"Con Sartre y Beauvoir aprendí el mundo. Ellos me enseñaron a pensar", decía hoy Lanzmann al presentar ante la prensa el libro que ha editado Seix Barral y que viene precedido de la excelente acogida que ha tenido en Francia, donde ha figurado durante meses como el más vendido, y en Alemania, donde ha ganado el WeltLiteraturpreis.
Conocido internacionalmente por su documental "Shoah", un estremecedor testimonio de nueve horas sobre el Holocausto, fruto de doce años de trabajo, Lanzmann tiene fama de gruñón y, de hecho, hoy intimidó un poco a los periodistas cuando se preguntó a sí mismo qué hacía él en España hablando de un libro que "nadie" había leído.
También se quejó de que, minutos antes de la presentación, que tuvo lugar en Casa Sefarad, alguna televisión le hubiera hecho posar "con un fondo religioso". Lanzmann se considera "un mal judío" y esas imágenes contradicen lo que él cuenta en sus memorias.
Pero luego respondió con paciencia y amabilidad las preguntas que se le hicieron sobre su intensa vida, que comenzó en París en 1925, cuando Lanzmann nació en el seno de una familia judía originaria de Europa del Este.
Fue miembro de la Resistencia con 17 años, estuvo también con los maquis de Auvergne (centro de Francia), dio clases de Filosofía en Berlín después de la guerra y en 1952 entró a formar parte de la revista "Les temps modernes", fundada por Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, y que Lanzmann dirige desde 1986.
El autor de obras cinematográficas como "Pourquoi Israel", "Tsahal" o "Sobibór" no oculta la admiración que siente hacia Sartre, a quien conoció en 1950, y hacia Beauvoir, con la que mantuvo una relación de pareja durante varios años.
"No eran gente solemne; hablábamos de cualquier tema, incluso de nuestra vida privada. Sartre era muy inteligente y, sobre todo, muy generoso. En las reuniones de 'Les temps modernes' existía un calor comunicativo intenso, se salía de ellas con una gran sensación de plenitud", afirmaba hoy Lanzmann.
Gracias a la autora de "El segundo sexo", Lanzmann descubrió España, "en un momento en el que no era correcto políticamente" viajar a este país, porque "había contradicción entre ser de izquierdas y visitar una dictadura", contaba el autor de "La liebre de la Patagonia".
Con Beauvoir admiró "el cielo, el paisaje y el desierto" de España, y descubrió también las corridas de toros, un espectáculo que le gusta especialmente al escritor francés y por eso no entiende "la postura de las autoridades catalanas de ponerle dificultades". "Es una vergüenza", aseguró.
La muerte tiene una presencia relevante en sus memorias, y el primer capítulo, por ejemplo, está dedicado a la pena capital y a las diferentes formas de ejecutarla, porque a Lanzmann, contaba hoy, le asustó desde niño "la última mirada de alguien que está a punto de morir".
Destrucción y muerte hay también a raudales en las nueve horas de "Shoah", en las que, sin adornos y sin fondo musical, se recogen los testimonios de víctimas, verdugos y testigos de los campos de exterminio nazis.
En sus memorias dedica varias páginas a comentar "el mejor cuadro del mundo": "Los fusilamientos del 3 de mayo", de Goya, una obra que ve cada vez que viene al Museo del Prado.
Pero Lanzmann insistió en que su libro "no es un repertorio de horrores", sino que "está lleno de vida, de historias de amor, de sexo". Es una obra "divertida" y en absoluto es "siniestra".
Acompañado, entre otros, por Juliette Simont, la mujer a la que le ha "dictado" sus memorias, Lanzmann no tuvo fácil explicar por qué le puso ese título al libro, y lo intentó a través de dos experiencias.
El escritor ha visitado dos veces la Patagonia, un lugar que "hace soñar" pero que en principio "no es más que un decorado". Pero un día, viajando hacia los glaciares, vio salir "de repente una liebre formidable" y sintió como "una explosión".
Lanzmann creyó que la Patagonia y él habían "nacido" de nuevo. Aquello dejó de ser un decorado para convertirse en "algo vivo".
Cuando rodaba "Shoah", Lanzmann grabó un plano en Auschwitz en el que dos liebres lograban pasar por debajo de una alambrada, que en otro tiempo estuvo electrificada. Esa imagen la ilustró luego en el montaje con la voz en off de dos supervivientes del campo de exterminio.
Lanzmann admira a las liebres y no le importaría reencarnarse en una de ellas, siempre, claro está, que los cazadores no le dispararan.
Ana Mendoza