Julio Iglesias nunca necesitó la voz poderosa de Aretha Franklin ni la gracia de su carismático padre, Julio Iglesias Puga, más conocido como Papuchi. Y aunque intenso en amores, su biografía queda lejos de la turbulenta vida de su amigo Frank Sinatra. Sin embargo, ninguna otra figura ha alcanzado su dimensión. Es el artista latino que más discos ha vendido y el más traducido, el más reclamado por las marcas, el más aplaudido por varias generaciones, el más universal de todos los tiempos. 'El español que enamoró al mundo'. Así ha titulado Ignacio Peyró su último libro, un retrato biográfico no autorizado y, tal vez, ni siquiera leído.
¿Por qué un autor erudito como Peyró, con títulos como 'Un aire inglés: ensayos hispano-británicos' y que ha traducido a Rudyard Kipling, decide reescribir la historia de Julio Iglesias? "Nací en 1980 -responde-. Él era más de la quinta de mis padres, aunque en casa no sonaba su música. Pero Julio siempre ha estado ahí y era difícil no tropezar con alguna canción. A pesar de que se ha escrito mucho, había todavía un espacio literario que he querido cubrir". Y lo ha hecho tomando como modelo 'Edmund Campion', de Evelyn Waugh, que tradujo "hace mil años".
Más allá de la leyenda de donjuán del cantante, que alimentó la reputación libertina de los españoles, o de su vida recogida en cientos de entrevistas y en sus confidencias a Tico Medina, 'El español que enamoró al mundo' (Libros del Asteroide) es una suerte de episodios nacionales. "Hay una España que se deja leer a través de él -señala Peyró-. Nació en los años de posguerra, triunfó en el extranjero en una época de poca apertura, vivió el terrorismo con el secuestro de su padre y fue testigo de esa España en la que falangistas como su padre van quitándose la camisa azul mahón y adoptan el polo de Lacoste".
Según nos dice el autor, Julio tenía, como buen seductor, la astucia del zorro y se fue acomodando a las mudanzas políticas con la coartada de que cantaba para la gente, no para mandatarios. "Hizo campaña por Aznar sin dejar de admirar públicamente a Felipe González. Con Reagan cantó villancicos y, cuando a Bill Clinton le operaron de corazón, él le dejó su casa de Punta Cana. En sus visitas al país podía ver lo mismo a Fraga que a Pujol y seducía en masa a todos los públicos". Como dice Peyró, "tenía un don para caer bien y hacerse querer por todos, incluidos los políticos. Fue la única expresión cultural de la derecha madrileña, junto al Real Madrid, capaz de trascender en masa a todas las clases".
Es un libro escrito sin su previa autorización a conciencia. "Él ya ha quemado a varios escritores que han querido redactar sus memorias. Tampoco era mi intención escribir al dictado o contar con su supervisión, sino un retrato vivo y con aristas y analizado desde la distancia, recuperando el viejo oficio de andar y contar de autores como Chaves Nogales". Está convencido de que, si hubiese contactado con él, habrían hablado más de vinos y de casas que de cualquier otra cosa.
Peyró, que además de haber trabajado, como asesor y escritor de discursos para personalidades de la vida pública, dirige el Instituto Cervantes de Roma, ha conseguido una mixtura de leyenda y verdad. No es ni biografía ni hagiografía ni una evocación adelantada del mito, sino una reconstrucción del personaje y el relato de cincuenta años de la vida española escrito con una prosa exquisita y desde su buen gusto literario.
Nos descubre algunos detalles, como la relación, casi de dependencia, con su padre o el tumor en la espalda que derrumbó, más que el accidente, su carrera como portero del Real Madrid. Pero la gran exclusiva que aporta es la promesa que le hizo "in articulo mortis" a Eduardo Sánchez Junco, dueño de ¡Hola!, de casarse con Miranda por la Iglesia y bautizar a sus hijos. Lo hizo un mes después y fue el día más religioso de su vida desde que salió del colegio de los Sagrados Corazones.
La holandesa Miranda Rijnsburger, madre de sus cinco hijos menores, fue la mujer que paró en seco su desenfreno sexual. "Julio sufrió una gran decepción con Isabel Preysler. Era el amor de su vida. Le rompió el corazón, pero le dejó las manos libres. Ya que no tenía que posar como el marido devoto y el padre ejemplar que no era, se entregó a una orgía inacabable durante una larga década. Mientras, concentró sus fuerzas en trabajar y triunfar. Después de Francia, Japón, Alemania, Inglaterra, Brasil y todo el mundo hispánico, se prepara para la ofensiva final: ser el más grande en el país más grande, Estados Unidos. "Significó completar la vuelta al mundo de su fama".
En esa fama incluye su condición de sex symbol. "Como dijo uno de sus jefes de prensa, no contaba las mujeres con las que se había acostado, sino con las que no se había acostado. El portazo de Isabel le llevó a un acelerón de testosterona superior. Julio ha sido un hombre inclinaciones eróticas ecuménicas; casi, diríamos, un pionero de la fusión, como lo fue también de la prensa rosa. Pensaba que, de haber estado ahí en la noche de su suicidio, Marilyn no habría muerto. Habrían aprovechado mejor el tiempo".
Cuando Miranda llegó, "ya no hubo más titis. No hubo más portadas. Fue drástico. Si la calma es la acepción más realista de la felicidad, no cabe duda de que ella se la dio. Desde entonces, no hay nada que se filtre". La conoció en 1990, cuando ella tenía 24 años. A Peyró le tienta pensar que, con Miranda, Julio, más que dar vida a un matrimonio, "parece que hubiese suscrito una póliza de hogar por la cual el lento declive de su virilidad se ha compensado con una vida familiar feliz y cómoda".
El autor no pasa por alto la distancia de Julio con su hijo Enrique, que contrasta con la complicidad que él tuvo con su padre, el doctor Iglesias Puga. "Tiene el mundo bajo sus pies, los deseos satisfechos, el bolsillo lleno y la vanidad calmada, pero… hay algo que le duele: la familia. Cuando Enrique, a mediados de los noventa, saca un disco, él reacciona como si le hubiesen pinchado con la rosa de la traición. Se sintió traicionado. Le molestó que no le pidiera consejo. Nunca veremos cantando juntos a Julio y Enrique. Para él tiene que ser horrible aceptar que, para las generaciones más jóvenes, Iglesias es su hijo Enrique".
Su retiro en estos últimos años deja en su público la sensación de una astucia más de seductor: aviva el mito dejando que se pierda su condición de hombre anciano y con achaques. Después de conocer su trayecto vital, se entiende. "Ha preferido no seguir actuando y dejar un recuerdo que esté a la altura de su carrera. La mejor decisión que ha tomado Julio Iglesias en sus últimos años es la de negarse a hacer el ridículo. No le han faltado tentaciones para deshonrar su carrera", señala Peyró haciendo referencia a las presiones que recibió en algún momento para actuar con Bruno Mars o Justin Bieber o incluso la sugerencia de rejuvenecer su repertorio. "Pese a sus profecías -si no cantara, me moriría-, se ha ido de los escenarios con el paso silencioso de los gatos".
Se mantiene activo con su serie con Netflix y sigue las redes sociales, a veces con estupor. "Está convencido de ser el cantante que gustará mañana a esas nuevas generaciones que ahora le convierten en meme", concluye el autor.