El 26 de enero de este año el escritor y periodista Alejandro Palomas hizo público en la Cadena Ser que había sufrido abusos y agresiones sexuales continuadas entre los ocho y nueve años de edad por parte de un docente religioso del colegio La Salle de Premià (Barcelona).
Tras la confesión de Palomas otros antiguos alumnos se atrevieron a contar que ellos también fueron víctimas del mismo profesor. El caso se convirtió en foco mediático. Palomas llegó a reunirse con el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, para pedirle medidas efectivas que acabaran con la lacra de los abusos a menores por parte de miembros de la Iglesia. El Congreso aprobó la creación de una comisión para investigar la pederastia en la Iglesia, pero desde entonces poco se ha avanzado. "El interés solo duró tres semanas, luego llegó el vacío", denuncia el escritor en NIUS.
Para evitar que su voz y la de miles de niños víctimas de abusos se quede en un simple "pico de actualidad", Alejandro Palomas decidió dejar constancia escrita de su historia. "Debía ponerlo en negro sobre blanco, porque esto no se borra" y el resultado es su libro más íntimo y desgarrador. "Esto no se dice" (Destino), que por cosas del azar llega a las librerías cuando se acaba de conocer la muerte del Hermano Jesús Linares, el religioso que le violó.
Pregunta. ¿Cómo te sentiste al enterarte?
Respuesta. Te puedo contar cómo reaccioné. Estaba a punto de dar una conferencia y cuando me lo dijeron tuve que ir al baño a vomitar.
P. ¿No pensaste que de alguna forma algo se cerraba?
R. No, el daño ya está hecho, la herida es imborrable. El niño abusado nunca muere, sigue viviendo en el adulto para siempre.
P. ¿Cómo ha marcado al adulto que ahora eres?
R. En todo. Yo he sido un hombre que ha estado siempre pidiendo perdón por vivir. Creyéndome que no merecía las cosas, que nadie me iba a querer, que nadie se iba a enamorar de mí porque estaba manchado y se iban a dar cuenta. No he disfrutado del sexo, cuando partes del aprendizaje sexual que viví yo, el ser el objeto de alguien que te culpa por darle placer, el sexo se convierte en un infierno. El monstruo siempre está presente.
He tenido muchos problemas, de autoestima ya ni te cuento. Y siempre he vivido las alegrías con la sensación de que no iban a durar. Nunca he terminado de disfrutarlas completamente. Siempre he pensado cuándo va a llegar la otra cara, porque seguro que hay otra cara, como había otra cara con él.
P. Lo acabas de decir y en el libro también lo cuentas, tu abusador te hacía sentir culpable...
R. Sí, cada vez que abusaba de mi, cuando terminaba me decía ¿Ves lo que me haces hacer? La culpa es de tu cuerpo, repetía. Yo me sentía fatal porque pensaba qué hago yo que le hace tanto daño a este hombre, que además es tan bueno, porque yo creía que él era muy bueno. Era la perversión sobre la perversión. Así que rezaba para que Dios me matara el cuerpo. Si el problema era mi cuerpo tendría que desprenderme de él como fuera. Pensaba que si Dios mataba mi cuerpo y yo podía seguir viviendo sin él quizá se terminara todo aquello. No es que yo quisiera morirme, lo que quería era que mi cuerpo desapareciera porque así no pasaría más.
P. Y en medio de esa angustia es cuando se lo cuentas a tu madre
R. Sí, una de las cosas que me movió a hacerlo y a decírselo a mi madre fue la culpa que sentía, porque yo sabía que le estaba ocultando algo importante. A veces sentía que la estaba traicionando y que le mentía. Entonces me sentía super mal porque mi madre para mi era todo.
P. ¿Y qué esperabas que pasara después?
R. Nada. Cuando lo conté de niño fue un poco como cuando lo he contado ahora. Fue una cosa totalmente visceral, una decisión que no medité. Salí del colegio corriendo y fui a los brazos de mi madre a llorar y a decirle está pasando esto y estoy desesperado, fue fruto de la desesperación. No esperaba nada más allá del consuelo, era un grito de auxilio porque ya no podía más.
P. ¿Qué sucedió entonces?
R. Mis padres fueron a hablar al colegio y los religiosos les dijeron que no se preocuparan, que tomarían cartas en el asunto, pero que por favor fueran discretos porque esto era algo interno y que mejor dejarlo en sus manos. Y eso es lo que hicieron, eran otras épocas.
Al día siguiente tuve que volver al colegio y enfrentarme a mi abusador. Yo tenía miedo, porque era mi tutor. Pero ese primer día ya había cambiado absolutamente conmigo. Los abusos sexuales acabaron pero el maltrato psíquico empezó. Pasé de ser su niño protegido a alguien que no existía, nunca más existí para él. Fue duro porque como era tan perverso y conocía todos mis puntos flacos se ocupaba de torturarme y me hacía hacer en clase todas esas cosas que él sabía que a mi me aterraban. Jugaba con eso. Duró hasta que terminó el curso. Y luego empezó el acoso de mis compañeros.
P. ¿Por qué?
R. Por mi amaneramiento, imagino. Yo era un niño delicado, que no jugaba al fútbol, lo que me gustaba era leer. Pero en aquellos momentos desarrollé el terror de que en realidad ellos me acosaban porque sabían lo que había pasado. Yo pensaba, saben, así que no puedo responder, porque aunque no lo digan, ellos saben. Nunca lo conté en casa y esto duro cuatro años. Hasta que hice 8º de EGB y salí del cole.
P. ¿Te arrepentiste alguna vez de haberlo contado?
R. Sí, porque además la reacción de mi padre fue muy muy fea. Me hizo sentir que yo le había fallado y que se avergonzaba de mí. Desde ese día me dejó de llevar al colegio. Nunca más me llevó a clase y yo entendí que era porque no quería que lo relacionaran conmigo, que le vieran conmigo. Mi madre me puso la excusa de que él había cambiado de horario en el trabajo, pero era mentira. No me llevaba porque se avergonzaba de lo que había pasado. Mi padre estaba muy metido en el cole, en la asociación de padres, en el tema deportivo, y entonces veía aquello como una verguenza.
Nunca pude hablar con él sobre el tema. Era una persona terrible. Un hombre que no sabía querer. No lo educaron para querer.
P. En el libro desvelas un episodio que no habías contado nunca de abuso sexual por parte de tu padre, cuentas que se masturbó frente a ti estando solos en casa
R. Sí. Es un recuerdo que yo había bloqueado y que me ha salido a raíz de todo esto. Lo viví como una prolongación de lo que había sufrido con Linares. No entendía nada, no sabía por qué sucedía, piensa que él lo hizo después de que yo contara lo del Hermano. No sabía cómo interpretarlo, si era un castigo o qué era. Sabía que no podía decírselo a mi madre, porque la mataba, así que me lo callé para que no sufriera. Llegué a pensar que lo que tenía que hacer para ganarme a mi padre era lo mismo que lo que el Hermano me obligaba a hacerle a él. Fue terrible, pero no se repitió. Me convertí en un niño mayor demasiado pronto.
P. Un niño muy solo
R. Total. Aprendí enseguida que estaba solo y que iba a ser solo para siempre. Y a partir de ahí esa fue mi forma de relacionarme con el mundo. Nunca he podido confiar plenamente en otro ser humano. Eso no sé cómo se hace. No se vincularme así. No tengo esa capacidad. La única forma en que puedo conectar es a través de la literatura, contando mis historias o mis experiencias a través de la escritura. Pero en la vida real no puedo, no me fío de nadie.
P. Por eso dices en el libro que la literatura te salvó la vida...
R. Sí. Me refugié en la escritura porque antes me había refugiado en la lectura y a través de la lectura había descubierto que había unos mundos que no eran este y que se adecuaban mucho más a mí que este. Que había más gente ahí fuera a la que yo no veía pero a la que sí podía oír. Y a partir de ahí fue como ¡guau!, no todo es esto. No todo es esta realidad, sino que hay más planos. Y bueno, me hice un lector súper ávido y de forma natural el ávido lector lo que quiso fue ser él quien creara esos mundos, a mi medida. Y sobre todo me resultaba muy atractivo conseguir provocar en los demás con mi obra la misma sensación y la misma emoción que los libros habían conseguido provocar en mi.
P. Inventarte otros mundos para huir del tuyo
R. Sí, para sobrevivir al mío tenía que habitar otros.
P. En este libro, sin embargo, te abres en canal ¿Has llorado mucho escribiéndolo?
R. He descubierto muchas cosas sobre mi que había borrado. Ha sido un viaje de descubrimiento. Y sí he llorado, pero sobre todo acordándome de mi madre. Yo me he dado pena, pero he llorado siempre que el recuerdo me conectaba con mi madre. Todavía la lloro mucho porque el duelo es muy reciente y me cuesta mucho estar sin ella. Murió hace poco más de un año.
P. Se nota, porque está muy presente en las páginas. Su presencia lo impregna todo.
R. Yo siempre digo que mis novelas no están escritas sobre papel, sino sobre silencio. Y en este caso el libro es como si estuviera escrito sobre la fotografía de mi madre. Y eso cambia mucho cómo te enfrentas a la página porque sabes que le hablas a ella. Me ha puesto en un modo mucho más confiado. Ha sido como una conversación íntima entre los dos, un viaje a dos en el que uno no está presente, pero ésta.
P. ¿Te ha servido para sanar las heridas?
R. Pues todavía no lo sé. No lo he escrito para eso, pero he descubierto muchas cosas de mí en relación a mi infancia que yo desconocía o tenía silenciadas, por lo cual no era este el objetivo, pero quizás sí, algo de esto está empezando a aparecer. También habrá más o menos curación según sea la reacción desde fuera.
P. ¿Y cuál te gustaría que fuera?
R. Me gustaría sobre todo una ola de empatía. Creo que es lo primero que me gustaría que sucediera. Que al terminar de leerlo se sienta emoción. Yo quiero emocionar porque los cambios sociales empiezan por la emoción, no empiezan por la cabeza. Esta es una realidad social que hay que cambiar y para empezar a hacerlo tenemos que ser emocionalmente conscientes de que hay gente que sufre por esta lacra, y que nos puede tocar a cualquiera, a nosotros, a nuestros hijos, a quienes más queremos.
Me gustaría que sirviera para concienciar socialmente del problema y para que a nivel institucional el tema se tratara de otra manera, para que se le diera un impulso. Es un libro que pide un paso adelante.
P. ¿Es posible la felicidad después de haber vivido algo así en la infancia?
R. Yo me considero un hombre feliz, dentro del umbral de felicidad que cada uno tiene. En mi caso es el alivio. El estar en paz. Poder tener un buen diálogo conmigo mismo me basta. Yo parto desde la desventaja, entonces la paz, la tranquilidad, este tipo de bálsamo me consuela. La verdad es que no sé si llamarlo felicidad. Quizás debería llamarlo bienestar más que felicidad.
P. ¿Qué pregunta te gustaría no haber tenido que contestar desde que te decidiste a contarlo?
R. La de por qué ahora. Es lo más terrible que puedes decirle a alguien que se ha decidido a hablar después de callar tanto tiempo. La pregunta no debe ser nunca por qué ahora, sino qué ha pasado durante tantos años para que no haya podido hablar. Qué se rompió, que le mataron por dentro, a qué tenía miedo. A eso he intentado dar respuesta en mi libro. Espero que sirva para algo.