Corría el año 1936 y Charles Chaplin todavía no había estrenado ninguna película sonora. Nueve años después de que "El cantor de jazz" revolucionara el séptimo arte, el legendario cómico había hecho oídos sordos a las demandas del nuevo público y seguido su trayectoria con títulos como "Luces de ciudad".
Mientras observaba la caída de estrellas como Gloria Swanson o Buster Keaton por la llegada de la palabra, Chaplin se aferró a la vieja escuela, a su tierno y silente vagabundo que, con bombín y zapatones, había conquistado a millones de espectadores con sus capacidades mímicas.
"Tiempos modernos", con Charlot incluido, fue concebida como su rendición crítica al avance inexorable de la tecnología, que bien podría haberse anunciado con algo parecido al célebre "¡Garbo habla!" cuando la actriz sueca se dejó oír por primera vez en una pantalla.
Pero el genio de ese humor embadurnado de lágrimas aún remoloneó hasta firmar su capitulación final, que llegaría a lo grande con el monólogo histórico que cerró "El gran dictador".
"Tiempos modernos" fue sonora, sí. Pero no tuvo diálogos. Sólo palabras sueltas, algunas de ellas inventadas. "Las palabras son escasas. Lo más grande que puedes decir con ellas es 'elefante'", bromeaba el director de "La quimera del oro".
Para potenciar su sátira sobre el capitalismo en época de la Gran Depresión -que sería luego utilizada en su contra para meterle en la lista negra de la Caza de Brujas-, introdujo diálogos que no se oían por el rugir de las máquinas de una fábrica de producción en cadena.
Y, de hecho, eran las máquinas y los jefes a través de sus órdenes los únicas que tenían un discurso, imperativo en el primer caso, de voz metálica en el segundo. Apuntada quedaba la dominación de la palabra sobre el silencio y del ruido sobre la palabra.
Las fábricas, ese circo alienante para Chaplin, era un infierno superior a la eterna itinerancia de un sintecho como Charlot, que hasta entonces siempre se había movido en una línea de ternura apolítica pero que ahora ingresaba en la cárcel una y otra vez acusado de liderar revueltas sindicales.
Y es que esta vez Chaplin no dudó en cargar las tintas de su discurso al retratar, frente a la deshumanización de una cadena de montaje, la victoria del sentimiento que encontraba, primero en la ficción y luego en la realidad, en la joven Paulette Godard.
Chaplin rizó el rizo al incluir un número musical... que tampoco era uno cualquiera. Para su canción, una versión de Léo Daniderff de "Je cherche après Titine", inventó un idioma nuevo, suma del francés y del italiano, para acabar renombrándola como "Charabia". Palabras, una vez más, que no significan nada.
Y sólo al final, aunque sin sonido, se podía leer en sus labios un "sonríe" dedicado a la huérfana Godard, antes de cerrar el plano caminando por una carretera desierta, sin destino pero con amor.
Así se diferenciaban de esos borregos que abren el filme y que se funden con los trabajadores saliendo del metro, para ser personas de decisión individual, aunque ésta les conduzca a lo errante.
Este final vehemente pero esperanzador no era, sin embargo, lo que Chaplin había planeado, por mucho que una de sus frases más célebres fuera: "La vida es una tragedia si la ves de cerca, pero una comedia si la miras con distancia".
En su guión, "Tiempos modernos" tenía un desenlace bastante más agrio: Charlot acababa con un ataque de nervios y recibiendo en el hospital a un vagabundo vestido de monja.
Pero pese a este cambio en pos de la popularidad del filme, "Tiempos modernos", con un coste de 1,5 millones de dólares de la época, fue un fracaso comercial. Pero el tiempo, moderno o no, acabó dándole el lugar que merecía en la historia del cine.
Mateo Sancho Cardiel