David Bartrés-Faz ha pasado por Harvard, es doctor en psicología por la Universidad de Barcelona y profesor de la Facultad de Medicina y Ciencias de la Salud. Ha escrito mano a mano con Álvaro Pascual-Leone, catedrático de neurología y nombrado 'world's most influential scientific Mind' y Álvaro Fernández Ibáñez, fundador de SharpBrains un libro con un título más que sugerente 'El cerebro que cura' (editorial Plataforma Actual).
Bartrés matiza ya en un primer momento. "No es que el cerebro vaya a curar un cáncer, pero cuando se tiene un cuerpo sano acabas teniendo un cerebro sano, y los hábitos influyen en el cerebro que se puede convertir en muy resistente. Hablamos de un órgano que controla y monitoriza al resto del organismo. Es el que lo regula todo".
Al lector le puede parecer que esto son solo palabras hasta que los ejemplos del día a día ponen esta realidad delante de nuestros ojos. Vayamos pues al día a día para visualizar la importancia del cerebro en nuestra salud. El cáncer de páncreas es uno de los que cuenta con un peor pronóstico. Una de las razones fundamentales de esto es que el páncreas tiene un gran número de conexiones con nuestro cerebro. Pero las enfermedades, por muy malignas que sean, también pueden ser inteligentes. En el caso de este tipo de cáncer lo es, ya que segrega una especie de droga que va a al cerebro con la intención de bloquear parte de la actividad cerebral. De hecho, impide que el enfermo sienta que tiene este tipo de cáncer porque el cerebro no puede monitorizar el órgano. Por eso en gran parte de los casos se llega tarde al cáncer de páncreas. Así de vital es nuestro cerebro. No en vano, como desvela Bartrés, "controla el sistema inmunológico, el impacto de todo lo que le ocurre e impacta al resto de órganos a los que regula".
La respuesta es sí y ese sentimiento influye y mucho en nuestra calidad de vida. Tanto, que para nuestra salud, los estudios científicos han demostrado que es vital tener un sentido de la vida, un motivo existencial, y relaciones cercanas. De hecho, la soledad provoca que los seres humanos mueran antes. Es más peligrosa incluso que el tabaco o el alcohol, siendo estos dos hábitos enemigos declarados de nuestro cerebro.
No solo lo que hacemos sino lo que pensamos cambia nuestro cerebro, para bien y para mal. Un cerebro excesivamente permeable no retiene el conocimiento, de ahí que aparezca al autismo. Al igual que uno insuficientemente permeable puede provocar esquizofrenia. Cada vez son más comunes los casos de hipersensibilidad cerebral, que provocan dolores crónicos, colon irritable, malas digestiones que causan incomodidad y sufrimiento.
Ser optimista puede resultar trascendental. Los estudios demuestran que las mujeres con pensamientos positivos a los tres meses de ser operadas de cáncer de mama tienen tres veces más de posibilidades de estar vivas 15 años después. Más informes destacan que tras un matrimonio de años las probabilidades de morir en los tres meses posteriores a la pareja aumenta en un 25% entre los hombres y un 5% entre las mujeres. Es tan cierto como el hecho de que el ser humano puede aparcar a la muerte hasta ver cumplido un objetivo vital que se haya convertido en el centro de su vida: el casamiento de un hijo en fecha cercana, nacimiento de un nieto...
Las enfermedades que afectan al cerebro, no obstante, debido a la mayor esperanza de vida y a la sociedad actual, han aumentado. Hablamos de depresión, de estrés, de enfermedades psicosomáticas dermatológicas, todas ellas conectadas con el cerebro. "La mitad de nuestro comportamiento lo determinan los genes, la capacidad intelectual, la personalidad, los tipos de comportamiento están determinados en otro 50 por ciento por nuestro cerebro y su entorno".
Sí, su entorno, porque hay muchos mitos del cerebro a desterrar. El primero es que el cerebro no siente, sino que el que siente es el corazón. "Pues el cerebro no solo siente sino que el entorno puede cambiarlo", destaca Bartrés. De hecho, el ser humano es el único mamífero que puede enfermar debido a sus propios pensamientos. Por eso la depresión, el estrés o la angustia vital se han convertida en epidemias en el mundo actual. La individualidad extrema y la falta de objetivos vitales son solo algunas de las razones que lo explican.
El cerebro no es ese enigma que se cree. "Se conocen muchas cosas de su funcionamiento, pero menos de su sensibilidad", reconoce Bartrés. "Hay algunos mitos como que el cerebro está en reposo mientras dormimos y no es así. De hecho usa la misma energía cuando percibe el mundo que nos rodea y filtra lo que nos interesa que cuando estamos durmiendo. Solo el cerebro gasta el 25% de la energía que consume nuestro cuerpo, algo espectacular teniendo en cuenta que de media es un órgano que representa el dos por ciento de nuestra masa corporal. Es un órgano muy caro para el cuerpo porque es el más importante", sentencia el experto.
El cerebro, queda dicho, no descansa nunca, incluso es capaz de estar vivo mientras nuestro cuerpo está muerto. Al nacer tenemos tantas células en nuestro cerebro como estrellas hay en la Vía Láctea, por eso se dice que los niños son como esponjas. Pero a lo largo de nuestra vida el cerebro corta conexiones para ser más eficiente y no malgastar energía. Su función es seleccionar, por lo que al salir del jardín de infancia ya ha eliminado la mitad de las conexiones.
Ya hemos explicado de dónde viene el término común que usamos cuando vemos la capacidad que tienen los niños pequeños de asimilar conocimientos. Son lo que es su cerebro: una máquina de aprender. Eso se acaba y llega la adolescencia en la que el cerebro es capaz de hacer muchas cosas al mismo tiempo y hacerlas bien. Pero hay un pero. En este tiempo vital el cerebro no es capaz aún de medir riesgos y beneficios. Le falta experiencia. Por eso se dice que los jóvenes no le temen a nada. Somos más viscerales, emotivos, apasionados...es la época en la que el cerebro funciona más rápido que nunca.
Entre los 40 y los 60 años, el cerebro empieza a perder eficiencia. Cuesta más procesar la información. Tal vez te cuesta más leer con la televisión puesta o dejar a un lado la información irrelevante, todo nos afecta más, somos más vulnerables. Pero y es una verdad, el cerebro es más sabio para tomar decisiones y tener una pauta de comportamiento.
Y llegando a los sesenta tenemos otro cerebro. Al que le cuesta más retener información, responde de forma más lenta a los estímulos, pero convierte a los seres humanos, en general, en más cautos, precavidos y menos vergonzosos a la hora de preguntar y expresarse. De todos estos cambios el responsable es el ambiente, pero también un cerebro que pierde unas conexiones y potencia otras.
La alimentación, el ejercicio, respirar bien y ser sociables son vitales
Es un lujo tener una dieta mediterránea en España rica en antioxidantes, destaca Bartrés, que considera la alimentación un arma fundamental para cuidar nuestro cerebro. De hecho, las personas obesas tienden a tener una peor planificación de sus actos y resolución de problemas. Saber respirar y meditar, así como el ejercicio aeróbico y las pesas, son buenas para el cerebro. Al menos tres horas a la semana de ejercicio son imprescindibles y no hablamos de andar sino correr, nadar...
La sociabilidad es una terapia para nuestro cerebro, así como ser capaz de hacer las cosas una a una. No está diseñado el cerebro para hacer muchas cosas a la vez, aunque como hemos visto en una etapa de nuestra vida lo hayamos hecho forzando la máquina. A partir de una edad, intentar hacer más de una cosa a la vez solo nos provoca una cosa: estrés y angustia.
La glucosa es un gran alimento de nuestro cerebro, y por eso comer cereales, verduras, frutas y productos lácteos no es solo bueno para poder adelgazar. Una buena dieta tiene un efecto positivo. El kiwi, los frutos secos, las espinacas, el bócoli, las patatas, verduras de hoja verde y cítricos forman un menú que nos viene bien para la cabeza. Así como los pescados con Omega.
El cerebro no para, pero necesita que duermas
Sí, eso de dormir al menos siete horas no es ninguna broma. Es grave y lo pagaremos caro si no lo hacemos como norma. Y hacerlo del tirón de noche es lo mejor. El cerebro necesita que entremos en la fase REM del sueño, pero no para descansar (ya sabemos que no lo hace) sino para procesar la información y reforzar la memoria. Sí, de ahí viene el dicho de consultar con la almohada, que no es ninguna broma. Es real, el cerebro procesa lo aprendido y lo vivido, si le dejamos, claro. Y no hacemos lo necesario. El uso del móvil, ver la televisión, hacer ejercicio tres horas antes de acostarnos, tomar alcohol y café por la noche afectan negativamente a nuestro sueño.
Un baño, música o luz suave, y usar la cama en una habitación de entre 17 y 21 grados nos ayudará a lograrlo. El cerebro es sensible a todo ello. Por cada hora que pasamos al día despiertos necesitamos media para procesar lo vivido. La falta de sueño impide recordar lo vivido o aprenderlo.Por eso en el trabajo tras dormir mal nos sentimos poco concentrados, faltos de memoria, torpes a la hora de tomar decisiones. Y otro mito a la basura. La necesidad de sueño no varía con la edad, no es cierto que al hacernos mayores necesitemos dormir menos.
Mejor tocar un instrumento o aprender un idioma que hacer crucigramas
No es malo, pero existe la idea de que hacer crucigramas es bueno para el cerebro... o sudokus. Sí, es recomendable, pero aprender un idioma o tocar un instrumento son más beneficiosos, porque estas actividades afectan a varias áreas del cerebro y suponen un reto mayor. Los videojuegos no son malos, pero el aislamiento basado en las redes sí.
Sí, cuidar nuestro cerebro y darle el cariño y los sentimientos que necesita pueden ser la mejor medicina. En Madrid hay una calle que se llama de la Salud. El nombre viene de los tiempos de la peste negra. Sí, en esa calle la gente no se contagiaba con la enfermedad o lo hacía en una proporción mucho menor. Se creía que era por el agua pero, no, fue porque se convirtieron en una comunidad donde todos se ayudaban. Eran sociables. Su cerebro les hizo más fuertes. Y sobrevivieron.