“Soy muy escéptico con los libros”: los ricos que no leen (y lo que se pierden)
El exrey de las criptomonedas Bankman-Fried y otros ricos descalifican la lectura como una pérdida de tiempo
Otros como Bill Gates y Elon Musk son adictos a los libros y defensores de sus beneficios, como ampliar los intereses
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“Soy muy escéptico con los libros (…) Creo que si escribiste un libro, la jodiste; debería haber sido una publicación de blog de seis párrafos”. Quien pontifica así es Sam Bankman-Fried, exgenio financiero, exrey de las cripto, exniño mimado de Sillicon Valley y CEO de FTX. Quién sabe si leer le hubiera ahorrado la bancarrota, la detención en Bahamas y la acusación de ser “uno de los mayores defraudadores en la historia de Estados Unidos”.
Hay otros ricos que no son nada escépticos. Véase Elon Musk. El fundador de Tesla leyó la Enciclopedia Británica con 9 años y devoraba libros 10 horas al día. Al menos, eso dijo a la revista Rolling Stone. Caso más conocido es el de Bill Gates, adicto a los libros de papel, los de toda la vida, donde anota compulsivamente en los márgenes. Lee menos (una hora al día), excepto en su semana anual de retiro, donde ingiere volúmenes junto a Coca-colas. Todos los años publica su lista de recomendaciones lectoras. Como Elon Musk, leer ayudó a Bill Gates a despegar en su carrera.
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Pero no está claro que leer mucho garantice el éxito. Otros famosos han confesado su alergia a la lectura. Ejemplos: Jamie Oliver, Victoria Beckham o Kanye West. En España también sufrimos ejemplos de antiintelectualismo (que llega hasta la pandemia). A todos hay que agradecerles su sinceridad, frente al postureo lector y estival de otras celebridades. Incluso Umberto Eco (con una biblioteca inconmensurable) confesó que no se había leído la Biblia (solo pasajes). Otros escritores admiten sus dificultades con el Quijote o el Ulises de Joyce. Incluso Schopenhauer mostró su reticencia con la lectura: denotaba horror vacui a la falta de ideas propias (curiosamente, Schopenhauer gusta a muchos escritores).
Sam Bankman-Fried y otros no lectores no saben lo que se pierden. Quizá sea exagerado recordarles aquello de “leer me cambió la vida” de Vargas Llosa, pero sí que la lectura “vuelve extraordinario y extraordinario lo natural, disipa el caos, embellece lo feo”. Y multiplica la vida de uno.
Hay más razones para convencer a los escépticos, todas muy manidas pero no por ello falsas: quien lee nunca se aburre, se vuelve más empático, menos estresado, se concentra más y tiene mejores conversaciones (porque tiene más cultura y más intereses). Si no les parecen suficientes, echen un ojo a los recientes estudios sobre el impacto de la lectura en la longevidad y para prevenir la demencia.
Que se lo digan al personaje interpretado por Bill Nighy en Una cuestión de tiempo. Podía vivir cada día dos veces y ese tiempo de más lo aprovechó para leerse a Dickens enterito. También Fernando Fernán Gómez admitía que uno de los grandes placeres de la vida era releer sus libros predilectos (más que escribir).
Recientemente The New York Times publicó un artículo de un exrecluso sobre cómo le ayudó Cien años de soledad a escapar a otra soledad, la de su presidio. Quizá Sam Bankman-Fried lea ese artículo –o este- en su propia celda y recupere las lecturas pendientes. Tiempo tendrá de sobra para vencer su escepticismo. Se enfrenta a cadena perpetua.