El atentado en la Guarida del Lobo: cómo la penicilina de sus enemigos salvó a Hitler
El 20 de julio de 1944 Hitler sufrió un atentado en la Guarida del Lobo (Wolfsshanze), su búnker en Rastenburg (Prusia Oriental)
El atentado provocó cuatro muertos, pero Hitler sobrevivió
Los archivos muestran que le trataron con penicilina, un medicamento desarrollado por los aliados
El 20 de julio de 1944 Hitler sufrió un atentado con bomba orquestado por conspiradores civiles y militares que era parte de la conocida como Operación Valquiria. Hitler sobrevivió, pero sufrió rasguños, contusiones, quemaduras y lesiones en los tímpanos.
Morell asistió a Hitler. El médico escribió lo siguiente: “Paciente A (en referencia a Hitler): colirio administrado, conjuntivitis en ojo derecho. La una y cuarto de la tarde pulso 72. Ocho p.m. pulso 100, regular, fuerte, presión arterial 165-170. Lesiones con penicilina en polvo”. ¿Dónde obtuvo Morell la penicilina que usó para tratar a Hitler?
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Morell tenía acceso a la llamada "Penicilina Hamma”, un preparado comercial producido por la empresa Hamma Inc y desarrollado independientemente de la penicilina de Hoescht. Sin embargo, no era un producto de calidad óptima y Morell, que de tonto tenía más bien poco, no estaba dispuesto a tener un resbalón con el Fürher.
El origen de la penicilina de Hitler
Morell tenía a su disposición otra fuente de penicilina, algo más sorprendente. Al parecer, el cirujano general alemán Siegfried Handloser había logrado obtener algunas ampollas de penicilina estadounidense. Era conocido que los aviadores aliados llevaban penicilina, pero la sugerencia de que esto era la fuente de antibiótico usada para tratar a Hitler puede haber sido esgrimida como cobertura para ocultar otro suministro aún más oportuno y apropiado.
Desde 1943 en adelante, la penicilina aliada fue suministrada a varios países europeos, incluidos España que era pro-Eje o Suecia, Suiza y Portugal, que eran neutrales, por lo que el antibiótico pudo haber viajado desde esos lugares en valija diplomática hasta Berlín.
Primera paciente salvada por la penicilina
El primer paciente salvado por la penicilina fue Anne Sheafe Miller. En marzo de 1942, la señora Miller coqueteaba con la muerte en el hospital estadounidense de New Haven. Anne afectada por una infección estreptocócica había estado hospitalizada durante un mes, a menudo delirando con temperaturas superiores a 41,5ºC.
Los médicos aplicaban todos los tratamientos disponibles, incluidas las sulfonamidas, las transfusiones de sangre y la cirugía. Nada había funcionado. El final parecía ineludible hasta que los desesperados facultativos consiguieron una pequeña cantidad de un medicamento experimental llamado penicilina e inyectaron la sustancia a la paciente. Transcurridas veinticuatro horas Anne Miller ya no deliraba, la fiebre disminuyó y en pocos días sanó por completo.
La batalla por la penicilina
La Segunda Guerra Mundial estaba muy avanzada en Europa y la capacidad de combatir enfermedades e infecciones podría significar la diferencia entre la victoria y la derrota por lo que la penicilina cobró un interés emergente.
Los alemanes eran los líderes en la fabricación de las sulfamidas, utilizadas para combatir las infecciones. Los aliados no tenían nada parecido y la penicilina podía ser un rival demoledor. La industria farmacéutica británica, acuciada por la contienda, estaba ocupada produciendo vacunas, antitoxinas y plasma sanguíneo así es que los esfuerzos y las negociaciones para que fabricara la penicilina fueron infructuosos.
Huida con el moho impregnado en los abrigos
Inglaterra estaba asediada por submarinos y aviones alemanes y en cualquier momento podía ser invadida. Los miembros del equipo de Florey temían que el hongo cayera en manos de los nazis en el caso de que tuvieran que huir del país y para evitar que algún vial con la cepa de Penicillium fuera interceptado durante la fuga, embadurnaron el forro y las costuras interiores de sus trajes y abrigos con esporas del moho, para que, en caso de ser necesario, pudieran escapar con el tesoro oculto en los ropajes.
Los bombardeos alemanes parecían jugar a hundir la flota y las detonaciones provocadas por los aviones nazis en East London cada vez estaban más próximas al laboratorio clandestino donde la penicilina era producida.
La producción se traslada a EE.UU.
El Gobierno británico decidió apostar definitivamente por la penicilina y apoyar la producción estadounidense. De enero a mayo de 1943 fueron fabricadas unas cuantas centenas de millones de unidades de penicilina pura, pero durante la segunda mitad del año consiguieron producir 20.000 millones de unidades.
La penicilina alcanzó estatus de indispensable en el conflicto bélico porque curaba una amplia gama de afecciones. Dentro y fuera del campo de batalla la nueva droga conseguía poner de rodillas a la neumonía, a la faringitis estreptocócica, a la gangrena gaseosa, a la septicemia, a la meningitis espinal, a la escarlatina, a la sepsis puerperal, a la sífilis o a la gonorrea por nombrar solo a algunos de los matones del barrio.
Con ese currículo, el factor militar diferencial de poseer penicilina era incuestionable. En junio de 1944, justo a tiempo para los desembarcos del Día D en Normandía, las compañías farmacéuticas producían aproximadamente 100.000 millones de unidades de penicilina al mes, suficiente para suministrar de antibiótico a unos 40.000 combatientes estadounidenses y británicos.
Alemania no consigue la producción masiva
Durante la Segunda Guerra Mundial, las huestes nazis y sus socios del Eje sólo podían producir cantidades relativamente pequeñas de penicilina, insuficientes para satisfacer las necesidades militares por lo que tuvieron que depender de las sulfonamidas, menos efectivas y, en consecuencia, experimentaron tasas de mortalidad más altas, más amputaciones y tiempos de recuperación más prolongados de las lesiones, lo que disminuyó el número total de tropas listas para combatir en la guerra.
Acabada la guerra, Fleming apuntó en 1946 que los resultados obtenidos relacionados con el uso de la penicilina llevaron a un ahorro de la mano de obra, a la reducción de las complicaciones causadas por las heridas, a la recuperación anticipada en los hospitales, al ahorro en suministros de medicamentos y equipos y a la ganancia de tiempo de cirujanos y enfermeras que es imposible de calcular o apreciar.
La penicilina también condujo a una reducción particularmente marcada en el número de soldados aliados inactivos por enfermedades venéreas como la sífilis o la gonorrea, que, por cierto, habían generado resistencia frente a las sulfonamidas usadas por los nazis.
Este fracaso en el desarrollo de la producción de penicilina fue un factor importante en la derrota de la Alemania nazi.
A pesar de estas limitaciones, las sulfonamidas fueron agentes antibacterianos eficaces, haciendo parecer a los alemanes que no había necesidad imperiosa de reemplazarlos por la penicilina. Aunque algunos científicos alemanes y varios administradores nazis reconocieron la importancia de la penicilina, sus esfuerzos quedaron frustrados por las luchas internas, la codicia y la mala organización.
No hay duda qué este fracaso en el desarrollo de la producción de penicilina fue un factor importante en la derrota de la Alemania nazi. Cada mes, la falta de penicilina ocasionaba cientos de bajas en las tropas del Eje, aunque algunos privilegiados sí tenían acceso a la droga. En este sentido, hay evidencias de que la penicilina salvó la vida de Adolf Hitler.
Pencilina reservada en exclusiva para el Führer
El médico nazi Erwin Giesing exigió a Morell que usara la penicilina que guardaba para tratar al ayudante jefe de la Wehrmacht de Hitler, Rudolf Schmundt, que había resultado horriblemente herido en el ataque con bomba. Morell se negó a hacerlo. Schmundt falleció en el hospital dos meses después acorralado por la infección.
El hecho de que Morell evitara emplear la preciosa penicilina estadounidense en Schmundt podría sugerir que la guardaba para Hitler. Es evidente que Morell temió por la vida de Hitler y utilizó algunos de los preciados suministros de la penicilina aliada que atesoraba para tratar al Fürher.
Nota:
*Este relato es parte del libro La penicilina que salvó a Hitler y otras historias de la microbiología escrito por el catedrático de microbiología Raúl Rivas y publicado por el sello Guadalmazán de la editorial Almuzara. La obra presenta asombrosas y entretenidas historias repletas de muchos microorganismos, pero también de ciencia, historia, literatura, pintura, cine, política y otras muchas facetas.