Agustín y Pilar viven en continua tensión y con el oído siempre puesto en la calle, incluso cuando duermen. Porque este matrimonio de 80 años de Pedregalejo (Málaga) ha visto, hasta en cuatro ocasiones, cómo un camión de gran tonelaje derribaba el muro de su casa. La última vez, el pasado lunes. “Ha sido la peor porque ha afectado también al cuadro eléctrico y estuvieron varias horas sin luz”, explica a NIUS su hija Laura Wallace.
Se trata de la casa donde llevan toda la vida, aunque el problema lo sufren desde 2017 cuando cambiaron el sentido de las calles. Desde entonces, los vehículos que pasan por su puerta tienen obligatoriamente que hacer un giro cerrado a la izquierda y hacia arriba, para no meterse en dirección contraria.
Hay una señal que, metros antes, prohíbe el paso a los de más de 8 toneladas, pero son muchos los que hacen caso omiso. “Es poco visible y además hay otra señal que permite el paso de los servicios de limpieza por lo que piensan que caben y se meten”, asegura. Sin embargo, cuando llegan al 93 de la calle Fernández Shaw, se encuentran el problema. “Intentan dar marcha atrás para maniobrar y, como no hay espacio, terminan empotrándose en el muro”, explica Laura.
Hasta cuatro veces lo han llegado a derribar y otras tantas han sufrido daños en la fachada, como grietas, desconchones o rotura de buzones, que la mayoría de las veces tienen que pagar de su propio bolsillo. “Los conductores se quitan de en medio, sin dejar datos. Son los vecinos los que nos avisan e incluso apuntan el número de matricula”, señala.
Es lo que pasó en el último accidente. “Tras tirar el muro, el camión siguió su camino, mi madre empezó a gritar y, gracias a que se interpuso otro coche, pudieron frenarlo”, relata Laura que asegura que es un sinvivir. “Mis padres son ya mayores, no pueden estar así”, reclama. Hasta el punto de que más de una vez, ellos mismos al ver entrar algún camión en la calle, lo han parado para explicarle que no cabe y acompañado, cortando el tráfico, para que salga en dirección prohibida.
Más allá de los desperfectos, es un peligro real para esta familia. “Oímos un camión y nos echamos a temblar”. Tras el muro, está el jardín donde el matrimonio pasa muchas horas y donde, en ocasiones, juegan sus nietos. “Si se oyen derrapes, les gritamos a los niños para que se aparten y si estamos haciendo una barbacoa, salimos corriendo”, se lamenta Laura.
“Tiene que ocurrir una desgracia para que hagan algo”, insiste. Este miércoles han presentado otro escrito al Ayuntamiento, como en tantas otras ocasiones. Creen que la solución estaría en poner una mejor señalización o reorganizar el sentido de las calles para evitar hacer el giro cerrado y cuesta arriba justo a la altura de su fachada.
Agustín y Pilar solo quieren poder estar tranquilos en su propia casa, disfrutar de su jardín sin temor a ser arrollados y, sobre todo, que el sonido del motor de un camión no les ponga los vellos de punta.