Cuando comemos un kiwi, una manzana o una raja de sandía –ahora que el calor obliga a frutas veraniegas– no percibimos que son las abejas y otros insectos los que están detrás de un proceso que acaba con esos frutos en nuestra mesa.
La polinización por estos insectos es unos de los servicios ecológicos fundamentales para el equilibrio del planeta y, al mismo tiempo, uno de los procesos más fascinantes de la naturaleza para que las plantas se reproduzcan. Su importancia es incuestionable no sólo para la biodiversidad, ya que cerca del 90% de las plantas con flor depende de este tipo de polinización, sino también para nuestra propia seguridad alimentaria: más de un tercio de la producción mundial de alimentos depende de la polinización por insectos. Además, la diversidad de nuestros alimentos, el colorido de nuestros platos, depende de estos pequeños y fascinantes insectos: el 75% de los principales cultivos del mundo está ligado a ellos.
Debido a todo esto, desde una perspectiva económica la polinización por insectos es sumamente importante: sólo para la agricultura supone unos 265.000 millones de euros anuales a nivel mundial; 22.000 millones euros anuales a nivel europeo; y, calculado por primera vez por Greenpeace, más de 2.400 millones de euros anuales en España. Respecto a las abejas melíferas también es importante recordar sus extraordinarios productos -como la miel o el polen- del que España es el principal productor europeo.
No podemos olvidarnos (ni siquiera porque sean pequeñitas o porque les tengamos un poco de miedo) del declive –acentuado desde hace varios años- que están sufriendo las poblaciones de abejas. En Europa, las colonias de melíferas se han reducido un 25% entre 1985 y 2005 y la tasa de mortandad en EEUU fue en 2014 de un 42%. Otros insectos padecen la misma suerte; por ejemplo, las poblaciones del 46% de especies de abejorros europeos (hay 68 especies) están disminuyendo y del 24% están en peligro de extinción… Un camino, lamentablemente, casi sin retorno.
Se enfrentan a un sinfín de amenazas: cambio climático, pérdida y deterioro de hábitats, enfermedades, patógenos o especies invasoras, entre otras. Pero además de todo esto, soportan las derivadas de la agricultura industrial con el uso masivo de plaguicidas y de la expansión de los monocultivos.
Posibles soluciones
Algunas soluciones exigen grandes inversiones y solamente veremos los resultados a largo plazo. Sin embargo, la prohibición de los plaguicidas -que son peligrosos para estos pequeños insectos y también para nosotros- es algo que se puede hacer de inmediato y quitarles así una enorme presión que les permitirá afrontar mejor las demás amenazas.
Después de casi 20 años de inacción desde que surgieron las primeras alertas, la Unión Europea decidió actuar y ha elegido precisamente esta vertiente. En 2013, prohibió cuatro insecticidas que está demostrado que son peligrosos para las abejas. Fue un paso de gigante, pero insuficiente, puesto que las prohibiciones son parciales (solo para algunos usos de estos insecticidas) y temporales (solo durante dos años). Por ello, 2015 es un año decisivo. Es fundamental que estas prohibiciones sean totales y permanentes. Respecto a la agricultura, la solución a largo plazo es sin duda la apuesta decidida por la agricultura ecológica, la única que es respetuosa con el medio ambiente y nos puede proveer de alimentos sanos hoy y en el futuro.
Deberíamos recordar y apreciar cada día la importante labor que realizan estos pequeños insectos. Ahora, que sus poblaciones están severamente amenazadas, es el momento de devolverles todo lo que nos dan cada día desde hace miles de años. Su pérdida daría lugar a una catástrofe de una brutal dimensión, no solo a nivel ecológico sino también económico.
Tú también puedes aportar tu granito de polen y hacer que una semilla de esperanza para ellas crezca y se reproduzca. Si aún no lo has hecho, firma ahora para salvar a las abejas.
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*Luís Ferreirim (@LFerreirim) es responsable de la campaña de agricultura de Greenpeace España.