“La guerra civil es la forma más aguda de la lucha de clases”, escribió Lenin en septiembre de 1917 y así lo recuerda Antony Beevor en Rusia, revolución y guerra civil 1917-1921. “Lenin estaba convencido de que para hacerse con el poder absoluto habría que pasar por una guerra civil”. Esa guerra civil en la que murieron “entre seis y diez millones de personas” -más que la revolución de 1917- protagoniza el último libro del historiador militar británico, autor de obras célebres sobre la batalla de Stalingrado, la caída de Berlín o la guerra civil española. Armado con su característico estilo narrativo que teje hábilmente hechos históricos con las memorias de generales, burgueses, obreros y campesinos, Beevor pinta un lienzo épico y sangriento de trazos y colores brutales que distan mucho de los románticos acordes del Doctor Zhivago, tal vez la referencia más popular sobre aquel vendaval de la historia.
Desde el mar Negro al Báltico, de Odesa a Vladivostok, a bordo de trenes blindados y a lomos de la caballería, en marchas sobre el hielo y en buques de guerra en el Caspio, Rojos y Blancos se cruzan en los vastos espacios de Rusia en un conflicto que atrajo en apoyo de los contrarrevolucionarios a británicos, franceses, polacos, griegos, norteamericanos, japoneses y, por encima de todos, a una extraviada legión de voluntarios checos que, como los 10.000 de Jenofonte, terminó vagando y combatiendo por Siberia contra el Ejército Rojo. Derrotados finalmente lo últimos reductos Blancos, los bolcheviques triunfaron y el final de la guerra civil dio paso al nacimiento de la Unión Soviética.
“La guerra civil rusa no fue el mayor conflicto del siglo XX, pero sí el más influyente por las consecuencias que tuvo en todo el mundo y, sobre todo, en Europa”, nos dice Beevor en una entrevista vía Zoom tras recuperarse del covid. “Fue el horror de la destrucción y la crueldad de ese conflicto lo que creó no sólo la división entre rojos y blancos en la Revolución rusa, también el nazismo, el fascismo y llevó al círculo vicioso de terror y odio de la guerra civil española y la Segunda Guerra Mundial.
Debemos entender que fue este horror, este temor a la destrucción y la crueldad lo que alimentó el círculo vicioso de retórica en los años 30. En España tuvisteis a Largo Caballero, el 'Lenin español', amenazando con la destrucción completa de la clase media y luego la respuesta de Calvo Sotelo a comienzos de 1936 y esta idea de que el ejército y la derecha pudieran tratar de destruir todas las formas de socialismo o liberalismo. Todo lo que vemos es un producto de esta cadena de acontecimientos”.
Pregunta: Su nuevo libro, Rusia, revolución y Guerra civil 1917-1921, se publica en un momento en que Rusia vuelve a acaparar los titulares por su invasión de Ucrania. ¿Por qué Rusia, el país más extenso de la Tierra, quiere ampliar aún más su territorio e influencia?
Respuesta: Rusia siempre se ha sentido amenazada. Muchos dicen que hay que buscar el origen en la invasión mongola del siglo XIII. Rusia siempre se siente rodeada y por eso trata de aumentar su influencia en las tierras fronterizas para impedir nuevos ataques. Es una forma extraña de miedo existencial, que está ahí. Las invasiones mongolas también afectaron su modo de hacer la guerra. Crearon la idea de que la crueldad manifiesta y la brutalidad era un arma esencial. Desde entonces, los rusos han aceptado esto como un fenómeno natural. Así fue en las guerras coloniales que extendieron el imperio en el siglo XIX en el Cáucaso, el sur de Rusia o Asia Central. Así lo vemos en la guerra civil rusa, pero también en la Segunda Guerra Mundial. Esta necesidad de aterrorizar a tu enemigo con la sangre y la espada, el saqueo, la violación, la destrucción y la matanza de civiles. Lo vimos en la venganza contra los alemanes en 1945 pero también en Europa central en 1945 las acciones del Ejército Rojo fueron bastante aterradoras.
P. ¿Esperaba la invasión de Ucrania?
R. En los años 30, británicos y franceses subestimaron a Hitler. No podían creer que alguien quisiera una repetición de la guerra europea. Ahora Occidente no podía creer que alguien quisiera otra guerra europea, la primera desde 1945. Solo un puñado de personas predijo que Putin sería muy capaz y que la invasión era bastante probable. Pero la mayoría, Angela Merkel y el resto de líderes, asumieron que eso era parte de un pasado distante, que el mundo ya no funcionaba así, que el mundo estaba tan interconectado por el comercio global que una guerra a la antigua usanza era impensable. Nos equivocamos de principio a final.
P. La Revolución rusa acabó con siglos de autocracia zarista e impuso una dictadura comunista durante 70 años. Cuando se hundió la Unión Soviética, los rusos experimentaron brevemente un período caótico y corrupto de democracia para volver años después a la autocracia bajo Vladimir Putin. ¿Por qué es tan difícil que la democracia arraigue en Rusia?
R. El modelo autoritario en Rusia se basa en una especie de mentalidad zarista. Incluso después de la revolución, los campesinos veían al líder soviético como un zar rojo. No podían imaginar una sociedad sin un líder fuerte. Este es uno de los grandes problemas en Rusia. Por el temor, más que nada. Si uno recuerda la muerte de Stalin, todos lloraban, incluidos los que habían sufrido bajo Stalin por temor a otra guerra civil rusa. También cuando el golpe a Gorbachov y en el tiempo de Yeltsin había temor a otra guerra civil rusa. Putin ha sido muy listo en la manipulación de la memoria de la guerra civil rusa. Ha mostrado de muchas maneras más simpatías por los Blancos que por los Rojos. Por supuesto, ha restaurado la reputación de Stalin, pero su verdadero interés es el imperio ruso, la restauración del Imperio ruso más que nada.
P. ¿No la Unión Soviética, cuya caída considera la mayor catástrofe del siglo XX, sino el imperio ruso?
R. Hablo del imperio ruso, más que la Unión Soviética. Todos esos símbolos en el palacio del mar Negro, el águila bicéfala… Ahora apenas hay vestigios dentro del Kremlin que recuerden a los líderes soviéticos, siempre son los zares. Su mentalidad es más zarista que soviética.
P. La Revolución de Febrero y la caída del zar Nicolás II pillaron por sorpresa a Lenin en su exilio suizo. Unos meses antes dudaba de que fuera a ser testigo de un acontecimiento así. Cuando se subió en Suiza al célebre tren sellado que le llevaría hasta la Estación de Finlandia en Petrogrado, le dijo a su camarada Radek: “Dentro de seis meses, o colgaremos de la horca o estaremos en el poder”. ¿Habría triunfado la Revolución bolchevique sin alguien como Vladimir Ilich Ulianov, Lenin?
Creo que es poco probable. Lenin no sólo fue quien formuló todas las políticas, también triunfó por su voluntad férrea, a veces incluso contra sus propios camaradas del comité central. En el verano y principios de otoño de 1917, a los bolcheviques no se les tomaba en serio. Los otros partidos socialistas los consideraban ridículamente extremistas y también pensaba así Kerenski y el Gobierno provisional. Kerenski los subestimó. El affaire Kornilov [un aparente intento de golpe de Estado militar] les dio una gran oportunidad. De repente, Kerenski, asustado por la amenaza de la derecha, inexistente en ese momento, buscó el apoyo de los bolcheviques y les colocó en disposición de dar el golpe de Estado de octubre.
R. Lenin supo aprovechar la oportunidad que había dejado pasar en julio…
La habilidad de Lenin en ese momento en particular se debe a tres grandes mentiras. La primera iba destinada a los campesinos. Les prometió la tierra, algo que nunca tuvo intención de llevar a cabo, siempre pensó en granjas colectivas controladas por el Estado. La segunda gran mentira iba dirigida a los proletarios, a los trabajadores de las fábricas. Les dijo que iban a dirigir las factorías, cuando realmente no tenía ninguna intención de que las fábricas fueran independientes, iban a ser controladas desde arriba por el Estado y el partido. Y la tercera mentira -clave para el golpe de Estado- es que persuadió a los soldados del frente de que les prometía la paz, cuando en realidad buscaba cambiar la guerra imperialista contra Alemania y Austria-Hungría por una guerra civil internacional. A estas tres mentiras se añade la ideología del nuevo hombre -el homo sovieticus-: una nueva sociedad de la que desaparecería el Estado en el futuro y toda la libertad renacería. Otra gran mentira porque no tenían ninguna intención de soltar el poder. La Unión Soviética se fundó gracias a Lenin sobre falsedades. Y, digámoslo, desde entonces han salido pocas verdades del el Kremlin.
P. Se estima que entre seis y diez millones de personas murieron en la guerra civil rusa. No sólo el número es tremendo, también el grado de violencia que usted compara con el de las guerras de religión europeas. “De donde vinieron los extremos de sadismo”, se pregunta. “Hacer pedazos con un sable, cortar con cuchillos, quemar y hervir, arrancar las cabelleras en vivo, sacar los ojos, empapar a las víctimas en invierno para que murieran congeladas, castrar, eviscerar, amputar? ¿Era un elemento atávico e inevitable en el carácter sin sentido ni compasión que Pushkin atribuyó a la rebelión rusa? ¿O acaso la retórica de odio político había intensificado hasta un extremo inaudito el furor de la venganza?”
R. Comparemos de alguna manera la guerra civil rusa y la española. En la mayor parte de las guerras civiles impera el miedo porque no puedes identificar fácilmente a tus enemigos, no hay frentes, hay una fragmentación geográfica. Pero en el caso de la guerra civil española, sí, hubo matanzas en ambos bandos, como en cualquier guerra civil. El bando que gana mata más que el bando que pierde y creo que a algunos historiadores les cuesta reconocerlo en el caso de España. En la guerra civil rusa, no hubo solo matanzas, hubo un grado tremendo de sadismo, crueldad totalmente innecesaria, la Cheka, la policía secreta, torturaba a las víctimas sin ninguna intención de sacar información. Esto plantea una serie de cuestiones también psicológicas. ¿Por qué hubo una crueldad tan intensa? La guerra civil rusa sólo se puede comparar con las guerras de religión, con la Guerra de los Treinta Años, cuando hubo un odio furioso llevó a una crueldad inimaginable. Se ha investigado mucho sobre las víctimas de la guerra, pero en comparación se ha hecho muy poco sobre los perpretadores de esa crueldad bélica.
P. ¿Los Blancos pudieron ganar la guerra?
R. Ellos mismos destruyeron su única posibilidad. Si se hubieran aliado con Finlandia, Estonia y Polonia, por ejemplo, en momentos cruciales, sí, podrían haber tenido alguna posibilidad de destruir a los Rojos. Pero el problema fue la arrogancia y la mentalidad de los comandantes Blancos. Kolchak, Denikin y Yudénich eran imperialistas rusos a la vieja usanza. No merecían ganar simplemente por la forma en la que trataban a los campesinos, nunca intentaron reformas, aplastaron a sus aliados -los socialistas-revolucionarios Blancos- e intentaron crear una administración civil desastrosa y corrupta. Aunque los campesinos odiaran a los bolcheviques porque les requisaban el grano, también se dieron cuenta de que eran un mal menor que los Blancos. Los blancos destruyeron sus posibilidades de victoria.
P. ¿Fue Trotski el genio detrás del Ejército rojo o este es otro mito de la Revolución soviética?
R. Fue el creador del Ejército Rojo, sin duda. Cometió errores. Hay un gran debate estratégico sobre lo ocurrido entre finales de 1918 y principios de 1919. Trotski creía que debían seguir combatiendo en el sur contra los cosacos del Don en vez de la estrategia que ganó: destruir primero a Kolchak antes de volverse contra los cosacos. Trotski inspiró el Ejército Rojo pero cometió errores fundamentales. Fue Trotski quien provocó a los checos y la larga duración de la guerra se debe en gran medida a ese error. [la Legión formada por 40.000 voluntarios checos y eslovacos que fueron a Rusia para combatir inicialmente contra el Imperio Austrohúngaro, les sorprendió la revolución y terminaron sumándose a los Blancos]. Sin los checos es complicado imaginar toda la campaña de Siberia y la creación de los ejércitos de Kolchak. Cometió otros errores, pero al mismo tiempo fue un gran inspirador en momentos clave. Fue quien salvó Petrogrado en 1919, cuando Yudénich atacó por sorpresa.
P. En la guerra civil se incuba el odio entre Trotski y Stalin.
R. Sí, una vez más, Stalin fue muy subestimado por sus rivales. Lo tenían por un gángster georgiano con el rostro picado de viruela. Los intelectuales del partido bolchevique lo tenían por iletrado, pero no lo era. Era un brillante autodidacta. Luego sufrieron por la arrogancia y el desprecio que mostraron ante Stalin. Todos y cada uno sufrieron los años del Terror, si no los habían liquidado antes.
P. El fanatismo aparece como un rasgo común en muchos líderes bolcheviques y ahí destaca, por encima de todos, en Felix Dzerzhinski, el fundador de la Checa (policía política). “He derramado tanta sangre que ya no tengo derecho a seguir viviendo”, dijo, borracho en el Kremlin un día de año nuevo y pidió a Lenin y Kamenev que le fusilaran. ¿Qué importancia tuivieron la Checa y Dzerzhinski en el triunfo de la revolución?
R. Todo golpe de Estado, sea en España o en Rusia, necesita imponer una forma de terror allá donde es minoritario para forzar la apatía o la neutralidad de la mayoría de la población. Una de las cosas de las que se dio cuenta Lenin muy pronto, apenas un mes después del golpe de Estado de octubre, era que necesitaba su propia policía secreta. Y por eso eligió a Dzerzhinski, quien luego se convirtió en un estrecho colaborador de Stalin. Ambos habían pasado por un seminario, pero terminaron volviéndose cruelmente contra el cristianismo. Dzerzhinski encarnó lo que Lenin quería, un personaje como Robespierre, incorruptible, un fanático en todos los sentidos. Venía de la aristocracia empobrecida polaca. Traicionó a su propia madre en nombre de la revolución. No tenía privilegios, dormía envuelto en un gran abrigo, no tenía calefacción en su despacho. Pero Dzerzhinski fue un idealista a su manera. Lenin era mucho más pragmático. Se dio cuenta de la posición de poder de la Checa (que se llamó sucesivamente OGPU, NKVD, KGB y FSB en la actualidad). Se le permitía torturar y matar sin control judicial. El proceso asesino, que quizá atrajo a muchos psicópatas y sociópatas, también volvió locos a muchos como resultado de las matanzas. Años después, Himmler, tomaría nota.
P. ¿Hay algo que salvar de la Revolución rusa? ¿Habría mejorado la condición de la clase obrera en Occidente sin el temor a una revolución como la rusa?
R. No había escuchado ese argumento antes. Estoy completamente en desacuerdo. Diría que el estado de bienestar en Europa no tiene nada que ver con la Revolución rusa. Cuando se ve la Alemania de Bismarck, ya había reformas que iban en esa dirección. Lo único que avanzó la Revolución rusa -y más bien la Revolución de Febrero- fue que colocó a Rusia por delante de Europa en los derechos de las mujeres. Eso es cierto. Pero en cuanto a las reformas que llevaron al estado de bienestar, no, eso fue una progresión natural que tuvo poco que ver.
P. ¿No salió, entonces, nada bueno de la Revolución rusa?
R. Eso es algo opinable. Yo veo muy poco. Creó un estado totalitario que fue en muchas maneras comparable por su capacidad asesina al nazismo. Al hablar de la Segunda Guerra Mundial, Andréi Sájarov, el gran físico y disidente ruso, argumentó que Stalin puede que matara más gente, pero antes había que derrotar a Hitler. Creo que Sájarov tenía razón.