Está llamada a revolucionar el futuro pero su carrera tecnológica ya se puede ver, por ejemplo, en las calles. Hablamos del Internet de las cosas. Como pulseras que miden nuestro esfuerzo y lo envían a la nube digital. Para analizar y mejorar nuestros pasos. O nuestras horas de sueño. Cualquier objeto que imaginemos puede tener una dirección IP en Internet y por tanto, estar conectado y llegar a enviar y procesar su información para que sea más eficiente. Detectores de humo inteligentes, termostatos, alimentos que avisan de su consumo óptimo e incluso medicamentos que controlan al paciente. El impacto social de esta nueva era tecnológica, según CISCO, sería hasta diez veces mayor que el del Internet que conocemos hasta hoy. Y podría generar en los próximos años un beneficio de casi 14 billones -con b- de euros. Una red repleta -aún más- de datos, muchos de ellos personales, sobre comportamientos concretos. Todo un tesoro comercial. Que de paso, abriría una puerta más a la privacidad que ya compartimos, por ejemplo, en las redes sociales. De la seguridad de estos objetos inteligentes dependerá gran parte de su éxito. La pasada Navidad ya se registró un ciberataque gracias al Internet de las cosas, con 750.000 correos basura enviados desde unos 100.000 electrodomésticos conectados a la red. Objetos que podrían llegar a hacer de puente con otros dispositivos con información sensible.