En lo que va de año, Siberia ha dejado titulares que lamentaremos en el mundo entero durante mucho tiempo. Desde las temperaturas que ha alcanzado de manera prolongada –igualando a Sevilla– hasta los incendios que dejan imágenes infernales, pasando por la pérdida de hielo masiva en el norte de Rusia. La ONU advierte de las repercusiones globales.
Siberia es la región más fría de Rusia y una de las más frías del mundo, algo que se ha notado poco este 2020 y que tampoco se notó demasiado en 2019. Los seis primeros meses del año han sido 5ºC más cálidos que el promedio de 1981-2010 en toda la región y en junio la anomalía ha sido incluso más acentuada: de hasta 10ºC. Llama la atención el récord de Verkhoyansk el 20 de junio, de 38ºC.
La explicación al episodio la encontramos en un patrón atmosférico de bloqueo establecido sobre esta zona del Ártico, junto con un "giro persistente hacia el norte de la corriente en chorro que ha estado enviando aire caliente a la región”, ha definido recientemente Clare Nullis, portavoz de la OMM (Organización Meteorológica Mundial), en una conferencia de prensa en Ginebra.
Entre las primeras repercusiones que estamos observando se encuentra la propagación del humo de los incendios. De la vegetación que está devastando el fuego se desprenden gases que además de ser nocivos para la salud contaminan muchísimo: “Monóxido de carbono, óxido de nitrógeno, compuestos orgánicos volátiles y partículas sólidas de aerosoles”, enumera una nota de la ONU. Si hablamos en dióxido de carbono, que contribuye a disparar el efecto invernadero sobre nuestro planeta, solo en junio de 2020 las llamas en Siberia emitieron el equivalente de 56 megatones de CO2.
Los árboles almacenan el CO2 mientras que desprenden oxígeno. Cuando se talan o arden, dejan de producir oxígeno, y liberan ese dióxido de carbono que retienen.
El hielo marino está desapareciendo a pasos agigantados. El incendio forestal ártico más activo actualmente está a menos de ocho kilómetros del Océano Ártico, lo cual se está traduciendo, en particular desde finales de junio, en una extensión muy baja del hielo marino en los mares Laptev y Barents, según el National Snow and US Ice Data Center (NSIDC) que lo monitorea.
Esta fusión del hielo, a su vez, deriva en un deshielo del permafrost que nos lleva al mismo resultado: la emisión de gases de efecto invernadero que recalentarán el mundo en los próximos años. El que más se emite de esta capa de hielo permanentemente congelada es el metano, un gas que puede llegar a durar miles de años en la atmósfera.
Un nuevo estudio de Nature Climate Change ha aparecido en los medios de todo el mundo la última semana. La investigación titulada ‘La duración de la temporada de ayuno establece límites temporales para la persistencia global del oso polar’ tiene una conclusión clara: “La reproducción y la supervivencia en declive abrupto pondrán en peligro la persistencia de todas las subpoblaciones del Ártico, excepto algunas, para el año 2100”. Los osos polares serán una de las especies que esperamos ver desaparecer.
Una frase que siempre se repite cuando se da un episodio de El Niño es que “lo que pasa en el Ártico no se queda en el Ártico”. Lo raro de este año, es que este fenómeno que define el calentamiento de las aguas del Pacífico y, en última instancia, un cambio en los patrones de movimiento de las corrientes marinas, no se ha dado hasta el momento.