Cómo transmitir una correcta educación sexual a nuestros hijos vuelve a estar en boca de muchos tras la polémica gincana sexual para jóvenes a partir de 12 años organizada por el Ayuntamiento de Vilassar, en Barcelona. La Generalitat y el Síndic de Greuges la investigan, mientras padres y expertos se han llevado las manos a la cabeza por algunas de sus pruebas y la corta edad de muchos de los participantes.
La sexóloga y ginecóloga Raquel Tulleuda, con más de 20 años de experiencia resolviendo dudas y atendiendo problemas, considera un despropósito algunos de los juegos practicados en el taller, aunque otros reciben el visto bueno de esta experta en Sexología Clínica y Salud Sexual, que explica a NIUS la necesidad de desbancar el porno como principal educador en este campo. ¿Cómo? Empezando a dar educación sexual a nuestros hijos desde los tres años.
P: ¿Que un niño de 12 años ponga con la boca un condón a un plátano es educación sexual?
Raquel Tulleuda: No. En una edad determinada, sí, pero con niños de 12 años, para mí, está fuera de lugar. El error número uno de ese taller fue intentar un formato de educación sexual válido de los 12 a los 30 años y eso es una bestialidad. Es como buscar un medicamento que sea válido para desde el resfriado hasta el cáncer de pulmón.
P: ¿Cómo deben ser los juegos sobre educación sexual?
R: En la adolescencia, no deben ridicularizar a nadie. En estos tiempos en los que el sentido del ridículo es tan fino, sentirse ridículo, fuera de lugar, puede tener consecuencias que no queremos a efectos de la sexualidad. Incluso rechazo. Y siendo tan importante también la sensación de pertenencia al grupo, la presión del momento te puede obligar a hacer cosas que, en realidad, tú no quieres hacer. "¡Caray, qué he hecho!", puedes decir después.
P: Entonces, pueden ser contraproducentes...
R: Se debe ir con cuidado con este tipo de prácticas interactivas con grupos de niños y jóvenes. Los juegos deben ser adecuados a la edad y al entorno, y hay que saber el nivel de educación sexual que tienen los niños: algunos quizá ya han recibido alguna y otros pueden venir de una familia conservadora.
P: ¿Y moldear penes y vulvas con plastilina, como también se hizo en el taller?
R: Mira, ese es un buen ejemplo. El desconocimiento anatómico es tan grande, sobre todo en el caso de las chicas, que muchas no saben qué es la vulva y la vagina (y es lo mismo que confundir el pene con los testículos, pero eso no le pasa a nadie). Esa práctica transmitir conocimiento anatómico está muy bien, muy aceptada por la comunidad de sexólogos.
No me parece el mismo tipo de actividad que la que hemos comentado antes, pero de todas formas deberían haber consultado a los padres de los más pequeños por el simple hecho de haberse realizado fuera del colegio.
P: Bien. ¿Desde qué edad?
R: Los juegos no deberían ser algo esporádico ni puntual, sino habitual. Hay que romper con esa falta de educación sexual impartiéndola desde los tres años, haciéndola curricular en las escuelas, de forma regular y desde pequeños. Es más importante tener educación sexual que saber los ríos de Galicia, por poner un ejemplo, porque eso incidirá en nuestra satisfacción sexual en el futuro.
P: ¿Por qué?
R: Una mayor educación sexual se traduce en una sexualidad más gratificante y, por tanto, en mayores índices de felicidad y puntuaciones más buenas en escalas de depresión. Además, también hace que seamos más tolerantes e inclusivos, y que mejoremos como sociedad. Por último, hace que los niños conozcan mejor su cuerpo, sean más capaces de hablar de él y de los genitales y sean menos susceptibles de sufrir abusos o agresiones sexuales.
P: ¿A qué se debe esa falta de educación sexual?
P: Mientras no esté incluida en las escuelas y no sea curricular, sino que dependa de las familias y de los ayuntamientos... no nos irá bien. Y sobre todo, mientras el porno mainstream y convencional siga siendo el principal educador sexual.
P: ¿Qué sexualidad transmite el porno?
R: Una muy machista y muy, muy pobre: supergenitalizada, coitocéntrica, falocéntrica... Eso es lo que aprenden los jóvenes y cada vez de forma más prematura. La edad media con la que entran en contacto con el porno son los 11 años, pero algunos ya lo hacen con ocho y hasta con siete.
P: Y nadie lo contrarresta...
R: No lo hacen ni las familias (porque no tienen el conocimiento ni el tiempo), ni las escuelas (porque no es curricular ni tienen docentes formados), ni las instituciones públicas ni los medios de comunicación. El educador sexual principal es el porno y no iremos bien mientras no lo frenemos.
P: Los niños son muy preguntones... ¿Qué es mejor? ¿Ser cautos y medir con cuentagotas lo que les explicamos o hablar libremente?
R: Si el niño pregunta, se le debe decir la verdad. Pero debe ser con un lenguaje que entienda.
P: Un ejemplo. Viajamos en familia en coche y ve una prostituta sentada a pie de carretera. ¿Si pregunta, qué respondemos?
R: La verdad, pero antes hay que saber si entiende qué significa la palabra prostituta. Si no lo entiende, habría que buscar un símil que sea real, con un vocabulario acorde a la edad. Y no ir más allá de lo que pregunta. Puedes responder "una prostituta" y quizá el niño te dice "ah, vale". Y a medida que se hagan mayores, su demanda de información irá siendo algo más grande.
P: ¿Cómo encontrar el equilibrio?
R: Respondiendo de forma acotada a sus dudas y siendo reales. No podemos decir que la prostituta sentada a un lado de la carretera es una mujer que toma el sol ni que los niños vienen de París. Porque cuando ellos sepan que les has dicho una mentira, dejas de ser un interlocutor válido. Lo que no puedes perder nunca como padre, madre o maestro es la credibilidad. Puedes explicarte mejor o peor, pero la credibilidad la pierdes cuando mientes o juzgas de manera injusta.
P: ¿Y si no sabes qué o cómo responder?
R: Siempre puedes decir: "Pues no lo sé, los papás no lo sabemos siempre todo. Dame cinco minutos para pensar, ¿te parece?". Él lo entiende y, así, tú tienes un tiempo de reflexión. Pero luego tienes que responderle cuando sepas cómo hacerlo, no vale aprovechar y olvidarse de responder a su pregunta.