Lo primero que tenemos que saber para comprender cómo percibimos los colores del cielo es que la luz del sol es blanca. En realidad, es la suma de todos los colores del arco iris (rojo, naranja, amarillo, verde, azul, añil y violeta) y, como tal, viaja hasta la Tierra sin alterarse hasta que penetra en la atmósfera. Aquí la luz choca con partículas que componen la atmósfera, como polvo, gotas, sal, y las partículas que forman el aire: el oxígeno, el nitrógeno y los gases nobles.
En este choque, cada una de estas partículas dispersan la luz del sol de manera diferente. Por ejemplo, las gotas de agua que forman las nubes dispersan todos los colores en todas las direcciones por igual. Por eso, las nubes son blancas. La misma explicación nos sirve para saber por qué el cielo es azul. El nitrógeno y el oxígeno que se encuentran en el aire dispersan más los colores azulados y los emiten en todas las direcciones llegando más lejos, mientras que los naranjas y rojizos los dejan pasar en línea recta. Por eso vemos el cielo de color azul.
Entonces, ¿cómo se explica la existencia de estos atardeceres y amaneceres anaranjados y rojizos? Aquí entra a jugar un papel importante el ángulo con el que los rayos del sol nos llegan a nosotros. Los colores tienen diferente longitud de onda. Así, los rojos y anaranjados tienen mayor longitud de onda, mientras que los azulados, menor. Durante el atardecer y el amanecer, los rayos de sol tienen que recorrer un mayor camino hasta llegar a nosotros, y ¿qué sucede en este trayecto?... Pues que mientras los colores de menor longitud son absorbidos por las partículas que se encuentran en el camino, los de mayor longitud logran llegar a nosotros casi sin desviación alguna: es decir, los anaranjados y rojizos.
Este fenómeno no suele ser tan pronunciado en el amanecer como en el atardecer, debido a que la cantidad de polvo en la atmosfera es menor cuando sale el sol. Hay que tener en cuenta que las menores temperaturas provocan más humedad y hacen que el polvo esté depositado en el suelo. Esto permite que también nos lleguen los colores con menos longitud de onda.
Veranos anaranjados
Durante los próximos días que nos quedan de primavera, y los que vendrán en verano, se esperan días anticiclónicos, con temperaturas altas y tiempo estable, lo que permite que existan más partículas cerca de la superficie. Esto provoca que haya muchos más choques de luz y, por tanto, la gama de colores azules se dispersen más de lo normal, dejando que los tonos naranjas tiñan el cielo formando esos espectaculares atardeceres.
Por eso, muchas veces hemos oído que en días en los que hay candilazo al anochecer al día siguiente estará soleado. Pero ojo, esta afirmación no tiene por qué darse siempre, la noche puede cambiar mucho la situación.
Otros factores que ayudan a que los atardeceres sean rojos
El fenómeno del "candilazo" es aún más espectacular si existen nieblas o nubles altas, ya que la luz rebota muchas veces contra las partículas de agua que contienen las nubes y se repite el proceso a mayor escala, no solo en el horizonte.
Algo similar ocurre cuando, en lugar de partículas de agua, la luz del sol se encuentra con las cenizas en el aire que deja la erupción de un volcán. El choque dispersa los rayos en colores rojizos y anaranjados que se suman a los que ya suele haber de forma habitual al atardecer.
En conclusión, la luz del sol es la que se transforma en los colores que vemos en el cielo y todo se reduce al rebote con las partículas que se encuentra en la atmósfera y a la dispersión, sin olvidarnos de que, como en todo lo que tiene que ver con los colores, también juega un papel fundamental la percepción de nuestros ojos.