Josep Minguell, autor de la 'Capilla Sixtina catalana': "Es muy exagerado, pero me halaga"
Este pintor de murales al fresco soñaba con firmar un proyecto así, "emulando a los maestros y poniendo en juego" sus habilidades
La Generalitat ha reconocido con la Creu de Sant Jordi la trayectoria de este fresquista que lleva 27 años siguiendo el legado de su padre
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Su segunda ciudad es Florencia y los pintores florentinos, su familia más extensa, en palabras del propio Josep Minguell. Le fascina la "delicadeza" de Fra Angelico, pero también la "potencia" de Giorgio Vasari; "podría estar horas y no acabaríamos de mencionar artistas". Este catalán tiene 63 años y ha estudiado y enseñado en la ciudad italiana, en la que también compra los materiales que utiliza para sus murales al fresco.
Minguell es uno de los galardonados con la Creu de Sant Jordi 2022 junto a Estopa y los laboratorios Hipra, entre muchos otros. Detrás del nombre y apellido de este vecino de Tàrrega (Lleida) hay muchísima pasión por una técnica que se mantiene viva, en parte, gracias a él. Y emulando a los mejores durante 17 años no continuos, ha firmado la que ha pasado a conocerse popularmente como la 'Capilla Sixtina catalana'.
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Suyos son los más de mil metros cuadrados de murales al fresco de la iglesia Santa Maria de l'Alba, templo que cumple 350 años de la colocación de su primera piedra, en la ciudad natal de Minguell. Este artista ha respondido las preguntas de NIUS, al que ha explicado qué opina sobre esta atrevida etiqueta y las preocupaciones que tenía su madre por que pintara en las alturas, entre muchas otras cosas. También cómo superó su muerte a poco de terminar la obra: "La pintura ha sido mi refugio y consuelo".
Pregunta: Enhorabuena.
Respuesta: Muchas gracias.
P: ¿Cómo ha sido recibir la Creu de Sant Jordi?
R: Una sorpresa. Como artista, he seguido un camino solitario, muy al margen del sistema artístico, dedicándome a pintar al fresco, algo original e inédito. Una llamada de la consellera, la señora Natàlia Garriga, comunicándome que me otorgaban la Creu de Sant Jordi fue, para mí, una sorpresa absoluta. No entraba en mis expectativas.
P: ¿Le avisaron antes de que lo anuncie el Govern, entonces?
R: Unos pocos días, sí. Me comunicaron la decisión y me preguntaron que si la aceptaba. Por supuesto que la acepté, con mucho gusto, pero tenía que mantener el secreto hasta que la medalla fuese publicada.
P: ¿Cómo fue guardar el secreto? ¡A alguien se lo habrá dicho!
R: Mantuve el secreto absoluto. Seguí con mi rutina habitual y no dije absolutamente nada.
P: ¿Y cómo se guarda esa felicidad dentro de sí?
R: Tampoco fue una felicidad especial en un primer momento. Pensé “es un reconocimiento, una medalla”, pero cuando se hizo público, me di cuenta de la dimensión, de la popularidad que tiene. Al momento me llamaron todos los grupos con los que he trabajado para hacer proyectos de pintura mural al fresco. Y entendí que este premio no es solo para mí, sino para toda la gente que ha colaborado, participado y contribuido en mi trayectoria, y eso me da una satisfacción inmensa.
Recibí las llamadas de todos los que han contribuido en mi trayectoria y entendí que este premio no es solo para mí, sino para todos ellos; y eso me ha dado una satisfacción inmensa
P: ¿De dónde viene su pasión por el fresco?
R: Aprendí a pintar al fresco con mi padre, prácticamente de adolescente. Pero este legado lo dejé latente y no estalló hasta que murió. Fue entonces cuando me di cuenta de lo que aprendí con él, de su significado y de las posibilidades que tenía. Mi primera obra fue en el año 1995, en el Pallars Jussà.
P: Y desde entonces…
R: Desde entonces he realizado 46 conjuntos. Un trabajo bastante considerable, son muchos metros cuadrados. Y paralelamente, me he dedicado a recuperar toda la tradición de los pintores fresquistas, tanto técnica como conceptual, sus trazados y escritos, los he estudiado, he publicado sobre ellos… He intentado que esta tradición de la pintura al fresco pudiera interpretarse en la era actual, en pleno mundo digital.
P: ¿Y cómo ha sido esa tarea?
R: Apasionante. Visitar bibliotecas y archivos en Florencia, Roma… Descubrir libros originales, abrir carpetas en las que hace siglos que nadie había puesto los ojos. Fue un trabajo maravilloso. Y también interpretar el contenido de estas palabras, entender cómo estos artistas del renacimiento preparaban los materiales, organizaban su trabajo, sufrían, tenían sus dudas, etc. Estas lecturas me estimularon mucho para hacer mi trabajo.
Visitar bibliotecas y archivos en Florencia, Roma… Descubrir libros originales, abrir carpetas en las que hace siglos que nadie había puesto los ojos. Fue un trabajo maravilloso.
P: ¿Qué secreto esconde a partir de ahora la iglesia de Santa Maria de l’Alba?
R: La pintura contribuye a descubrir, a desvelar los secretos de esta arquitectura. Es un templo barroco que este año cumple 350 años de la puesta de su primera piedra. Es espectacular, muy austero en su decoración, pero con unas dimensiones que originan un crescendo y una espectacularidad. Pues bien, la arquitectura, antes de empezar a pintar, estaba blanca, desnuda. Fue difícil percibir los volúmenes y las dimensiones.
Al poner las pinturas, en cierta manera, he vestido la arquitectura y se puede concebir más. Pintura y arquitectura forman un conjunto unitario, y la arquitectura luce, se lee mejor, tiene otra espectacularidad.
P: Se habla de ella como la Capilla Sixtina catalana. ¿Es acertado?
R: Desde mi punto de vista, es muy exagerado. La Sixtina no tiene comparación. Es una obra extraordinaria. En todo caso, el templo de Tàrrega tiene unas dimensiones muy parecidas a las de la Sixtina. Por un lado encuentro que es muy exagerado, pero en privado debo decir que me halaga mucho.
P: ¿Cómo recibiste el encargo? ¿O fue iniciativa propia?
R: Encendí la mecha del proyecto, en cierta manera. Soñaba desde hace tiempo en acometer un gran proyecto de pintura mural largo, complejo, emulando a los grandes maestros y donde pudiera poner en juego todas mis habilidades como pintor y a la vez todas las estrategias de la tradición de los fresquistas. Era un sueño. Buscando, me di cuenta de que tenía delante de mi nariz la solución: el templo de Santa Maria de l’Alba, un templo barroco con sus paredes desnudas.
P: Un auténtico reto pintar unos frescos sobre una iglesia del siglo XVII…
R: Este es el conjunto más grande que he hecho, supera los 1.000 metros cuadrados. Efectivamente, trabajar sobre una arquitectura con un valor histórico y patrimonial tan importante es una presión que pesa. Era consciente de que tenía que preparar bien el proyecto, elaborarlo bien, que fuera una pintura sólida, que funcionase bien con la arquitectura y que tuviera una permanencia en el tiempo.
El primer día, cuando empecé a pintar la bóveda en 2005, las piernas me temblaban.
P: ¿Y la primera pincelada?
R: El primer día, cuando empecé a pintar la bóveda en 2005, las piernas me temblaban. Era consciente de que aquellas pinceladas condicionarían las finales que hace dos meses que terminé.
P: ¿Qué representan las obras?
R: Siguen un guion cinematográfico, como si de una película se tratara. Empiezan con la creación del mundo, una síntesis de los dos relatos bíblicos, siguen con los conflictos de Caín y Abel, y Noé. Siguen con una bóveda de los patriarcas y, finalmente, el arco triunfal de la nave central orienta los temas que vendrán en el crucero, el árbol de Jesé, el paso del mar Rojo, la representación de la Resurrección... Son temas entrelazados que forman una unidad, que acaba con la luz del alba, el fondo visual de Santa Maria de l’Alba, que es quien preside el templo.
P: ¿Más allá de la Creu de Sant Jordi, que recibimiento ha tenido el fresco?
R: He sentido una alegría… Mis conciudadanos de Tàrrega se lo han hecho suyo, lo quieren y lo van a visitar. Y me transmiten que les gusta, que están apasionados. Y esto también lo necesito, necesito ver qué sentido tiene la pintura al fresco en el siglo XXI. Y a pesar de todo lo que vemos en las pantallas, una experiencia directa de 1.000 metros de pintura al fresco con los colores naturales de los pigmentos, con una arquitectura que te envuelve, te recoge, te sorprende por todos los lados, es único e insustituible. Y el público se sorprende.
Una experiencia directa de 1.000 metros de pintura al fresco y una arquitectura que te recoge por todos los lados es única e insustituible.
P: ¿Cómo es pintar al fresco?
R: Es la elaboración de la última capa de la pared. Se aprovecha el momento de poner la última capa, que en italiano se le llama “poner túnica al muro”, es decir, vestir el muro. La cal, cuando está fresca, se convierte en piedra y cimenta la tierra sobre su superficie. Y el resultado es una pintura mate, de un color saturado, con el pigmento puro, sin ningún medio como el óleo, el acrílico o el barniz. Es una técnica que exige que el pintor tenga cualidades de albañil, porque cada mañana tengo que preparar un fragmento de muro, con el mortero de cal, y mientras está fresca, pintar. Por eso se llama así.
P: Debe ser exigente físicamente...
R: Es agotador y, claro, las bóvedas te obligan a estar jornadas de ocho horas extendiendo el mortero encima de la cabeza y luego levantando los brazos para pintar. A parte, la pintura es muy líquida trabajando al fresco, va descendiendo por el pincel, por la mano, por el brazo, se cuela por dentro de la ropa hasta que llega al pie.
P: Y mental...
R: También. No puedo rectificar, el mortero de cal no admite retoques, pincelada que doy, pincelada que queda. Y tengo que terminar cada día la parte de pared que tengo preparada. Esto es una presión añadida. Comporta trabajar con mucha decisión y valentía. Y termino agotado física y mentalmente. Esto durante una semana se aguanta bien, pero un mes se hace largo, y varios meses se hace realmente pesado. Es como una maratón; pintar un cuadro sería una carrera de 100 metros, pero pintar al fresco es correr maratones.
P: ¿Y las cervicales?
R: Bien. No hay que doblar nunca la cabeza para mirar arriba, sino que trabajas con un ángulo de 45 grados. Y tengo que prepararme para trabajar: solo subir las escaleras hasta 20 metros ya tienes que estar un poco preparado, y encima el manejo de materiales, de plataformas, de estructuras metálicas, de grúas… tienes que estar en condiciones. El cuerpo tiene que estar preparado y la mente también. Toda mi concentración debe estar puesta en el acto de pintar. Y por eso debo estar descansado y fuerte. Hago natación, fisioterapia, etc. lo que convenga. Un poco de deporte.
P: ¿Cuántas personas han participado en la obra?
R: Estas son obras corales. He colaborado con muchas personas para definir, estudiar y dar una visión actual y abierta de estos temas bíblicos. Han participado arquitectos, ingenieros, albañiles, constructores, una comisión económica para activar los recursos y administrarlos… Son obras que tienen su complejidad. En todo caso, el trabajo de fresquista lo he ejecutado en solitario. Todas las pinceladas son mías.
P: ¿Miguel Ángel trabajó solo en su Capilla Sixtina?
R: Él, en un principio y lo dijo hasta el final, odiaba pintar la Capilla Sixtina. Su sueño era hacer la tumba escultórica del papa Julio II, pero se vio obligado a acometer este proyecto. Mientras duró la obra, siempre cerraba sus cartas como “escultor” y en sus sonetos manifestaba de una manera literal que no era lo suyo pintar. Contó con un equipo de siete pintores de tradición florentina, que fueron los ejecutores de la obra con su dirección y participación directa, por supuesto. Cuando comento la Sixtina, digo que es la mejor obra de pintura mural florentina en Roma. Porque todo el equipo era florentino, incluso Miguel Ángel.
P: Josep, ¿es usted religioso?
R: Sí. Y de una manera muy abierta.
P: ¿Es necesario serlo para pintar estas representaciones?
R: Posiblemente. Creo que sí. Hay que dar un valor a lo que lees en la Biblia. Pero lo que representan las bóvedas son unos temas bíblicos que compartimos con la tradición judía y musulmana, toda la parte del Antiguo Testamento. Y también he intentado hacer una interpretación abierta y libre para que pueda ser compartida. En este trabajo se mezcla la arquitectura barroca con una pintura contemporánea; un contenido religioso con una dimensión y efecto muy cívico, de ciudad. Estamos abriendo puertas y fronteras.
Posiblemente. Creo que sí se deba ser religioso para pintar estas obras. Hay que dar un valor a lo que lees en la Biblia.
P: Volviendo a lo fundamental de la concentración, entiendo que lo es sobre todo en los momentos personales más duros...
R: Hace dos meses, mientras pintaba el presbiterio de Santa Maria de l’Alba, mi madre súbitamente enfermó y murió. Prácticamente, seguí trabajando. Separaba las cosas y, en cierta manera, me reconfortaba seguir trabajando. Seguí con normalidad. La pintura fue mi refugio y mi consuelo.
P: Lo siento. ¿Ella seguía el desarrollo de la obra?
R: Sí. Cada día me preguntaba cómo iba y, sobre todo, se preocupaba por la altura. “¿Cómo trabajas tan arriba? ¡Ten cuidado, es peligroso!”, a lo que yo le decía “pero si estoy en la parta baja”, cuando en realidad estaba arriba colgado [ríe]. Pero como mi padre también era pintor de frescos, le gustaba poner cierta distancia a los proyectos. “Trabajas mucho, tienes que descansar, ves con cuidado…”. Se preocupaba mucho en este sentido,
P: Permíteme que vuelva al principio de la entrevista. ¡Me sigue sorprendiendo que no se lo dijera a absolutamente nadie!
R: De verdad, mi familia sería como la pólvora. Somos siete hermanos y tengo 20 sobrinos, si digo algo, se entera toda Tàrrega, tenía que callar por necesidad. Lo tenía clarísimo´[ríe]. Pero tengo que confesar que, en cuanto se hizo público, en cuestión de segundos, llamé a todo el mundo y les compartí mi alegría. Son años de trabajo en este tema y he querido compartir la cruz con todo el mundo.