Quién no ha querido ser John Wayne en El hombre tranquilo o La diligencia. A buen seguro, muchos españoles (de cierta edad) y presuponemos que más estadounidenses. Los niños del siglo XX crecieron con las películas del Oeste. No le dábamos muchas vueltas. John Wayne era un modelo a imitar.
Pero en los últimos años los estudios de género están revisando a nuestros clásicos. Los observan bajo el microscopio feminista. Entre esos académicos está la especialista en estudios cristianos, Kristin Kobes du Mez.
La historiadora estadounidense –que es cristiana- investigó durante años la masculinidad dentro en la iglesia evangélica estadounidense. Se preguntó si los pastores no se habían apropiado de mala manera de esos modelos masculinos como John Wayne.
El actor no era ni evangelista ni muy piadoso (se convirtió al catolicismo en el lecho de muerte), pero su traje le sentaba bien a los nuevos protestantes americanos. Era como una nueva reencarnación de Jesús en la tierra: un hombre atrevido, valiente, rudo, con los pies en la tierra, seguro de sí mismo.
Kristin Kobes du Mez siguió tirando del hilo y encontró ese mensaje distorsionado en sermones, libros de texto, radios, televisiones afines. Otros modelos salieron a la luz: escritores como John Eldredge y su Wild at heart, actores como Mel Gibson y su Braveheart y políticos como Theodore Roosevelt o Ronald Reagan. Y esa línea le llevó hasta Donald Trump. El 80 por ciento de los evangélicos le votó en 2020. Para la autora, era lógico. Era su modelo de masculinidad.
Como escribió David Brooks en The New York Times, Trump era “la encarnación de muchas de las heridas abiertas que ya existían en partes del mundo evangélico blanco: misoginia, racismo, olvido racial, culto a las celebridades, resentimiento y la voluntad de sacrificar los principios por el poder”.
Tras su investigación Kristin Kobes du Mez publicó en 2020 el libro Jesús y John Wayne. Cómo los evangélicos blancos corrompieron una fe y fracturaron una nación, que ahora llega a España gracias a la editorial Capitán Swing.
En su análisis, la autora explica que los hombres evangélicos tuvieron una crisis de identidad a comienzos del siglo XX, con el éxodo hacia las ciudades. Antiguos granjeros rebajaban ahora su testosterona en oficinas de nueve a cinco. Poca fuerza física se necesitaba para fichar entrada y salida.
La virilidad y la masculinidad estaban en juego, y con ello “la civilización cristiana blanca”. La religión no ayudaba tampoco. Jesús se había feminizado: era amable, empático, dialogante, indulgente, como decían los evangelios. Algo había que hacer.
¿Pero qué? La tesis de la autora es que algunos evangelistas buscaron en la cultura popular los apropiados modelos masculinos y comenzaron a introducirlos en sus sermones. Fue un proceso lento, que comenzó hace 75 años, y que se vio favorecido por la falta de jerarquía evangélica, sin un papa para marcar doctrina.
Los pastores más carismáticos llenaban las iglesias y algunos de ellos tenían claro cuál era el rol de hombre y de la mujer. La América cristiana estaba en juego. Había que defenderla de amenazas como el comunismo, el laicismo, la diversidad sexual, el feminismo o la inmigración.
El modelo, que pudo funcionar durante años, está ahora en crisis. Ha habido divisiones y merma en sus filas. En 2006, el 23 por ciento de los estadounidenses se declaraban protestantes evangélicos blancos. En 2020, se redujo al 14,5 por ciento. La identificación de Trump con el protestantismo ha pasado factura.