Cuando hace 'malo', las orugas se resguardan en sus bolsones y esperan a que las condiciones sean favorables para bajar de los pinos que habitan y de cuyas hojas se alimentan. Con más de 20ºC y los almendros florecidos, esta oruga hace semanas que empezó a acercarse a los parques de la capital y a poner en peligro a quienes pasean por ellos. Hasta ahora, los trabajos de extinción se han duplicado y el problema es más visible que nunca en la historia de la capital.
Las condiciones son perfectas para su proliferación y en Madrid se han apoderado de 40.000 hectáreas de pinares de las 60.000 con las que cuenta la ciudad. Cada año el Cuerpo de Agentes Forestales de la comunidad lleva a cabo una campaña de evaluación de las plagas con el objetivo de localizar las zonas más pobladas de procesionaria y tomar medidas. Este año, en vista de que los trabajos habituales no serán suficientes, y a pesar de que ya han eliminado 700 bolsones de procesionarias del pino, elaboran un mapa de zonas de riesgo.
Para atacar estas plagas suelen aplicar insecticidas o trampas de feromonas para atraer a los machos y matarlos con el fin de que no se reproduzcan. El año pasado la Unión Europea prohibió el uso de productos químicos para fumigar y el problema se agravó y, aunque este febrero levantó el veto, el Ayuntamiento prevé no utilizarlos excepto en el caso de algunas inyecciones en los troncos de los árboles, dada la complejidad y el precio elevado de estos tratamientos.
En las personas, los pelillos urticantes que cubren el cuerpo de la oruga pueden generar hinchazón, picor o alergia. En animales, la picadura de la procesionaria puede ser incluso mortal. Pero no solo son un problema para la salud pública, además retrasan el crecimiento de los árboles, haciendo que sean menos resistentes y más susceptibles a incendios forestales. Las zonas más afectadas en la comunidad son Latina, Fuencarral, Vallecas y Villaverde.