Sara Montiel fue una de las primeras actrices españoles en triunfar a lo grande a nivel internacional. Tras labrarse una notable carrera en España y México, donde llegó a ser un auténtico ídolo popular, consiguió hacerse un sitio en Hollywood y disfrutó de una gran popularidad en toda Europa a raíz del éxito de 'La violetera' a finales de los 50. Tanta llegó a ser su fama que su marido por aquel entonces, el cineasta Anthony Mann, temió verse eclipsada por ella y trató de esconderla en el Festival de Venecia de 1958... con escaso éxito. La anécdota la cuenta Lidia García García tanto en su podcast '¡Ay, campaneras!' como en su libro 'Tarantela sevillana' (Somos B), y es buena prueba de la fuerza incontenible de la naturaleza que era la estrella manchega.
El director de 'Horizontes lejanos' y 'Winchester 73' no valoraba especialmente el trabajo de su mujer, pero sí era consciente de éxito que tenía en España. Lo que no se esperaba era el interés que también despertaba Sarita más allá de nuestras fronteras. Hasta que llegaron a Venecia para presentar su película 'La pequeña tierra de Dios' en la Bienale. "El público y la prensa italiana estaban fascinados por su belleza y su sofisticación", rememora Lidia García. La productora de Mann, la United Artist, temía que el huracán Montiel opacase el estreno y le pidió a la actriz que durante su estancia en Venecia se dejara ver lo menos posible. Incluso le dijeron que no fuera al pase de la película de su marido y se quedase en el hotel.
En un principio Sara se quedó en el hotel, pero en el último momento se preguntó "¿Y por qué no voy a ir?" y decidió que a ella nadie iba a prohibirle nada. "Les salió el tiro por la culata. Harta de los menos precios de su marido y consciente del poder de su fama, Sara se pasó la prohibición de la United Artist por el... molino de viento", escribe la experta en copla. Se arregló, cogió una barca y se presentó sola en el Lido. Bueno, no apareció sola, sino del brazo del célebre cineasta francés René Clair, dejando a todo el mundo pasmado, especialmente a su cabreadísimo esposo, que la creía descansando sumisamente en el hotel.
Por si fuera poco, Sara se presentó a la proyección con el vestido de la venganza. Llevaba un atuendo inspirado en 'La familia de Carlos IV' de Goya, de lamé dorado, bordado, con un impresionante escote imperio, que complementó con mantilla francesa que le llegaba a los pies, un collar de brillantes que le había regalado su marido colocado en la frente, un abanico y un bolsito de brillantes. Goyesca total.
Terminó ocurriendo lo que la United Artist se temía. La manchega acaparó todas las miradas y las fotografías de ella con semejante vestido coparon todas las crónicas. "Agresiva, rotunda, brillante", titulaba la publicación turinesa 'Parade'. La película de Mann, por cierto, pasó sin pena ni gloria. La censura española, por su parte, hizo de las suyas. La foto publicada en la revista 'Primer plano' fue minuciosamente manipulada para ocultar el generoso escote de la Montiel. García lo resume así en su libro: "Comparar el pacato retoque fotográfico con la imagen original no solo confirma las bien conocidas obsesiones de la censura franquista (...) sino que nos permite solazarnos con un hermoso pensamiento: ¡a cuánta gente logró molestar Sara Montiel en una sola noche veneciana!".