Los científicos, paleoantropólogos, paleogenetistas, prehistoriadores, arqueólogos, lo llaman hibridación. Pero, ¿por qué lo llaman hibridación cuando quieren decir sexo? Seamos claros: de sexo prehistórico se ha estado hablando estos días en la localidad cántabra de Ramales de la Victoria, durante los cursos de verano organizados por la Universidad de Cantabria. Ramales, perteneciente a la comarca del Asón-Agüera, fue un paso fundamental en la antigüedad y hasta nuestros días para conectar el mar con la meseta. El rastro de la historia y de la prehistoria ha quedado grabado en sus entrañas.
Allí se encuentran verdaderas joyas rupestres, como las cuevas de Covalanas, Cullalvera y El Mirón. En esta última se descubrió en 2010 el esqueleto incompleto de una mujer de hace unos 19.000 años. Todo el enterramiento estaba bañado en ocre rojo. Por ese motivo, fue bautizada de inmediato como la "Dama Roja de El Mirón”. Los análisis genéticos realizados a sus restos permitieron establecer que esta mujer estaba emparentada con un individuo de la Cueva de Goyet, en Bélgica, fechado hace unos 35.000 años, y a su vez era el ancestro más antiguo de otro grupo humano, cuyos miembros se diseminaron miles de años después por lo que hoy es Francia, Bélgica y Alemania. Era el período más frío de la última glaciación, lo que ha permitido deducir a los investigadores que la costa cantábrica fue un perfecto refugio climático durante el máximo glaciar, tanto para las poblaciones humanas como para la fauna. El norte de Europa era un témpano de hielo y la península ibérica se convirtió en un paraíso de biodiversidad.
En este contexto prehistórico, en Ramales, una localidad que hoy apenas llega a los tres mil habitantes, se han reunido durante esta semana las mentes más brillantes del país en el campo de la paleogenómica. Esta disciplina moderna ha revolucionado el estudio del pasado. Se basa en el análisis del material genético conservado en los restos fósiles. Los estudios en paleogenómica sirven, por ejemplo, para saber que poblaciones hermanas de sapiens, neandertales y denisovanos mantuvieron durante milenios una especie de “menage a trois”, que ha dejado un rastro indeleble en nuestra herencia genética. Somos lo que somos porque, en parte, aunque sea una pequeña parte, somos también neandertales y denisovanos.
Esta hipótesis se fue abriendo paso hace ya una década y hoy es una realidad ampliamente contrastada por todo tipo de pruebas. Las poblaciones caucásicas europeas tienen entre un 1% y un 4% de genes neandertales. Y en el caso de las poblaciones más orientales, como los aborígenes de Oceanía, también llevan una propina de genes denisovanos, los primos asiáticos de los neandertales.
“Sí, claro, tuvieron sexo y la idea más plausible es que fueran hombres sapiens con mujeres neandertales”, nos explica Antonio Rosas, biólogo y paleoantropólogo, una voz con autoridad internacional, que esta semana inauguró los cursos de Ramales con la ponencia “El diálogo entre los fósiles humanos y la era genómica: una revolución científica. “Hay que tener en cuenta que aquellas poblaciones, muy probablemente, practicaban ya lo que se conoce como exogamia femenina”, indica el profesor Rosas. De hecho, es una costumbre, la de buscar cónyuge de distinta tribu o procedente de otra comarca, muy extendida por todo el mundo hasta la actualidad. Una costumbre que bien pudiera ser el resultado de un mandato biológico ancestral, tendente a generar un flujo e intercambio de genes que mantuviera en plena forma a cada linaje.
Imagínense en este punto a los paisanos de Ramales, con los ojos abiertos como platos, siendo conscientes de que sus primeros habitantes en realidad procedían de las estepas heladas centroeuropeas o, tirando del hilo de la prehistoria, acaso descendían de los grupos de cazadores-recolectores que cientos de miles de años atrás se movían por el creciente fértil, entre los ríos Tigris y Éufrates, el lugar privilegiado en el que se cruzaban los caminos que llevaban o venían de Europa, Asia y África.
“Es evidente el dinamismo de la especie humana”, dice Antonio Rosas en conversación con NIUS. “No hablamos del movimiento constante de la humanidad, sino de las humanidades, varias humanidades que interaccionaron entre sí y que se hibridaron”. Según Rosas, eso nos ofrece varias enseñanzas. Entre ellas, que los genes neandertales y denisovanos que permanecen en nuestra cadena de ADN ejercen una indudable influencia sobre nuestra salud, tienen su función. “La biomedicina busca las claves para saber cómo esa influencia arcaica actúa sobre nuestra biología, sobre nuestro sistema inmunitario o sobre la prevalencia de algunos tipos de cánceres”, afirma el premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica de 1997, como integrante del grupo investigador de Atapuerca.
“Es verdad que somos de todos lados. Está claro que las poblaciones ibéricas son una mezcla de un montón de linajes humanos. Somos un coctel. Pero, paralelamente, estas evidencias científicas han abierto un debate interesante sobre la noción de raza”, añade Antonio Rosas. “Esta, la de la raza, es una noción biológica superada, pero la biomedicina y la genómica han demostrado que la humanidad tiene distintas líneas de ancestralidad genética, es decir, la huella genética de la que procedemos. Y esa huella genética permite distinguir bien grandes grupos humanos, dependiendo de una procedencia concreta”. Esta constatación, como explica el paleoantropólogo español, nos obliga a dar una nueva vuelta de tuerca a nuestros conceptos. “La ancestralidad de poblaciones de origen africano es distinta a las poblaciones que no tienen ese origen. En el campo médico, por ejemplo, lo que se estudia ahora mismo es que la prevalencia de determinados tipos de cánceres se debe a que no todos somos genéticamente iguales. Y esa diferencia se debe a nuestra ancestralidad”. Antonio Rosas es consciente de que el tema hay que tratarlo con mucha prudencia social, mucha pedagogía, pero también con valentía y rigurosidad científica: “Hay diferencias de origen que no podemos negar. Es verdad, estamos ante una especie de contradicción. Nos hemos acostumbrado a ser políticamente correctos, pero esta vuelta de tuerca de la genómica nos dice que hay ancestralidades distintas”.
“No tengo ninguna duda de que un grupo sapiens sabía que los neandertales eran distintos. Igual que cuando sales al extranjero, te vas a París o a Londres, y reconoces a uno de Cuenca a quinientos metros. Igual que pasaría en la prehistoria, hoy nos reconocemos como integrantes de nuestro grupo y no reconocemos a los que no son como nosotros. También ellos se identificarían como distintos. Y, sin embargo, se cruzaron y tuvieron descendencia fértil, como ocurre entre los chimpancés y los bonobos, o entre osos pardos y osos polares”, explica Antonio Rosa, que añade, en el terreno más anecdótico, que no compartirían solo coyunda, sino merienda. “A unos y otros les encantaba la carne, pero también los moluscos. Hubo un tiempo en el que se pensaba que los sapiens teníamos un campo alimenticio más amplio. Pero cada vez está mas claro que a los neandertales les encantaba el marisco”.
Igor Gutiérrez Zugasti, profesor en Prehistoria de la Universidad de Cantabria y director de estos cursos de verano, es un experto en esta materia. “Los grupos prehistóricos eran grandes cazadores, pero también se zampaban pescados y moluscos. Lapas, mejillones, caracolillos, almejas, ostras, nécoras, bueyes de mar, se lo comían todo”. O sea, que el Cantábrico siempre fue escenario de las mejores mariscadas, le preguntamos desde NIUS. “Por supuesto, hay yacimientos con montañas de conchas, los llamamos concheros. Y en algunos de ellos se han encontrado hogares de fuego que seguramente fueron utilizados para asar mejillones y ostras. Otros moluscos se los comerían crudos, como las lapas, igual que hacemos hoy en día. De la roca a la boca. Percebes, también. No solo los utilizaban como alimento, sino como utensilios y abalorios que llevaban consigo y paseaban e intercambiaban por toda la península. Incluso raspaban las conchas para obtener un fino polvillo ocre, con el que pintaban las cuevas”, dice con cierto aire evocador el profesor Gutiérrez Zugasti, un amante de la tierruca cántabra, donde el ocre obtenido de algunas conchas marinas pudo teñir el cuerpo de la "Dama Roja" y pintar las figuras rupestres de la cueva de Covalanas, los tesoros prehistóricos de Ramales.