Remedios Amaya, quien por problemas de salud en los últimos años no se prodiga mucho, cantó ante el público que abarrotaba el club Motel Particulier, en Marbella, el pasado 13 de febrero. La acompañaron en el escenario sus coristas, su guitarrista y su sobrino Robe. “A las personas que lo llevan —dice— las conozco desde hace muchísimos años, las quiero mucho, aman el flamenco y me admiran; mueren con mi cante. Me llaman tita. Siempre he ido a las fiestas flamencas que organizan. Es un sitio con mucha categoría, con un público selecto al que le encanta el flamenco. Me he sentido muy a gusto. Es un público bueno, local de Marbella. Es una ciudad con mucho movimiento y la gente se puede permitir el acudir a sitios de lujo. Les estoy muy agradecida”.
Reconoce la entrañable cantaora, de 62 años, que no es lo mismo actuar en el restaurante de un club, mientras la audiencia cena, que en un tablao o un teatro. “No tiene nada que ver. Pero sí que es verdad, amigo, que me gusta tener el público cerquita de mí. Lo que más me gusta es cantar en un pedazo de teatro, que es donde una se luce mucho. El marco cambia por completo. Como gusta tanto el flamenco, va la gente a la que verdaderamente le interesa el cante y, modestia aparte, les gusto yo cantando. Y como no sé hacer otra cosa que cantar, y me moriré cantando, lo hago con la misma pasión allá donde actúe”.
María Dolores Amaya Vega, sevillana de nacimiento (de Triana), es una de las cantaoras más queridas tanto por los aficionados al género como por los ajenos a él. Ya a los 11 años deleitaba con su arte en tablaos hispalenses, donde conoció a grandes de la música de raíz andaluza como La Niña de los Peines, Enrique Morente o Terremoto de Jerez. Ya en la década de los setenta, siendo adolescente, publicó dos discos, Remedios Amaya (1978) y Cantaron las estrellas (1979). Pocas como ella están en disposición de valorar el estado del flamenco hoy en día, cuando conviven artistas (algunos muy jóvenes) que reivindican su pureza con otros que siguen experimentando en busca de sonidos nuevos. Ella tiene claro dónde se posiciona.
“Te digo una cosa, compañero”, se arranca. “Tengo una manera de pensar: me parece muy bien que se innove, que tú evoluciones, sin salirte de tus raíces, sin perderlas. Lo que más me gusta del mundo es cantar flamenco puro. Como he tenido la suerte de estar al lado de los mejores, el cante más tradicional me encanta. Nunca hay que perder las raíces de donde tú naces. Te soy sincera: a mí me parece muy bien que hagas una canción moderna… ¡pero no tan moderna! A mí tanta modernidad no me gusta. Eso ya no es flamenco. Hay personas que hoy en día dicen: ‘Esto es flamenco’, y yo les digo: ‘¡Cómprate una piruleta!’. Eso es un poco aflamencadito, pero no es flamenco, corazón mío”.
Para el gran público, Remedios Amaya es y será la cantante que representó a España en el Festival de Eurovisión en 1983 con “Quién maneja mi barca”, un tema que desde luego no era flamenco puro, sino bastante arriesgado y moderno para esos días. No menos rompedora fue su puesta en escena, igual de transgresora y racial: con una túnica larga, descalza y natural, rompía el estereotipo de chica de Eurovisión, presentada a menudo como frágil y sexy. Si bien muchos opinan que su participación no fue éxito —y, ciertamente, en términos de votos recibidos, no lo fue: obtuvo cero—, ella recuerda la experiencia con efusivo agradecimiento.
“No me dieron ni un puntito, pero aquello me ayudó muchísimo”, dice. “A mí no me conocía nadie, y cuando me dijeron: ‘Remedios, hemos pensado que vayas a Eurovisión’. Dije: ‘¿Yo a Eurovisión?’. Era un sueño. No podía ser más feliz, era lo que yo quería: darme a conocer en el mundo entero. Eurovisión me vino maravillosamente, fue el empujón grande que tuve sobre mi carrera. Siempre le estaré agradecida”.
“Cuando volví —añade—, todo el público estaba conmigo. Hasta hoy, voy a los sitios y te doy mi palabra de honor, amigo, que me piden ‘La barca’. Les digo: ‘¡Pero si de eso hace ya mucho tiempo!’. Pero insisten, te lo piden por favor, y debo cantar ‘La barca’. Se lo debo todo a Eurovisión”. Considera que el certamen europeo ha cambiado mucho, y procura no afear nuestras participaciones más recientes: “Respeto a todo el mundo, todos los gustos, y la artista que transmite, cante en inglés o en ruso, toca el alma de la gente. Pero Eurovisión, para mí, no es tan importante como antes”.
Remedios Amaya está retomando su carrera, que quedó casi estancada a causa de un cáncer que superó en 2016. “Ese ha desaparecido —explica—, y tengo otro en el pulmón, pero gracias a Dios padre bendito de los cielos, va menguando cada día más, y estoy bien. Pero no he podido trabajar lo suficiente, porque no me encontraba con fuerza”. Esta primavera tiene previsto realizar más actuaciones y grabar algunos temas, “para que la gente sepa que estoy aquí. Tengo mucha ilusión por volver”. Entre esos nuevos cantes detalla que habrá “unos tangos muy comerciales, una bulería por soleá y estoy por grabar o bien una soleá o una seguiriya, que nunca lo he hecho. Va a estar muy bonito”.
Actualmente, su día a día es muy tranquilo y familiar. “Me levanto muy temprano, me encanta; desayuno, me pego una horita andando todos los días, me voy al parque, después regreso a casa y la recojo… Me levanto y me acuesto escuchando cante. Estoy siempre con mis nietos, con mi sobrina. Tengo amigas preciosas, maravillosas, que me quieren muchísimo. Soy muy feliz”, afirma.
Aunque si hay algo que además de felicidad le aporta orgullo es que su hija Samara esté abriéndose paso en el flamenco. “Se está soltando —dice—, se le está quitando la vergüenza… Le decía: ‘Al principio a todas nos pasa lo mismo, ve cogiendo confianza’. Tiene una voz muy dulce, canta muy bonito y gusta mucho a la gente. No es porque sea mi hija: si no cantara bien no diría nada”. Desde luego, la barca de Remedios no va a la deriva, y esperemos que siga siendo así muchos años.