Carlos advirtió, por escrito y hasta en tres ocasiones, al juez, de que su hija de ocho años podía ser secuestrada por su propia madre y llevada a Kirguistán, lo cual sucedió poco tiempo más tarde. Luchó por conseguir la patria potestad de la niña y lo logró demasiado tarde. Ha viajado cinco veces a la república exsoviética y localizó a su hija gracias a un detective privado, pero cuando trataban de salir del país, fue detenido y la menor devuelta con su madre.
Carlos Salgado lleva siete años sin ver a su hija Carolina, salvo las breves horas en que intentó devolverla a casa. Acumula a sus espaldas una interminable lucha por recuperar a su pequeña contra la falta de apoyos de la Justicia española y las autoridades kirguisas, que ya le empieza a pesar mientras se le terminan la energía y la esperanza de reencontrarse con su hija. "El Estado me había abandonado, mi hija había salido del país y la jueza se lavaba las manos", recuerda Carlos de sus primeros intentos fallidos por recuperar a Carolina.
Carolina tenía cinco años cuando sus padres se separaron, era 2013. Ella es española, su madre, kirguís, y su padre, argentino, y hasta 2017 todos vivían en Blanes (Girona). Tras la separación, ambos progenitores compartieron la custodia de Carolina, con un régimen que permitía a la pequeña pasar la misma cantidad de tiempo con cada uno, pero este pronto dejaría de cumplirse.
Tras unas semanas sin poder ver a Carolina, porque su exmujer se lo había restringido, pese a las resoluciones judiciales que le impedían hacerlo, Carlos Salgado supo que su hija había salido del territorio español, de la mano de su madre, por el aeropuerto del Prat y con destino final en Bishkek, capital de Kirguistán.
En la frontera nadie comprobó la autorización del otro progenitor, necesaria para la salida de menores de España, pero “si el juzgado hubiese emitido la prohibición de salir del país a mi hija, a la policía le habría saltado la notificación", lamenta Carlos. Dicho juez le pidió disculpas más tarde por la negligencia.
Carlos supo que su hija había abandonado el país semanas más tarde de que sucediera. Su exmujer no le dejaba ver a Carolina, pero él sabía dónde vivían, por lo que hacía vigilancias cerca del domicilio para saber que no habían huido; hasta que se percató de que hacía demasiados días que no entraban ni salían de casa. Fue entonces cuando interpuso la denuncia de secuestro parental.
"Desde antes del divorcio, mi exmujer creía que nuestra hija era sólo de ella", relata Carlos, que achaca ese comportamiento a la herencia cultural tártara de su expareja: "Es una comunidad bastante tradicional en la que las mujeres se ocupan de los hijos y los hombres de ir a trabajar y aportar dinero, por lo que no existe la custodia compartida".
Aunque había un régimen establecido, la exmujer de Carlos "se lo saltaba constantemente, ella tenía muchos más días de los que le correspondían", pero él trataba de no quejarse para evitar el conflicto delante de su hija, hasta el día 20 de enero de 2016, cuando ella, tratando de evitar que Carolina estuviese con su padre, se la llevó a la fuerza del colegio, ante la inacción de los agentes de los Mossos d'Esquadra, quienes alegaron a Carlos que no podían interferir en la situación, pese a que "comprobaron que tenía la razón legal".
Carlos no ha vuelto a estar con su hija desde entonces. Al principio él iba al colegio de Carolina para verla a la hora del recreo y ella se acercaba a la valla para hablar con su padre, pero luego "dejó de acercarse porque su madre le dijo que no lo hiciera".
Ante esta situación, Carlos emprendió acciones legales para conseguir la patria potestad de su hija en exclusiva, la cual tardó nueve meses en resolverse. Cuando la consiguió, Carolina ya estaba en Kirguistán, y las resoluciones judiciales previas contra su exmujer no habían servido para detenerla.
La orden de detención internacional contra la exmujer de Carlos no se emitió hasta un año después, pero sin la requisitoria al juzgado kirguís, por lo que no se hizo efectiva. Carlos supo de este error cuando ya había viajado a Kirguistán, en junio de 2017, con toda la documentación que le permitiría llevarse a su hija de vuelta a casa; pidió al juzgado español la emisión de dicha requisitoria, pero la nueva jueza se negó a hacerlo.
Tras agotar la vía legal en España, la justicia en el país centroasiático no le ofrecía demasiadas opciones, puesto que no podían comprender que un padre quisiera tener la custodia de su pequeña. "Su mentalidad es que el hijo es de la madre y además yo soy el extranjero, no voy a conseguir absolutamente nada", asegura Carlos.
Gracias a un investigador privado kirguís, Carlos pudo localizar a su hija en Bishkek; estaba escolarizada y seguía jugando a tenis, como había hecho años atrás en España. Tras plantearse cómo contactar con ella, fue a buscarla un día después de las extraescolares, la llevó al apartamento que había alquilado y le explicó “que su madre había hecho las cosas mal, que iban a regresar juntos a España y allí se resolvería la situación”. Carolina había cumplido los diez años y estaba de acuerdo en participar en el plan de su padre.
Sólo faltaba el último paso: cruzar la frontera de Kazajistán, donde estarían protegidos con el documento que acreditaba a Carlos con la patria potestad de Carolina. Pero Kirguistán “es un país serio, allí sí controlan la salida de los menores”, comenta Salgado. Llegaron al puesto fronterizo, Carlos le dijo a su hija que fingirían ser turistas y le pidió que no hablara ruso para que no pudiesen interrogarla a ella. Mostraron toda la documentación “pero a los kirguizos había algo que no les acaba de cuadrar y no paraban de preguntar dónde estaba su madre”.
Al final tuvo que contar la verdad, le detuvieron durante algo más de un día, devolvieron a Carolina con su madre y le prohibieron el regreso a la república exsoviética.
Desde entonces, Carlos ha conseguido volver a entrar a Kirguistán tres veces más, la última en 2022, pero no ha logrado contactar con su hija. El director de la Interpol en el país trató de ayudarlo después de conocer su caso a través de una entrevista que le hicieron en un medio local, llegó a detener a su exmujer pero “su actitud cambió totalmente” después de hablar con ella. “Algo raro pasó, creo que mi ex le podría estar pagando” para que no se estudie el caso, apostilla.
“Está todo agotado, he hecho todo lo que podía hacer y nadie va a hacer nada por mi”, cuenta Carlos rendido ante la desesperación. Su hija ha cumplido ya 15 años y no ve solución a su situación. En siete años en Kirguistán, su exmujer ha cambiado de domicilio al menos diez veces; Salgado ya no sabe dónde viven o a que instituto va.
Además, sabe que ella se ha cambiado de apellido, y también se lo ha cambiado a la hija que tienen en común. “No sé cómo se llama mi hija ahora”, añade Carlos con la sospecha de que Carolina ya ni siquiera se llame así. Por eso, tampoco puede contactar con ella a través de las redes sociales; “si está en redes, usará algún pseudónimo, es cómo buscar una aguja en un pajar”.
“Me siento impotente para hacer nada, entre la desesperación y la angustia”, manifiesta Carlos, que no tiene previsto hacer más viajes ni emprender más acciones legales, “a no ser que haya alguna novedad” que le de la esperanza de volver a emprender la búsqueda, porque cualquier movimiento en esa dirección le provoca “mucha angustia”.
Muchos le dicen que Carolina cumplirá 18 años pronto, y que entonces ella seguro querrá encontrarlo, a lo que Carlos responde que “no lo sabemos, puede ser que mi hija tenga una alienación parental, que mi ex le haya comido el coco y ella no quiera saber nada de mi”.
“Siento que a mi hija ya la he perdido”, asume Carlos, que ahora trata de centrarse en el trabajo “para no pensar”, aunque siente que no está viviendo su “vida completa” sin su hija. Lleva tiempo yendo a la psicóloga y está medicado por depresión. En este momento, en que ha perdido toda energía y esperanza, Carlos relata que no puede mirar fotos de su hija, “ni pasar por delante de su escuela”.
Por ahora, y desde que perdiera a Carolina, Carlos ha seguido un diario con todo lo que ha hecho por intentar recuperarla, por si algún día logra contactar con ella de nuevo, "que ella sepa que nunca he dejado de buscarla, ni he tirado la toalla, incluso ahora, que estoy más angustiado, no voy a abandonar".