"¡Mira, mira! ¡Allí hay una!", fue la frase más escuchada y esperada por todos fans de las Perseidas que ayer por la noche nos reunimos en pleno campo, en un punto estratégico entre La Puebla de Almoradiel y La Villa de Don Fadrique* (Toledo).
Antes de que comenzar la observación y, a modo de aperitivo astral, los tres expertos astrónomos que han construido el complejo con sus propias manos, Faustino, Fernando y Leonor, nos dieron una master class de éstas y otras lluvias de estrellas que tanto tiempo llevan cazando.
Por fin, resolvieron nuestra principal duda: "¿Vamos a verlas a cientos? ¿A miles?". "No, no es así. Por lo menos, la mayoría de las veces. Yo sólo he visto una lluvia de estrellas de ese tipo en toda mi vida. Fueron las Leónidas de 1999 cuando, a cualquier lugar al que miraras, veías una", nos contaba Fernando Fonseca, responsable del área tecnológica y científica de la Hita. "Recuerdo que, al día siguiente, todos pensábamos que la nueva noche estaría en blanco, sin ninguna estrella, porque de verdad parecía que se estaban cayendo todas".
Poco después de las 22.00h, con todas las luces ya apagadas, vimos la primera Perseida. Enorme y con un larguísimo rastro de cola. Al rato, llegó la segunda, de color naranja. Y entre una estrella fugaz y otra, estudiamos el mapa de las constelaciones de verano con un puntero láser que parecía llegar al infinito. Así, nos enteramos de que Escorpio termina en dos estrellas conocidas como ojos de gato, vimos Cignus, la W de Casiopea, la Osa Mayor y la Menor y el triángulo de verano, que permanecerá en el zenit hasta principios de Octubre.
Entonces, un grito: "!Otra, otra!. Esta vez ha sido pequeñita". Había que estar muy atento, tumbado y tranquilo, cosa que bien sabían los vecinos de la zona, que acudieron al observatorio en familia, con hamacas, ilusión y muchas bolsas de pipas.
La Luna en la palma de la mano
Aunque las Perseidas eran las grandes protagonistas de la noche, la visualización de los planetas a través de la magnífica tecnología del complejo era una oportunidad ineludible. A la luz de la Luna, que estaba en avanzado cuarto creciente, los astrónomos sacaron dos telescopios de fabricación propia.
Uno de ellos era un Fénix refractor a través del cual se veía Saturno como si estuviera a dos pasos. Y Marte, más amarillo y naranja que rojo, parecido al Sol. El otro, una mole verde llamada Tedi, apuntaba a la cara iluminada de la Luna. La superficie lunar se apreciaba con una precisión tal que hasta podía capturarse con los teléfonos móviles.
"Observad que el polo norte de la Luna es liso. Es porque está lleno de lava. Sin embargo, si viajamos hasta el polo sur (y lo hicimos), veremos que es un terreno mucho más angosto, repleto de cráteres por el impacto de los meteoritos", explicaba Leonor mientras manejaba el Tedi para darnos un paseo por la Luna sin mover los pies del suelo. Y sin poder cerrar la boca.
Tras una noche como ésta, tan idílica como las que pudo imaginar Shakespeare, en archivo de El Tiempo Hoy permanecerán para siempre nuestras propias fotos del único satélite de La Tierra. En especial, las de dos de los mares de la Luna, el de la Serenidad y el de la Tranquilidad porque, precisamente, ésa es la sensación con la que salimos del observatorio: una emoción encontrada entre la inmensidad y un profundo sosiego.
(*) Gracias a Daniel, de La Villa de don Fadrique, por enseñarnos el camino.