En medio de un clima casi polar, bajo rocas duras y en un rincón recóndito de la Tierra, la crisis climática también hace mella. La subida de la temperatura global 0,12ºC cada año está provocando la pérdida del 40% del permafrost. Para que te hagas una idea (y dejes a un lado los datos numéricos), 1ºC arriba significa perder un trozo de permafrost del tamaño de la India, según la revista IFLScience.
Es una capa congelada, de entre 5 centímetros y un kilómetro y medio de grosor, enclaustrada bajo la superficie visible de la Tierra donde se desarrolla la vida. Este suelo puede ser extremadamente pobre, de arena y roca, o ser tremendamente rico en materia orgánica; tener agua congelada o apenas tener agua, pero siempre (siempre) se encuentra congelado durante dos o más años consecutivos.
Su estado bajo cero mantiene enjaulados restos milenarios que ahora podrían liberarse abriendo la 'caja de pandora'.
Si la estructura del permafrost se derrite, la consecuencia directa es el socavón. Se destrozarían bosques y construcciones que estuviesen encima, habría grandes inundaciones, la emigración hacia zonas seguras supondría la superpoblación de territorios, y el precio de algunos materiales que se explotan sobre el permafrost se desequilibrarían, como el carbón, el gas, el petróleo, el níquel, el cobre o los diamantes.
Los más pesimistas aventuran que en 2050 más del 75% de las construcciones que se asientan en suelo ruso, sobre el permafrost, podrían venirse abajo.
No te pilla tan lejos como piensas, aunque el permafrost sea el 20% de la superficie terrestre y a España no toca, su descongelamiento puede acabar con más que un trozo importante de la tundra siberiana.
El permafrost ha mantenido impertérrito cadáveres animales y vegetales de épocas pasadas en su interior y, por tanto, miles de parásitos y enfermedades también.
Adiós permafrost, bienvenidas epidemias desconocidas. Hace tres años se produjo un brote de ántrax en la Península de Yamal, al norte de Siberia, que provocó el fallecimiento de un niño, más de 100 hospitalizados, la muerte de 2.000 renos y el envío de brigadas de vacunación llegadas a la zona para inmunizar a más de 25.000 renos.
El tercer informe especial del IPCC destaca que las temperaturas documentadas a 10-20 metros en el permafrost han batido récords. "En algunas zonas", enuncia, "la temperatura es 2-3ºC superior que hace 30 años".
Y esto es lo peor: en el permafrost congelado anida gran cantidad de carbono (entre otros gases), el rey del efecto invernadero, que ahora podría liberarse a la atmósfera y precipitar aún más el fin de la Tierra.
Realmente, la situación es complicada. Si ni siquiera hemos sido capaces de controlar nuestras propias emisiones de carbono a la atmósfera, ¿cómo vamos a parar los pies al deshielo del permafrost? Siempre se podría mejorar el panorama comenzando a tomar medidas en los países afectados, de cara a las migraciones interiores, y regular las emisiones de efecto invernadero, pero es un problema que estará permanente en los próximos cincuenta años.
Los científicos que han participado en el estudio del IPCC sobre la criosfera insisten en la urgencia de llevar a cabo más acciones drásticas y coordinadas que eviten que la temperatura promedio global siga elevándose, mediante la reducción radical de emisiones de gases de efecto invernadero.