La historia oficial cuenta que Nacha Pop, Los Secretos, Mecano y los grupos pop de la 'Movida' madrileña dominaron el panorama musical español de los 80. Y, aunque eso sea cierto, frecuentemente olvida que tan multitudinarias como ellos (o más) fueron las bandas de heavy metal. Alaska y los Pegamoides podían llenar un local como el Rock-Ola, pero Barón Rojo abarrotaban dos noches seguidas el Pabellón de Deportes del Real Madrid. A pesar de su tremenda repercusión, especialmente en los barrios y la periferia, parte de la sociedad veía el heavy como un movimiento violento y satánico, y a sus melenudos seguidores como gente de mal vivir. Las instituciones, la prensa y los medios se plegaron a esas distorsionadas ideas y decidieron borrar al heavy del mapa mediático, salvo para culparle de todo lo malo que pasaba en aquellos años.
El punto de inflexión, la demonización definitiva del metal nacional, llegó con el asesinato de un fan de 20 años en un concierto de Scorpions en el estadio del Rayo Vallecano, en Madrid, en septiembre de 1986. El joven recibió una puñalada mortal en el corazón en una pelea durante la actuación de los teloneros, Michael Schenker Group. El agresor inicialmente pudo huir, pero más tarde se descubrió que era un militar estadounidense destinado a la base de Torrejón de Ardoz que nada tenía que ver con el heavy metal y que había acudido al evento en busca de bronca. Le caerían 15 años de prisión.
Daba igual. La prensa no dudó en utilizar ese asesinato y otros desórdenes acontecidos en el concierto de Scorpions en Barcelona para ponerle la cruz al género. Si el heavy ya estaba bajo sospecha, estos incidentes fueron la puntilla. Ayuntamientos y organizadores decidieron prohibir la presencia de grupos heavies en las fiestas locales. Las televisiones y las radios dejaron de programar a las bandas. El pop pasó a considerarse la música oficial de la época y el heavy fue condenado al ostracismo.
Al heavy se le cargó con toda la mala fama, a pesar de que otros entornos en realidad eran más tóxicos. "Las miserias del pop no salían a la superficie. A los rockeros, más feos y melenudos, se nos presentaba como gentuza. Y siempre hay otros estratos que abusan más de muchas cosas y están más protegidos. Cuanto más caro es un vicio, más dependes del dinero que tengas”, reflexionaba en Uppers Carlos de Castro, de Barón Rojo.
Fue en ese momento cuando a Pedro Bruque, bajista, compositor y precursor del metal español en bandas como EVO y Tigres, se le ocurrió que el heavy tenía que organizarse y levantar la voz. "¡Ya está! ¡Lo tengo claro, vamos a hacer un festival reivindicativo de la no violencia en los conciertos de heavy!", se dijo, y decidió crear el COHE (Colectivo Heavy Nacional), que contaría con el apoyo de artistas, radios, fanzines y revistas especializadas. "El heavy no es violencia", título de una canción compuesta por él mismo, pasaría a ser el eslogan de cabecera del movimiento.
Desde 1987 se celebraron numerosos conciertos en varias ciudades españolas reuniendo a las bandas más populares, como Obús, Ángeles del Infierno, Muro, Sangre Azul, Ñu o Acero, entre muchos otros, alcanzando una gran difusión. La idea motora de la iniciativa no era solo lograr la unión entre los heavies, sino la de erradicar la violencia en el entorno del movimiento, desterrando a todos aquellos falsos seguidores que se mezclaban entre el público para molestar, incordiar, agredir o robar al resto.
"Yo no considero que esté haciendo algo excepcional, simplemente alguien tenía que empezar la tarea y me ha tocado a mi… Es hora de que la sociedad que nos rechaza se entere de que somos gente normal, que tenemos novia, buscamos piso, tratamos de mejorar nuestro status social y económico como cualquier otra persona", dijo entonces Bruque, según recoge 'Agente Provocador'.
Un sector de la prensa intentó boicotear la iniciativa, insistiendo en que, si bien el rock duro no es en sí mismo engendrador de violencia, no se podía negar que la mayoría de disturbios vandálicos se producían en esos conciertos. Ciertamente, el estigma permaneció a nivel mediático y el heavy nacional no volvió a rotar en televisiones y radios con la asiduidad anterior a 1986. “Pensábamos que era una injusticia. Nosotros, que llevábamos toda la vida peleando, teníamos que ir mendigando para salir en televisión, y salíamos porque estábamos en los primeros puestos en las listas de ventas. Y, aun así, nos ponían muchas trabas”, nos contaba Carlos de Castro.
En los 90 llegaría la puntilla para el heavy nacional más clásico. Los gustos cambiantes y la proliferación de grupos de corte más punk y combativo, como Barricada, Boikot o Porretas, terminó apartando a las viejas bandas también de las preferencias de los amante de los sonidos duros. Pocas de estas bandas sobrevivieron, y las que lo hicieron tuvieron que adaptarse a una escena mucho más reducida y precaria. Pero queda aquel gesto de dignidad reivindicativa de quienes fueron injustamente relegados y dijeron ¡'basta'!.