El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) calculó cuanto duraría la erupción del Tajogaite, en La Palma, 42 días antes de su fin a partir del estudio de la presión del magma y las deformaciones del terreno.
En total, la erupción duró 85 días y 8 horas, concretamente entre el 19 de septiembre y el 13 de diciembre de 2021, afectando a 1.219 hectáreas. Este estudio supuso un gran avance a la hora de determinar futuras erupciones volcánicas. En las investigaciones participaron miembros de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) y del Instituto Geográfico Nacional (IGN). Los instrumentos utilizados permiten controlar cambios minúsculos de la forma del terreno con un elevado nivel de precisión, inferior incluso al centímetro, lo que proporciona información clave para comprender la evolución del sistema de alimentación de una erupción, según cuenta el CSIC.
En el caso de La Palma, gracias al Sistema de navegación Global por Satélite (GNSS) desplegada por la isla, hizo que se obtuviese la precisión de cómo la presión del magma fue disminuyendo a medida que trascurría la erupción. En un principio, los investigadores determinaron que el sistema de alimentación del volcán estaba cerrado, es decir, la dinámica de la erupción respondía a una simple evacuación de fluidos de una cámara magmática, en la que no había nuevas entradas de magma localizadas a una mayor profundidad. Un análisis posterior mayor, logró determinar que la estabilización se produciría unos 38-40 días antes del final de la erupción.
De esta manera, determinaron que la masa del sistema de alimentación no había aumentado durante la erupción. Para estudios futuros, desplegaron varias conclusiones como la proporción existente entre la pérdida de la presión en el momento de cese de la erupción y la sobrepresión a su inicio.
Hoy en día, la anticipación a las erupciones sigue siendo un gran reto para los científicos porque no se dispone ni del conocimiento ni de herramientas precisas para determinar cambios en el comportamiento futuro. Saber durante cuánto tiempo son alimentadas las corrientes lávicas permitiría conocer con antelación hasta dónde podrían avanzar y, por tanto, ser más efectivos en la mitigación de sus riesgos, recalca el CSIC.
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