Andreu Veà viaja en tren, y lleva siempre encima un medidor de dióxido de carbono. Es un aparato que mide las partículas de este gas que hay en un determinado espacio. Se usa como indicador de cuándo se debe renovar el aire de un lugar cerrado. El 10 de diciembre Andreu volvió a coger el tren, y se encontró con su vagón lleno minutos antes de arrancar el convoy. Sacó su medidor y encontró que en su vagón lleno había una concentración de casi 3.000ppm de CO2. Mucho CO2 y, con él, muchos virus.
Una concentración de 3.000 ppm de CO2 quiere decir que hay 3.000 partes de ese gas por cada millón de partes de aire. A partir de 700 se considera que ese aire no está limpio, es decir que estamos respirando aire viciado y sí, lleno de CO2, y potencialmente de virus.
Así que el día que viajaba en tren Andreu decidió no ocupar el asiento que había comprado, y recorrió el tren buscando algún compartimento donde no hubiera tanta gente. Lo encontró. En un vagón con varios asientos libres midió la concentración de CO2: era de menos de 800ppm. Andreu lo contó así en sus redes sociales:
Y en conversación con NIUS explica: "El primer vagón tenía una concentración de CO2 altísima antes de arrancar el tren, con los viajeros recién llegados. No quiero imaginar cómo estaría a las tres horas", dice. Y eso que todo el mundo iba con mascarilla. Andreu no lleva el medidor de CO2 por afición, sino porque es tecnólogo y forma parte de Aireamos, un proyecto de la plataforma COVIDWarriors que aglutina 500 ingenieros, 253 médicos, 34 abogados, biotecnólogos y muchas otras personas que, altruistamente, divulgan y luchan para que en cada espacio cerrado haya un medidor de CO2 que permita avisar a los ocupantes de cuándo deben ventilar.
Explican los impulsores de Aireamos que lo ideal es tener niveles de CO2 en aulas y otros espacios cerrados que no superen las 700 partes por millón (ppm). Con este nivel, el 1% del aire que respiramos ya ha sido exhalado por otra persona. En el exterior, los niveles habituales suelen estar en 400 ppm. Un nivel de 4.800 ppm de CO2 en un aula implica que el 10% del aire es de segunda mano.
Una vez asimilado que el coronavirus puede contagiarse por aerosoles del aire, "es fundamental que en los espacios públicos cerrados haya un medidor de CO2", opina Veà. Patricia Ripoll, una de las impulsoras de Aireamos y miembro de COVIDWarriors, explica que han encontrado datos curiosos en el análisis del aire de las aulas de 46 centros de la Comunidad Valenciana. Por ejemplo:
Es decir, que "lo estamos haciendo al revés. Cerramos las ventanas cuando volvemos de algún sitio, cuando lo que hay que hacer es dejarlas cerradas para que se caliente el sitio -en este caso el aula- y cuando los alumnos vuelven del patio, o de la clase de gimnasia, abrirlas un rato", explica Andreu Veà. "Tienes que estar a 700 ppm para que el aire esté cercano a limpio, baja la probabilidad de contagiarte. Cuando entras a un sitio y dice "uf, huele tigre", son 3.000 ppm". Pero cuando el olfato nota que el aire está sucio , perjudicial incluso.
Hay que tener en cuenta, como dice muy gráficamente Veà, que "el coronavirus viaja en las pelotillas de CO2, en las nanopartículas del gas CO2". Y éste puede quedarse suspendido en un espacio cerrado durante horas. El ser humano inhala oxígeno y exhala -expulsa- CO2. Así que la conclusión es fácil: cuanta más gente esté en un sitio sin ventilación, más probabilidades de respirar el CO2 de otra persona y, con él, el SASR-CoV-2.
El objetivo de Aireamos es que todo el mundo entienda estos conceptos, y que cada colegio de España tenga un medidor de CO2 en cada aula. COVIDWarriors quiere recaudar un millón y medio de euros que les permitan fabricar 70.000 medidores y regalarlos a las escuelas. Para que sepan cuándo deben ventilar, porque no hay una regla fija: en las mediciones en escuelas los voluntarios de Aireamos han descubierto que hay clases en las que por mucho que se abran ventanas y puertas cruzadas, la renovación de aire no es suficiente. Y otras en las que las condiciones climatológicas impiden abrir con toda la frecuencia necesaria.
Así Patricia Ripoll insiste en que "si tenemos medidores en cada aula, que alerten cuando la concentración de CO2 es muy alta, los alumnos y profesores sabrán cuándo hay que ventilar, o poner un ventilador, o limpiar el aire de alguna manera artificial". Un medidor cuesta entre 200 y 10.000€, aunque fabricándolos por encargo a gran escala puede conseguirse que su coste se abarate hasta los 20€por unidad.
Saber cuánto aire viciado hay en un lugar puede servir, también, para reabrir bares, comercios y otras actividades con seguridad. "Si tú pones un medidor de aire, y lo dejas a la vista, los clientes y tú podéis saber cuándo hay que ventilar o renovar el aire", insiste Veà. Y critica que "se están poniendo aforos fijos cuando a lo mejor el aforo depende de cómo sea el sitio, cuánto se renueve el aire, cuánto se ventile, cómo estén distribuidas las mesas...". Y pone de ejemplo el científico el transporte público, que, salvo excepciones, sólo tiene como ventilación natural la puerta por donde entran los viajeros. En estos lugares la concentración de CO2 es mayor que en restaurantes, por ejemplo.
Por cierto, durante la entrevista con NIUS, mantenida a las nueve de la mañana por videoconferencia, Andreu Veà midió la concentración de CO2: empezó en unas 1.000ppm, y tras 50 minutos llegó a 1.400ppm. Veà estaba solo en una habitación con techos de cuatro metros, mayor que la mayoría de los salones de las casas en España. Multipliquen por el número de comensales, las horas que pasarán juntos y calculen el riesgo de contagio de covid en una cena de Navidad cualquiera.