Los 8 días del científico que desafió el secreto en China y abrió la carrera por la vacuna
Zhang Yongzhen fue el primer virólogo en compartir con todo el mundo el genoma del SARS-CoV-2. Se cumplen dos años de un momento clave de la pandemia
Esa información, que China quería controlar, era esencial para poder empezar a fabricar test y vacunas cuanto antes
Su laboratorio fue cerrado temporalmente por "rectificación"
A las 13:30 del 3 de enero de 2020, un esperado paquete de Wuhan llegó al laboratorio que dirigía en Shanghai Zhang Yongzhen, un respetado virólogo de 58 años. Era una caja de metal. Dentro, protegido con hielo seco, había un tubo que contenía varios hisopos con muestras de siete pacientes de una extraña neumonía que no paraba de extenderse sin que se supiera, al menos oficialmente, qué la causaba.
A pesar de la expansión del virus, no era fácil acceder a una de estas muestras. La Comisión Nacional de Salud china había dado orden a todos los hospitales de destruirlas o entregarlas a las autoridades. Todos tenían prohibido informar al público.
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Además del laboratorio de Zhang, al menos otros cinco habían recibido muestras para secuenciar el patógeno. Uno de ellos ya había informado, a las 16:00 del 30 de diciembre de 2019, al Hospital Central de Wuhan. En la parte superior del informe, aún poco detallado, figuraban en mayúsculas las palabras “SARS CORONAVIRUS”.
Una captura parcial de ese documento fue lo que había difundido el oftalmólogo Li Wenliang. Le costó muy caro. Le obligaron a retractarse. Terminaría muriendo en febrero a causa de la covid como un mártir, pero entonces, a principios de enero, la Televisión Central China lo calificaba como “traficante de rumores”.
Trabajo frenético en el laboratorio
En ese clima de presión y secretismo empezó el trabajo de Zhang, que tenía entre manos lo que trataba de ocultarse: la verdad de cuál era el patógeno detrás de los temibles casos de neumonía.
Zhang era entonces una persona al límite de presión. Su mujer había fallecido hacía unos meses y con su ritmo de trabajo, extenuante y prescindiendo de fines de semana o vacaciones, había llegado a dormir varias noches seguidas en el laboratorio. Aún así, para secuenciar el genoma de aquel patógeno no perdió tiempo. Estuvo casi 40 horas seguidas trabajando con su equipo hasta que a las 2:00 de la madrugada del 5 de enero dio con el resultado.
Se trataba de un virus similar al peligroso SARS-CoV del año 2002, por lo tanto era seguramente transmisible entre humanos, algo que aún ponían en duda las autoridades. Además, se lograba identificar el gen que produce la proteína espiga que da nombre a estos coronavirus, la que usan para entrar en las células humanas, y que desde hacía años se sabía que era la diana ideal para las vacunas. Los datos de Zhang permitían reconstruir al detalle la proteína clave del virus que habría de llamarse SARS-CoV-2.
Presiones
Zhang no pierde tiempo. Avisa a la Comisión Nacional de Salud. Quiere que se publiquen sus resultados. Pero se ha remitido un memorando secreto 48 horas antes que lo prohíbe.
Entonces Zhang decide contactar con un compañero cuyos mensajes lleva días ignorando. Edward Holmes, un colaborador de Australia que le manda emails para saber qué pasa en Wuhan. “¿Estás trabajando en esto?”. Al final, Zhang le responde. “¡¡¡Por favor, llámame inmediatamente!!!”.
Holmes preparaba un día de playa familiar en Sídney, pero lo cancela para llamar a su amigo. “¡Es SARS, es SARS!”, le cuenta Zhang nervioso, pero no se atreve a publicar la secuencia.
Viaje a Wuhan
En vez de eso, viaja a Wuhan el día 8 para convencer a las autoridades locales, preocupado por los millones de desplazamientos que pronto habrá con las celebraciones del Año Nuevo Lunar.
“Eso no basta”, le dice Holmes, que no para de presionarle. El mundo entero debe conocer el genoma del virus para poder iniciar la fabricación de test de detección y para investigar vacunas. Sin esa información, los científicos están a ciegas. “De verdad lo necesitamos”, insiste Holmes el día 10.
La decisión
En la mañana del día 11 en extremo oriente, aún día 10 en occidente, Zhang toma un vuelo hacia Pekín para volver a probar con las autoridades nacionales. Holmes le llama cuando estaba embarcando.
“Tienes que enviármelo”, dice Holmes
“Deja que te llame luego”, Zhang intenta ganar tiempo. Su amigo insiste. El avión va a despegar y apremian a Zhang para que apague el teléfono. Entonces se decide. “Ok”.
Holmes recibe el genoma en un mensaje enseguida. Zhang apaga su teléfono y durante dos horas se queda incomunicado, a 10.000 kilómetros de altitud, ajeno al terremoto que le espera al bajar del avión.
Empieza la carrera por la vacuna
Holmes ni siquiera lee el mensaje. Es ya medianoche pasada en Europa. Habla con un colega de Edimburgo para que publique los datos en su web, virological.org.
“Podría haber sido el ADN de una mosca. Ni siquiera lo revisé”, comentaría después Holmes. 52 minutos después, día 11 en medio mundo y aún 10 de enero en América, la información está disponible para todos los científicos del planeta. Cientos de ellos comenzaban a descargársela en esas horas. También en España, en los laboratorios del CSIC. Así arranca la carrera por la vacuna.
Cierre del laboratorio por "rectificación"
Cuando Zhang aterriza ve su nombre y el de Holmes en titulares de todo el mundo. Las autoridades acuden a registrar su laboratorio. Se lo cierran por “rectificación”, una causa que suena a represalia política. Según algunas informaciones conocidas después, llegaron a retirarle la financiación.
Pero el virólogo ha negado siempre que fuera reprimido. Su talante es diplomático y mesurado, asegura que sólo se hicieron unas revisiones de seguridad y que a finales de mes su laboratorio volvió a trabajar a pleno rendimiento en la pandemia.
Quizá su suerte fue que para entonces, y en parte gracias a él, la verdad ya no podía esconderse. Al día siguiente, los científicos estatales publicaron también el genoma que habían estado ocultado desde al menos principios de mes o incluso desde finales de diciembre.
66 días después
El carácter discreto y silencioso resulta llamativo en Zhang. Sin avisar a nadie, había subido su secuencia a red del Centro Nacional de Información Biotecnológica de Estados Unidos el mismo día 5 de enero. Antes o después, se conocería. Pero el proceso para revisar ese envío sin conocer previamente su importancia podría haber llevado semanas.
El virólogo chino terminó por entender que no se podía perder tanto tiempo, cuando el tiempo se cuenta en vidas.
Gracias a él, el 13 de enero ya se sabía cómo hacer la PCR para detectar el nuevo virus. Y en la mañana del 16 de marzo, 66 días después de que Zhang publicara el genoma, la estadounidense Jennifer Haller se convertía en la primera persona del planeta en recibir una vacuna experimental, la de Moderna. Justo en el mismo momento en el que medio mundo se confinaba, había al menos una promesa, una especie de cuenta atrás incierta para aquella pesadilla.
Zhang ha seguido manteniendo un perfil discreto. Una vez le preguntaron por qué creía que nadie más se había atrevido a hacer lo que él hizo. “No lo sé. Para muchos en China es más fácil decir lo que las autoridades quieren oír”.
Este artículo ha sido elaborado con información publicada por Gregory Zuckerman en el libro A Shot To Save The World y en artículos de diversos autores en BBC, The New York Times y Sience, que destacó a Zhang como uno de los científicos más importantes del primer año de la pandemia.