"Desde que nací formé parte de la secta sin ser consciente. He sentido miedo a sentirme observado por un ser superior" Este es el daño que ha sufrido una víctima de la Misión Rama, el grupo ramificado en varias personas que se estableció hace 50 años en un pueblo de Cataluña: "Toda una vida sin saber dónde estaba metido".
Su caso es "particular", al ser adentrado por su padre en la secta con apenas tres años: "A medida que me iba haciendo mayor me daba cuenta de las manipulaciones, los comportamientos o las agresiones verbales". Un modo de comportamiento que descubrió que "no era normal" con el tiempo.
Sin embargo, esta víctima creció a las órdenes de una líder que decía que el resto de personas eran "escogidas" y que su cometido "como seguidores" era servirles: "Aseguraba que tenía contacto con gente de otro planeta, ella era la voz de los 'hermanos', de los mensajes celestiales de extraterrestres. Decía que eran ángeles".
De este modo, la cabecilla ganaba mayordomos: "Dejaban de hacer sus vidas para servirle y darle todo el dinero que tenían. Los padres dejaban de estar en el cine para poder ir a contentar a esta persona porque la reprimenda era decepcionar a Dios. También personas que no tenían nada, pero que se embargaban para seguir sintiéndose especiales".
Una cruda realidad que permitía a la líder recibir todo tipo de beneficios. "Tenía el piso pagado y los ingresos los gastaba en alcohol o cortar el pelo a su perro". Si no obedecían, llegaban los castigos: "Si obrabas mal, podía ser que un ángel te dijese que vas a ser un infeliz. No te puedes revelar. Estarás condenado a vivir una vida de miseria", admite la víctima.
Unas dinámicas en las que apartaban a sus seres queridos de sus vidas. "Anulan a la gente y hacen que tengas un miedo que te bloquee a vivir. Usaban la programación neolingüística y te obligaban a repetir un mantra", añade la víctima, quien vivía con un conflicto interno entre "el miedo de aceptar esa realidad" y las consecuencias que podrían acarrear no aceptarla.
Su gran decisión llegó a los 30 años, cuando decidió poner fin a toda una vida de engaño: "Desaparecí del mapa. Intenté poner todos los límites que pude. Me di cuenta del daño que me habían hecho una vez intenté tomar decisiones por mí mismo". Un cambio en el que tuvo el apoyo de su madre, quien ya salió anteriormente de la secta.
Ese pánico de dejar atrás la secta le acompañó durante un tiempo, aunque la terapia y el apoyo de la otra parte de su familia fue vital para empezar de cero. "Salir es lo más duro que he hecho nunca. He tenido mucho miedo a perder gente a la que quiero, gente que estaba dentro de la secta, pero que eran especiales para mí".
Superar este temor no fue fácil: "He sentido miedo a sentirme observado por un ser superior, a dar de lado a algo espiritual, a los ángeles a los hermanos y estar equivocándome. El 80% de tu mente la han manipulado y quedarte sin ello da miedo".
Del mismo que la "mentira" que le habían inculcado desde pequeño. "La crisis de identidad al salir es lo peor. Toda mi vida ha sido una mentira. Hay que aceptarlo a través de trabajo, terapia y perder el miedo a hablar. Darse cuenta de que no pasa nada si sales".
Una situación que afecta a otras personas atrapadas en dinámicas sectarias y que la Red de Prevención del Sectarismo y del Abuso de Debilidad lleva este jueves al Congreso de los Diputados, con un texto con 300.000 firmas, para dar solución a las víctimas que quieren denunciar.
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