Se trata de un lanzamiento experimental que estaría listo para 2020 y, en caso de salir bien, se lanzarían otros 3 en 2022. Aún no se sabe cuál sería su coste ni la fecha exacta de su lanzamiento, ni siquiera el Estado chino ha dado oficialmente el visto bueno, pero el proyecto ha dado la vuelta al mundo desde que se presentó la semana pasada, y quién sabe si será pionero y dará lugar a proyectos similares.
¿Es esto viable?
La idea no es fácil de imaginar, pero al parecer es posible. En principio, los ingenieros chinos pretenden ubicar esta especie de satélite luminoso a 500 kilómetros de distancia (nada que ver con los 384.400 kilómetros a los que se encuentra nuestro único satélite natural). Su funcionamiento es simple: reflejaría la luz que viene del sol, como una especie de espejo reflectante gigante. En cuanto a las ventajas, los científicos destacan dos: que la ciudad de Chengdu no solo ahorraría en energía eléctrica, sino que supondría un enorme atractivo turístico para la gente de fuera.
Pero no todo va a ser coser y cantar: algunos ciudadanos de la ciudad se oponen rotundamente y argumentan que alterará los ciclos vitales de plantas y animales. Algunos miembros de la comunidad científica también tienen claro que su lanzamiento no será positivo porque provocará interferencias en la observación astronómica.
Sus creadores discrepan con estos puntos de vista y aseguran que esta fuente alternativa de luz alumbraría una quinta parte de lo que alumbra una farola (lejos de lo que se imagina cuando se dice que alumbraría ocho veces más que la Luna real) y no se vería al mismo tiempo que la luna original. Y como si de la luz de casa se tratase, podría apagarse cuando fuera necesario. Desde luego la realidad supera a la ficción cuando de ciencia se trata.
¿Cómo es posible que refleje la luz solar?
Fácil. Un revestimiento reflectante, algo así como un enorme entramado de espejos y paneles solares, reflejaría los rayos del sol en la Tierra. Y, como ya hemos dicho, sería posible controlar el satélite desde nuestro planeta, y encender y apagarlo cuando se considerase como si de una gigante bombilla en el espacio se tratase, pero sin fundirse, claro.
Si te parece algo super moderno, te sorprenderá saber que en realidad la idea no es nueva. Ya a finales de los 90, los científicos rusos intentaron mandar al espacio un espejo gigante para alumbrar el planeta. El lanzamiento no llego a buen término, pues de camino a la atmósfera simplemente estalló.
No contentos con eso, volvieron a intentarlo (también sin éxito). Esta vez, lanzaron un nuevo satélite años después, que además de ser carísimo, no llegó a su destino porque se enganchó a una antena durante los test de lanzamiento.
Esta vez parece que las expectativas son mejores, pues el mundo de la ingeniería aeroespacial ha progresado mucho en los últimos 20 años, y la sofisticación del proyecto chino es mil veces mayor.