Cada vez que empieza una choza, Antonio Gandano ya tiene un nuevo amigo, porque esa, la amistad, es la primera condición para que uno de nuestros últimos choceros acepte el encargo. Antes, tiene que conocer a las personas que van a vivir en ella, haber comido y reído con ellas.
Superada esa prueba, lo siguiente, dice este hombre de manos acostumbradas a trabajar con las cañas y los juncos, es estudiar el terreno y la orientación que tendrá la choza. A partir de ahí llega el diseño, y en eso, dice Gandano, su hilo conductor es siempre la poesía.
"He nacido en esta tierra, soy aficionado al flamenco, y las letras flamencas me inspiran", afirma Antonio Gandano. "Una choza que hice en Medina Sidonia, hace ahora tres años, está inspirada en Alfileres de colores, de Diego Carrasco, pero también me inspiran Camarón, Lorca o un poeta local como Julio Mariscal, me inspiran muchísimo, a la hora de construir las chozas", comenta.
Sus abuelos, dice, tenían chozas, su padre nació en una choza, y en una choza pasaba él los veranos de su infancia. Su vida siempre ha estado ligado a esas construcciones milenarias, adaptadas a un mundo de escasos recursos, que las sociedades desarrolladas han ido dejando de lado. Gandano se encarga de que sigan existiendo.
"Mi padre me enseñó a conocer la materia prima, dónde se cría, cuál es el momento para recoger los materiales, conocer cómo actúa cada material y luego tuve maestros más a la hora de las techumbres, y ya, cuando toda esta gente se fue muriendo, llegó un día que me dijo mi padre: ya el maestro eres tú, no busques más maestros".
Cuarenta años después sigue aprendiendo. Ha visitado más de 50 países y estudiado sus chozas. Es capaz de pasar un mes con una tribu panameña, los Kuna Yala, del archipiélago de San Blas, para aprender a hacer un nudo con una sola mano.
"Lo vi en un documental, y lo vi y no lo podía hacer y dije, ¿sí?, pues me voy 'pa' San Blas", cuenta este chocero gaditano sonriendo. "Y cogí y me pillé un billete de avión, y me fui para el archipiélago, y estuve con ellos 28 días o un mes, y aprendí el nudo, y de paso cómo se techaba con palma", añade.
El resultado es una obra repartida por toda España. Hay chozas suyas, cómo no, en Andalucía, pero también en Extremadura, Madrid o la Comunidad Valenciana. Pasto para las techumbres, piedra, cañas y barro, para la cimentación y las paredes. Siempre utilizando materiales de la zona. Su precio, por si una choza entra en sus planes, alrededor de 1.600 euros por metro cuadrado.
"Cuando nos encargan una choza lo primero que hago es marcarme un radio de unos quince o veinte kilómetros alrededor de la zona. Y de ahí es donde saco el material. No merece la pena andar con camiones para traer piedras de Galicia a Cádiz, o llevarlas de Tarifa a Francia. Eso no tiene sentido. Dice el refrán que 'el agua para el carbón, y el pasto para la choza, el más cercano es el mejor'".
Ahora, con los choceros a punto de desaparecer, los ojos que buscan un mundo más sostenible se vuelven a oficios como el suyo. A Antonio Gandano le han concedido uno de los premios de las Artes de la Construcción, promovidos por el filántropo norteamericano Richard H. Driehaus.
"De la noche a la mañana me llaman por teléfono y me dicen: 'oiga, que es usted el premiado", y digo, ¿y esto de qué es?, y encima de darme el premio me dan una maestría para enseñar a un aprendiz".
Procurará elegir a una persona que tenga interés en continuar con el oficio. Se trata, dice, de que no se pierdan unas construcciones que unen el pasado con un futuro más respetuoso con el medio ambiente.