La violencia física ha acompañado al ser humano a lo largo de su evolución. Fotografías, películas y cuadros han reflejado escenas de guerra desde la invasión de Iraq hasta la batalla de Salamina. Pero los conflictos van más allá en el tiempo. Investigadores de Francia y Reino Unido han descubierto nuevos signos bélicos que se remontan al Pleistoceno tardío. La posible causa fue el cambio climático.
La investigación, publicada en Nature, se basa en el análisis de 61 cadáveres enterrados en Jebel Sahaba, un yacimiento situado al norte de Sudán y cerca de la segunda catarata del Nilo. El enclave, conocido también como cementerio 117, fue descubierto en la década de los 60. Data de alrededor de hace 13.400 años y constituye uno de los primeros lugares del mundo en los que hubo violencia.
Este no es resultado de una sola guerra, apuntan, sino de varias escaramuzas o episodios violentos. Los científicos hallaron más de 100 nuevas lesiones curadas y no curadas en los huesos, que hasta ahora no habían sido documentadas. La mayor parte están causadas por flechas y lanzas con puntas oblicuas de piedra, destinadas a cortar y causar hemorragias severas.
La semilla de todo pudo ser un fenómeno que atañe al humano actualmente: el cambio del clima. Los hallazgos que se vienen haciendo en la zona desde hace años sugieren que los recursos eran escasos y había poca tierra habitable, debido a las condiciones extremas del lugar. La pugna por conseguir comida pudo dar lugar a los combates.
Tal y como citan, el final del Pleistoceno y el inicio del Holoceno –hace casi 12.000 años– estuvieron marcados por transiciones climáticas relevantes. El valle del Nilo, en el que se enclava Jebel Sahaba, fue árido en la segunda mitad del Pleistoceno tardío. Más tarde, hace 15.000 o 14.000 años, el desbordamiento del lago Victoria en el Nilo Blanco configuró el actual cauce del Nilo. Dicho suceso provocó inundaciones severas hasta Egipto. La situación comenzó a estabilizarse pasado un milenio.
La mayoría de las lesiones están concentradas en las manos, ya sea por fracturas en los dedos o en los antebrazos. En esta última localización, las de cúbico son las más frecuentes. También se han identificado orificios en cráneos y marcas de proyectil en fémures y caderas.
Los ataques no entendían de edad ni sexo. El enterramiento de dos niños prueba lo crueles que fueron aquellas peleas. Con 5 y 4 años, fueron sepultados juntos. Sus restos reflejan varios agujeros en el cráneo y marcas en los fémures.