En el pasado, erupciones de los llamados “supervolcanes” han causado un cambio climático abrupto y el colapso de civilizaciones, y se han asociado con el aumento de pandemias. ¿Qué pasaría si ocurriera hoy en día? ¿Estamos preparados para afrontar un evento de tal magnitud?
La erupción masiva del volcán Hunga Tonga–Hunga Ha'apai este enero en Tonga, en el sur del Océano Pacífico, fue la más grande desde que estalló el Monte Pinatubo en Filipinas en 1991, al menos desde que se tienen registros.
Las cenizas cayeron a lo largo de cientos de kilómetros, afectando la infraestructura, la agricultura y la vida marina. El daño causado ascendió al 18,5 % del producto interno bruto de Tonga. Se cortaron los cables submarinos, cortando las comunicaciones de Tonga con el mundo exterior durante varios días.
Su impacto incluso llegó al resto del mundo: la explosión creó una onda de choque que dio la vuelta al mundo entero y tsunamis que llegaron a las costas japonesas y de América del Norte y del Sur, recopilan en un artículo de la revista Nature los investigadores Michael Cassidy, de la Universidad de Birmingham, y Lara Mani, de la Universidad de Cambridge.
Afortunadamente, la erupción duró solo unas 11 horas. Si hubiera durado más, hubiera liberado más cenizas y gas o hubiera ocurrido en áreas más densamente pobladas del sudeste asiático, o cerca de una alta concentración de rutas de navegación vitales, redes eléctricas u otra infraestructura global crucial, habría tenido repercusiones en las cadenas de suministro, clima y recursos alimentarios en todo el mundo.
El mundo no está preparado para algo así. Datos recientes de núcleos de hielo sugieren que la probabilidad de una erupción con una magnitud de 7 (10 o 100 veces más grande que Tonga) o mayor este siglo es de 1 en 6.
La tasa de recurrencia de grandes erupciones se puede determinar mediante la búsqueda de picos de sulfato en los registros a largo plazo, derivados del gas liberado durante eventos de importancia mundial.
En 2021, los investigadores observaron núcleos de hielo de ambos polos e identificaron 1.113 firmas de erupciones en el hielo de Groenlandia y 737 en la Antártida, que ocurrieron hace entre 60.000 y 9.000 años.
Encontraron 97 eventos que probablemente tuvieron un impacto climático equivalente al de una erupción de magnitud 7 o mayor. Llegaron a la conclusión de que los eventos de magnitud 7 ocurren aproximadamente una vez cada 625 años, y los eventos de magnitud 8 (también llamados súper erupciones) aproximadamente una vez cada 14.300 años.
El último evento de magnitud 7 fue en Tambora, Indonesia, en 1815. Se estima que 100.000 personas murieron como resultado de flujos volcánicos, tsunamis, la deposición de rocas pesadas y cenizas en cultivos y casas, y los efectos posteriores. A nivel mundial, las temperaturas cayeron alrededor de 1 °C en promedio, provocando el 'año sin verano'. El este de los Estados Unidos y gran parte de Europa sufrieron malas cosechas masivas y las hambrunas resultantes provocaron levantamientos violentos y epidemias de enfermedades.
El mundo de hoy es muy diferente. De alguna manera, es más resiliente: los volcanes están mejor monitoreados, hay mejor educación y conciencia, y los sistemas alimentarios y de salud han mejorado.
Sin embargo, los riesgos para la humanidad están aumentando. Gracias a los cambios en la circulación oceánica y atmosférica provocados por el cambio climático, una erupción de gran magnitud en los trópicos podría causar un 60 % más de enfriamiento en el próximo siglo en comparación con la actualidad.
La frecuencia de las erupciones también podría aumentar a medida que cambien las fuerzas geofísicas en la superficie del planeta debido al derretimiento del hielo, los cambios en las precipitaciones y el aumento del nivel del mar.
Aunque los efectos de enfriamiento de los aerosoles de sulfato en la estratosfera podrían contrarrestar el calentamiento de los gases de efecto invernadero (el mundo ya es alrededor de 1,1 °C más cálido que en la era preindustrial), el impacto de una gran erupción volcánica afectaría al clima, las precipitaciones y la temperatura.
La población mundial es ocho veces mayor ahora que en 1800, y el comercio del que depende se ha multiplicado por más de 1.000 desde entonces. Como han demostrado la pandemia de COVID-19 y la guerra en Ucrania, el mundo moderno depende en gran medida del comercio mundial de alimentos, combustible y recursos; un desastre en un lugar puede causar picos de precios y escasez en lugares lejanos.