La resistencia a los antibióticos que están desarrollando algunas clases de bacterias es uno de los grandes peligros que se vislumbran en los horizontes sanitarios. Y no son pocos los organismos, como la Organización Mundial de la Salud (OMS), que han advertido de que estas 'superbacterias' podrían desencadenar la próxima gran pandemia.
Los científicos, lejos de ignorar esta amenaza, trabajan ya en el desarrollo de nuevos tratamientos que puedan triunfar donde los antibióticos están fallando. Y uno de los enfoques más vanguardistas es emplear virus como arma terapéutica.
En el actual panorama, tras casi dos años de pandemia a causa de un covid-19 que se ha expandido por todo el mundo, la sola idea de introducir deliberadamente virus en el organismo de una persona puede parecer descabellada. Y, sin embargo, estos es exactamente lo que está haciendo ahora un grupo de investigadores belgas, tal y como recoge el medio New Scientist.
Hay que tener en cuenta que los virus están lejos de ser un grupo monolítico: existen millones de tipos de ellos, todos con características diferentes. No todos provocan enfermedades en los seres humanos, y algunos de ellos, los bacteriófagos, atacan a las bacterias.
Este es el principio en el que se basa la incipiente terapia de fagos (esta es una abreviatura por la que se conoce a los bacteriófagos): en usar estos virus que no nos dañan para acabar con las bacterias resistentes a los antibióticos.
Sobre el papel, parece una posible solución al problema. El principal obstáculo para ponerla en práctica, no obstante, no ha sido de naturaleza científica, sino burocrática: la mayoría de países tiene estrictas regulaciones sobre el uso de virus en humanos que hasta ahora impedían realizar los ensayos clínicos necesarios para comprobar la eficacia y seguridad de este tratamiento. Sin embargo, un reciente cambio en la normativa de Bélgica ha permitido comenzar a dar este salto.
El trabajo aún está en proceso, por lo que por ahora no disponemos de resultados definitivos. Sin embargo, los autores se muestran satisfechos, y en el mencionado artículo comentan que "a primera vista" la terapia con fagos parece estar logrando mejorías clínicas en el 70% de los 100 voluntarios que están participando en el estudio.
Entre estos casos está una víctima de los atentados suicidas de marzo de 2016 en Bruselas, que fue gravemente herida en las explosiones del aeropuerto. Desde entonces, sus heridas no habían sanado correctamente por una infección con una cepa de Klebsiella pneumoniae actualmente resistente a casi todos los tratamientos disponibles.
Los investigadores enviaron una muestra de estas bacterias al Instituto Eliava, en Georgia, una especie de Meca para la investigación con fagos desde los tiempos de la Unión Soviética. En aquel lugar, los investigadores encontraron un virus armado para combatirla, lo potenciaron y lo enviaron a Bélgica.
En 2018, pese a la suspicacia de buena parte de los médicos, finalmente se administró la fagoterapia a la mujer. La mejoría fue rápida: en tan sólo unas pocas semanas, sus heridas comenzaron a sanar.
Con todo, aún existen motivos para ser cautos. El principal escollo se debe a la misma naturaleza de la lucha entre virus y bacterias: se trata de un proceso que lleva millones de años en marcha, y ambos contrincantes evolucionan rápido. Esto ha implicado que los fagos están altamente especializados (cada uno sólo ataca a un tipo de bacteria concreto) y que las bacterias desarrollan rápidamente resistencia a ellos, como sucede con los antibióticos. Los virus, después, tienen a su vez que desarrollar nuevos mecanismos para poder depredarlas, en un ciclo que se repite continuamente.
Estos inconvenientes explican en parte los recelos de los reguladores, que se han mostrado hasta ahora muy reticentes a aprobar las fagoterapias. Sin embargo, la acuciante necesidad de alternativas a los antibióticos podría allanar el camino para esta nueva herramienta.