El 24 de marzo de 1971, dos años antes de su muerte, Pablo Picasso y su amigo Lucien Clergue se vieron por última vez.
Aquel día, como ocurría desde hacía 18 años, Clergue, acompañado de su inseparable cámara, no quitó ojo del genio, que le sacaba 30 años pero le trataba “en pie de igualdad”.
Picasso tenía ya 89 años pero en palabras de Clergue seguía siendo aquel hombre “fuerte, triunfante, vulnerable, tímido, hastiado, goloso y feliz de vivir” que conoció en 1953 en la plaza de toros de Arlés (Francia) y con quien compartió tantas horas en La Californie, la casa del artista en Cannes.
Las instantáneas de Clergue forman parte de la exposición Picasso en foto. Archivos del Museu Picasso de Barcelona, que nos llega como avanzadilla de PHotoESPAÑA 2023.
Por primera vez, tenemos acceso a los fondos del archivo fotográfico del museo, escaparate de la vida y de los procesos creativos del genio, un legado que nos permite dibujar una imagen completa y desconocida del artista.
Este material -que incluye cartas, grabados, dibujos...- también refleja la génesis del Museo Picasso, el único en el que el artista se involucró personalmente.
Planteada como “documento notarial” y “álbum familiar” de Picasso, la exposición dirigida por Emmanuel Guigon, director del Museu Picasso de Barcelona, nos acerca al universo más íntimo de un artista maduro, consagrado, genio y figura, incandescente y expansivo, disfrutón y flamenco, como en el sarao organizado en 1964 por Clergue en el hotel Forum de Arles con el guitarrista Manitas de Plata.
El Picasso olímpico que conoció Clergue es el mismo que encontró en 1956 David Douglas Duncan, fotógrafo de guerra de la revista Life: un Picasso septuagenario, descamisado y desinhibido.
Si las primeras impresiones marcan, la de Douglas en la casa de Picasso en la Riviera debió de causarle una honda impresión, según su relato: Picasso estaba “completamente desnudo, sumergido en la bañera y haciéndome con la mano una señal de cordial bienvenida”, recordaba el reportero de Missouri. Por su puesto, inmortalizó ese momento.
De aquel tempestuoso encuentro nació una amistad que duró hasta la muerte del artista, en 1973. Douglas recordaría que aquel día llegó de visita como un desconocido y salió como amigo íntimo de la familia. Desde entonces retrató algunos de los momentos domésticos más icónicos del artista, padre tardío y juguetón, indulgente con sus hijos Claude y Paloma, y cómplice con su mujer Jacqueline Roque.
La exposición no pasa por alto la importancia del círculo de amigos de Picasso en Barcelona, como Manuel Pallarès, Joan Vidal Ventosa o Jacinto y Ramón Reventós.
Y, entre todos ellos, el poeta Jaume Sabartés, quien vivió “en la estela” de Picasso y fluyó en su mismo cauce desde su época en la bohemia parisina, como secretario personal, confidente e impulsor de su obra. Una figura clave en la concepción del Museo Picasso, como lo serían también los galeristas Joan y Miquel Gaspar o el editor Gustau Gil Esteve, que hicieron realidad el sueño del artista: tener un museo propio en Barcelona.
La muestra incluye también fotografías documentales del catálogo razonado de Brigitte Baer, una obra sobre la obra grabada y litografías de Picasso que la convirtió en un referente mundial. Más de doce mil fotografías con las que Baer trabajó y con las que se dibuja un autorretrato de Picasso, a través de la representación fotográfica de sus grabados.