La rebeldía generacional de volver a la sala de cine: "Necesitamos, más que nunca, espacios de oscuridad"

Vicente Monroy defiende la magia de la pantalla grande en la era del streaming en su ensayo 'Breve historia de la oscuridad'
"Las plataformas de streaming son perversas herramientas de control capitalista", sostiene el programador de la Cineteca de Madrid
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La asistencia a los cines españoles cayó un 5% en 2024, según datos de Comscore Spain. No es un gran desplome pero sí constata una realidad: el espectador hoy prefiere quedarse en casa y navegar entre las múltiples opciones de streaming que se le presentan en su televisor de 98 pulgadas. Pero algo se tiene que estar haciendo mal cuando el ritual de sumergirse en la oscuridad para transportarse durante dos horas a otros mundos corre el riesgo de convertirse en un gesto exótico. La defensa de esos inquebrantables espacios de resistencia que siempre han sido las salas de cine es el propósito de Vicente Monroy, programador de la Cineteca de Madrid y colaborador de la Academia de Cine, en su ensayo 'Breve historia de la oscuridad' (Anagrama).

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¿Qué te impulsó a escribir este libro?
En nuestra época, el mundo está sometido a un exceso de luz. Las metáforas articuladoras de nuestras sociedades son la transparencia, la claridad, la luz de la razón… Hemos menospreciado la oscuridad, y empezamos a darnos cuenta de que ha sido un error. El exceso de luz de nuestra sociedad es pernicioso. Vivimos sometidos a mecanismos de vigilancia y control, agobiados por la imagen que proyectamos en las redes sociales, controlados por algoritmos y campañas publicitarias, enganchados a los móviles y los ordenadores, recibiendo un flujo excesivo de imágenes tramposas y tendenciosas. Necesitamos, más que nunca, espacios de oscuridad en nuestras vidas. Este libro nace del deseo de reivindicar la oscuridad como un espacio de resistencia.
¿Cómo definirías esa magia que se crea cuando las luces se apagan en la sala?
Es un rito de paso. En el instante en que la luz se apaga, el mundo real queda suspendido y la imagen proyectada en la pantalla se convierte en el centro del mundo. Es casi un fenómeno amoroso: en ese ejercicio de entrega, la película nos exige una atención total, distinta a la que tenemos cuando vemos una película en casa o en un transporte público. En esta era turbocapitalista, en la que es tan difícil concentrarse profundamente en algo, dedicarle toda tu atención y tu pensamiento, sentarse dos horas atento y en silencio en la oscuridad de una sala de cine es un ejercicio de rebeldía. Es lo opuesto de lo que nos ofrecen las pantallas domésticas, donde el exceso de estímulos, la fragmentación de los contenidos y su carácter publicitario tienen como objetivo desconcentrarnos y engatusarnos.
¿Qué han significado para ti esos “palacios de la ficción”?
Para mí, las salas de cine son sobre todo espacios de pensamiento, descubrimiento y revelación, donde la realidad se expande y la imaginación se multiplica. También espacios de resistencia, donde la pantalla se impone al ruido del mundo exterior y nos enseña a mirar de otra manera.
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No soy quién para decirle a los espectadores cómo deben ver las películas, pero creo que la progresiva desaparición de los espacios culturales colectivos como las salas de cine esconde una perversa estrategia consumista. La cultura de las plataformas nos encierra en rutinas cada vez más solitarias, en las que somos más vulnerables a campañas de marketing e intereses comerciales. El cine que nos venden las plataformas es cada vez más infantilizado y melancólico, y ocurre lo mismo con el discurso de los críticos y los espectadores. Para mí, volver a las salas no significa volver al pasado, sino buscar nuevos motivos para el pensamiento colectivo y el diálogo.
Y cómo replicarías a quien te argumenta que prefiere ver películas y series en casa a gastarse 100 euros en desplazar a la familia al centro comercial y después tener que aguantar la cháchara incesante de los de la fila de delante o al de al lado masticando sonoramente una hamburguesa
Que venga a la Cineteca de Madrid, el cine del que soy programador. Entradas a 3,5 euros, una programación cuidada y variada, sesiones familiares todos los domingos, grandes clásicos, documentales, estrenos semanales, festivales, y un público entregado y comprometido. Es fundamental reclamar más espacios como este.
¿Qué deberían hacer las salas para recuperar el rito de ir al cine? ¿Es siquiera un objetivo posible?
Las salas deben recuperar su singularidad, diferenciarse del consumo doméstico. Programar un tipo de cine que no se pueda ver en casa, demostrar las enormes limitaciones y el carácter tendencioso de los catálogos de las plataformas de streaming, generar eventos alrededor de las películas, encuentros con directores y pensadores, recuperar la idea de la proyección como un acontecimiento, reivindicar los formatos fílmicos, las experiencias de cine expandido, el cine de vanguardia, la performance. Recuperar, sobre todo, la conversación, el debate.
Cuando, en 2022, empecé a trabajar junto a Luis E. Parés en la programación de la Cineteca, las salas estaban vacías, era realmente triste. En tres años hemos conseguido atraer a un público cada vez más numeroso y diverso. Hoy tenemos las salas llenas. Así que sí, es un objetivo posible.
¿Cuánto daño (o cuánto bien) le han hecho las franquicias y las secuelas al cine?
Han monopolizado el espacio y la atención, relegando cada vez más a las películas más arriesgadas a los márgenes. La lógica de la repetición y la nostalgia es un gran mal de nuestra época. Hace un par de décadas, había quien pensaba que los formatos digitales y las plataformas democratizarían el cine. Pero lo cierto es que ha ocurrido lo contrario: la diferencia entre el cine industrial y el cine pequeño es cada vez más grande. Las plataformas de streaming son perversas herramientas de control capitalista, que imponen un tipo de discurso mediante refinados mecanismos publicitarios y eclipsan las imágenes que se resisten a participar de la lógica de la cultura de masas.
¿El problema es que ya (apenas) se hace cine como el de antes?
Al contrario, el problema es que se hacen demasiadas películas como las de antes. La mayor parte del cine contemporáneo es un refrito de los clichés de otra época. Lo que hace falta es un cine nuevo, un cine del futuro, que se atreva a ofrecer imágenes nunca vistas, y espectadores valientes que salgan a buscarlas, que no se conformen con lo que dicta el mercado cultural.
¿La solución pasaría por hacer más exclusiva o de nicho la experiencia de ir al cine?
El cine es un arte del pueblo. El problema es que la industria menosprecia al pueblo, ofreciéndole productos de una estupidez inverosímil. Ojear el catálogo de Netflix es una experiencia realmente deprimente. Pero la experiencia como programador me dice que hay muchos espectadores curiosos, ávidos de ver cosas nuevas. Lo que faltan son espacios para ese cine que escapa de las normas, y que puede provocar el milagro cada vez más infrecuente de ayudarnos a pensar e imaginar otros mundos posibles.
¿Cómo está influyendo el streaming en la forma en que los directores piensan sus películas hoy día?
El formato condiciona la puesta en escena. Hoy en día, muchas películas están diseñadas para verse en una tablet o un móvil, con planos cerrados y narrativas fragmentadas. Son películas que no soportarían ser proyectadas en una sala de cine.
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'¡Aoquic iez in Mexico! (¡Ya México no existirá más!)', de Annalisa D. Quagliata.
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'El acorazado Potemkin', 'El fondo del aire es rojo' y el 'Tríptico elemental de España'.
¿Cómo ves el panorama de aquí a diez años?
Me temo lo peor. Pero sueño con lo mejor.
¿Hay futuro para las luciérnagas?
Mientras haya un chaval que busque imágenes nuevas, que escapen de lo que la cultura de masas pretende imponerle, el cine seguirá teniendo sentido.