruido.
Le apasiona el mundo de la ficción como vehículo para reivindicar al ser humano por lo que tiene de imperfecto. "La ficción nos enseña a ser más tolerantes, a no juzgar tanto a los demás. Hay una confusión en pretender encontrar personas perfectas, ejemplares. Hoy todo tiene que ser ejemplarizante. No me gusta".