Gustavo Rodríguez, escritor peruano: "Somos una sociedad longeva que rinde culto a la juventud y eso va a implosionar"
El autor peruano ganó el Premio Alfaguara de novela 2023 con la obra 'Cien cuyes'
El libro aborda en clave tragicómica la vejez, la soledad o el anhelo de una muerte digna
El escritor conversa con NIUS sobre su obra, su escritura o la convulsión política en Perú
"Así se siente", respondió somnoliento en ese "despertar hermoso" el escritor peruano Gustavo Rodríguez (Lima, 1968) al conocer la noticia. Una llamada telefónica desde España "a las 4:24 de la madrugada" le anunció, dos meses atrás, que se había alzado con el Premio Alfaguara de novela 2023 (había decidido irse a dormir cuando "ya había dado por hecho que no lo había ganado"). Con la publicación de la obra ganadora -Cien cuyes-, el autor ha viajado ahora a Madrid, donde recibe a NIUS. Nos habla, entre otras cosas, de esta novela tragicómica que aborda la vejez, la soledad o el anhelo de una muerte digna; y lo hace en una sociedad cada vez más longeva que -al mismo tiempo- invisibiliza a la gente mayor.
Pero no se llamen a engaño, la narración destila también humor y pasión. "Hay un dicho peruano que dice 'se sufre, pero se goza' y podría ser tanto un resumen de la situación sociopolítica actual, como un epígrafe de mi novela", afirma Rodríguez entre risas. Confiesa que escribe "para tener mi velorio en vida, para tener este tipo de conversaciones, para que venga alguien, un desconocido, y me diga me conmovió esto... Sí, es como estar en mi velorio pero sin mi cadáver. Vivo recibiendo las impresiones de los demás".
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El escritor reivindica "un ranking latinoamericano de la felicidad, de una sociedad que a pesar de sus vicisitudes es capaz de sonreír", frente al índice cartesiano que proclama Finlandia como el país más feliz del mundo. ¿Y si pudiera elegir la forma de morir? Lo tiene claro: "Yo creo que después de una gran fiesta, borracho, sin darme cuenta. Sí, es una gran forma de morir".
Pregunta: "¿Te das cuentas de que nos inventamos maneras de no nombrarla?", dice uno de sus personajes. ¿Es la muerte uno de los tabúes de nuestro tiempo?
Respuesta: Sí, deberíamos naturalizarla. La negamos yo creo que por superstición, porque pensamos que al nombrarla la estamos invocando y no es así. Esta novela obedece a varias preocupaciones, pero una es esta. Últimamente he visto las consecuencias de gente que no se preparó para la muerte de sus seres queridos y después fue teniendo duelos innecesariamente más dolorosos. Aunque cada duelo es distinto, es respetable. Tengo una amiga tanatóloga que me contaba cómo ha visto a muchas personas que, ante la perdida de un ser querido, llegan a tener secuelas físicas enormes y que al hacer un recuento de su vida se dan cuenta que las adquirieron en el momento en el que les negaron un duelo.
Si pudiera elegir, moriría después de una gran fiesta, sin darme cuenta
P: "A las personas se las va olvidando en la medida en que no nos son útiles", leemos en Cien cuyes.
R: Somos una sociedad cada vez más longeva con la paradoja de que es una sociedad que le rinde culto a la juventud, yo creo que esa tirantez va a terminar por hacernos implosionar. Creo que se están dando las condiciones para que empecemos a hablar de lo que va a implicar la tercera, y hasta la cuarta, edad. Ya empieza a haber señales. Veo en las noticias que el tema de las pensiones arrinconó a Emmanuel Macron en Francia… La literatura conversa con los tiempos que le toca narrar y creo que esta novela es un aporte a esa conversación.
P: ¿Visibilizar esa vejez fue un propósito buscado?
R: Sí y creo que ha partido de un interés egoísta porque yo he entrado en la cincuentena y he podido intuir la parte del camino que está por venir. Suelo usar mi escritura para ponerme en situaciones que no me va a gustar vivir para curarme en salud, para preguntarme qué haría en determinadas circunstancias. En el pasado he escrito sobre un padre que se preocupa por el destino de su hija en una sociedad machista porque parece que hay un intento de feminicidio. En este caso, le he dado voz a un grupo de ancianos para ponerme en sus zapatos y entender lo que me va a esperar.
Soy un autodidacta y creo que parte de mi aprendizaje proviene de haber escuchado siempre a la gente mayor
P: ¿Cómo ha influido la pandemia en la escritura de Cien cuyes?
R: Creo que ha sido la cereza amarga de un pastel que se ha ido cociendo muy lentamente. Desde niño he tenido la fortuna de tener mucha curiosidad por los ancianos. Soy un autodidacta, no tengo ningún diploma que acredite todo lo que sé ahora, y creo que gran parte de mi aprendizaje tiene que ver con haber escuchado a mucha gente mayor que yo. En la pandemia no escribí ni una sola línea de ficción, pero después empezó a surgir en mí esta necesidad de hacerlo sobre la soledad de los ancianos.
P: Ha contado que lo escribió con frenesí, en poco tiempo…
R: Sí, lo tenía fermentando durante años; pero fue la muerte de mi suegro el año pasado y como afrontó la muerte con una dignidad hermosa, si vale el término, lo que me conmovió para decidirme a escribir esto.
P: -Aborda otro tema tabú, más allá de la propia muerte, que es la muerte digna...
R: Que es el siguiente paso…
P: ¿Es una de nuestras grandes cuentas pendientes como sociedad?
R: Sí; quizá en mi caso hay un aliciente adicional y es que la sociedad peruana –la latinoamericana en general, pero la peruana en particular-es muy conservadora, hay un espíritu religioso que todavía se posa sobre las decisiones públicas. Esta novela es una especie de protesta amable sobre este tema. Si del actual Congreso peruano dependiera, ninguna mujer debería abortar si fuera violada, ni ninguna persona tendría derecho a la eutanasia aunque esté sufriendo atrozmente en sus últimos días. Esta novela es una respuesta a esa mirada conservadora de cómo deberíamos vivir nuestra vida.
Perú es una sociedad muy conservadora, y esta novela es una respuesta a esa mirada
P: La figura del cuidador es esencial. Dice el personaje de Eufrasia: "¿Quién me iba a cuidar en mi vejez? Usted puede pagar, los pobres necesitamos a nuestros hijos".
R: Para mí, que soy un escritor realista que vive en Lima, es imposible no usar como telón de fondo las contradicciones sociales que hay en mi país. La figura de Eufrasia es importante porque por un lado trata de encarnar a la mujer como responsable del cuidado en nuestros países; o sea, el cuidado en nuestro país tiene cara de mujer.
P: Eso es universal…
R: Sí, es verdad. Y, por otro lado, siempre es una mujer de una condición económica menor que pone todo su amor y de la que se dice que es parte de la familia hasta que te das cuenta de que esa ambigüedad se rompe. Eres parte de la familia pero con letras pequeñitas, es muy doloroso de constatar porque ilustra una sociedad desigualitaria. Son relaciones asimétricas.
P: -Aborda un tema duro, pero con humor. ¿Este nos salva?
R: El humor es un escudo que en mi caso siempre ha sido involuntario. Desde pequeño, ha sido una manera de lidiar con las cosas terribles que me ha tocado ver y cuando escribo me sale naturalmente. Creo que es también un arma colectiva. Acaba de salir el índice de la felicidad, donde Finlandia ocupa el primer puesto, pero me parece que es una jerarquización tramposa, una visión cartesiana de lo que implica ser feliz: sociedades con mayor igualdad, de acuerdo… Pero no estoy seguro de si es gente más feliz que la cubana o la peruana o la colombiana que, a pesar de sus estrecheces, sigue enfrentándose a la vida riéndose de lo que le pasa. Ante ese ranking de la felicidad, yo quisiera anteponer el ranking latinoamericano de la felicidad, de una sociedad que a pesar de sus vicisitudes es capaz de sonreír.
P: -Pese a todo, sus personajes irradian una gran pasión por la vida...
R: Creo que tengo una debilidad por los personajes intensos o que buscan la intensidad en su vida. Yo, como narrador, me dedico a presentarlos de una manera neutral y -ojalá- elegante para que sean ellos a través de sus acciones y sus diálogos los que transmitan su locura, sus intensidades, sus obsesiones.
El racismo es la gran enfermedad de Perú y explica muchos de los problemas
P: ¿El racismo es un problema en su país?
R: Quizá esta es la novela en la que menos hablo del racismo, pero está latente, se siente. Probablemente el racismo sea la tara principal de mi país. Explica mucho de los problemas que tenemos hoy como sociedad, la falta de políticas públicas y las protestas sociales de las que el mundo fue testigo en los últimos meses. El racismo es la gran enfermedad de mi país.
P: Perú ha tenido siete presidentes en seis años... ¿Cuál es su radiografía de la situación?
R: Para hacer una radiografía tendría que usar una placa gigantesca que se remonte al momento de la fundación del Perú con ese nombre. La primera vez que aparece con letras occidentales es en un contrato en el que tres socios españoles dicen que cuando encuentren este reino al sur de Panamá van a obtener rédito de él. Perú nació como una empresa. Para ser expoliado y para que sus habitantes sean funcionales al capital. Esa génesis te explica mucho las cosas que están pasando hoy en día, siglos después. Una gran mayoría autóctona, originaria o mestiza que se siente relegada mientras unos pocos más occidentalizados o blancos –mirá si soy crudo- se llevan siempre los mayores privilegios. Esta realidad histórica unida a que no hubo interés por crear instituciones sólidas termina con una política tan errática, tan explosiva.
P: Parafraseando entonces el inicio de la célebre novela Conversación en la Catedral de Mario Vargas Llosa, ¿en qué momento se jodió el Perú?
R: El Perú se jodió apenas se lo nombró en castellano.
P: ¿Por qué el expresidente Pedro Castillo fracasó de forma tan estrepitosa (con cinco primeros ministros y 80 ministros en solo año y medio)? ¿Le sorprendió?
R: No, porque desde que era candidato se veía que era un hombre limitado. Yo tenía la esperanza de que, pese a ello, pudiera atraer a un Gabinete de consenso, tecnócrata, equilibrado… Pero yo creo que por miedo básicamente, por inseguridad, se parapetó tras un grupo de gestores estúpidos de su entorno más cercano. Y el hecho de que ahora esté en la cárcel después de un intento de golpe habla mucho de su estupidez. Y Dina Baluarte (la actual mandataria) es una sucesora legítima desde el punto de vista de las leyes, pero poco legítima desde el punto de vista de la ejecución del poder.
La paradoja de ser peruano es alegrarte porque los presidentes pueden acabar presos y entristecerte por ver que la corrupción está en todos
P: Y Castillo ahora comparte cárcel con otro expresidente, Alberto Fujimori...
R: Sí, es la paradoja de ser peruano... la paradoja de alegrarte porque en Perú los presidentes pueden terminar presos pero también de entristecerte porque te das cuenta de la realidad de que la corrupción está en todos. Hay un dicho peruano que dice "se sufre, pero se goza"; podría ser tanto un resumen de la situación sociopolítica actual, como un epígrafe de mi novela: se sufre pero se goza (risas).
P: -En otras obras ha abordado el tema del machismo. Lanzó un podcast (Machista con hijas) en el que contaba las complicaciones de ser padre con tres hijas. ¿Cómo lo lleva?
R: No puedo dejar de reconocer que vengo de un hogar machista, de hermanos hombres, criado en un colegio católico de solo hombres en una provincia muy conservadora. Es imposible que en tu cerebro no aniden estas costumbres y por ello tengo que estar atento, alerta. Creo que mi mayor logro como ser humano ha sido tener una relación muy armónica con mis hijas.
P: ¿Qué fue lo más difícil de escribir este libro?
R: Fue no saber si lo que había escrito era bueno, porque empecé a escribir prácticamente en trance, como un poseso, sin entregárselo a nadie. Lo más difícil fue la espera del veredicto.