Vivir sin rostro, la lucha de Emilio para que le reconstruyan la cara tras un disparo accidental

Aunque esté solo, Emilio no se quita la mascarilla que le tapa media cara, la otra media la cubre con unas gafas y una gorra que siempre lleva puesta. Debajo no hay nada. Su nariz, su mandíbula, su boca... todo se lo llevó un disparo accidental cuando cogía su escopeta de caza en Chiclana hace ahora cinco años.

"Pasó el 29 de abril de 2018", dice Chari, su madre. Emilio iba a sacar la escopeta del armero, pero no se dio cuenta de que estaba cargada. "Se le olvidó sacarle los cartuchos y se llevó toda la boca y parte de la cara", dice su madre, que en aquel momento estaba en casa, "y menos mal que estábamos porque pudimos llamar a una ambulancia".

Desde entonces ha pasado por operaciones. Le hicieron una traqueotomía para que respirara y le extrajeron un hueso de la pierna para reconstruir parte de su mandíbula. También iban a colocarle una nariz de silicona, pero la pandemia paró todas las cirugías y Emilio tuvo que esperar.

Encerrado en casa

Desde entonces, a los 36 años Emilio vive encerrado en su cuarto en casa de sus padres. "Está todo el día metido dentro de su habitación viendo la tele". Si sale a la calle, lo hace solo para pasear a sus perros, sobre todo a Estrella, una labradora que se ha convertido en su compañía más cercana.

Tampoco puede comer. Desde hace cinco años se alimenta por una sonda. "Es como un batido que viene en botes y que trae de todo", explica su madre. A veces Emilio coge el coche y conduce hasta la farmacia con su madre para recoger los botes, pero él nunca se baja del coche. No quiere que le vean.

Tampoco quiere salir en las fotos, ni celebra cumpleaños y su cuenta de Facebook se paró aquel mes de abril de 2018. "La vida de mi hijo no es normal", sentencia Chari, que recuerda cómo antes solía salir con los amigos de fiesta y a jugar al fútbol. Hoy, aislado de su vida anterior, apenas recibe visitas más allá de la familia.

La esperanza

"Para todo lo que ha pasado, psicológicamente está bien", asegura su madre, "aunque de vez en cuando se viene abajo". Lo mismo le pasa a sus padres. "Ver a un hijo así es lo peor", confiesa Chari, que junto a su marido intentan devolverle la esperanza a Emilio de recuperar su cara y su vida.

"Nos hablaron muy bien del cirujano Pedro Cavadas en Valencia", dice su madre a NIUS. Sin embargo no podían permitirse pagar el viaje hasta Valencia... y mucho menos la consulta. "Mi marido tiene una pensión de casi 900 euros y yo no trabajo", dice Chari. Emilio, con una discapacidad del 65% tampoco tiene empleo. "Él trabajaba de jardinero en una urbanización de Roche cuando ocurrió el accidente", cuenta su padre, "justo dos días antes de que le hicieran fijo".

Finalmente, entre los vecinos de la cañada del Taraje, donde viven, y las donaciones de la Hermandad de la Virgen de la Oliva de Vejer, consiguieron pagarse el viaje y ver al doctor Pedro Cavadas, el cirujano de los milagros. "El doctor le hizo un reconocimiento a fondo a Emilio y dijo que se podía hacer todo", cuenta Chari. El problema una vez más era el dinero: 60.000 euros cada operación y mínimo serían cinco.

Los padres de Emilio no se rinden. Saben que es difícil, pero han solicitado que se derive su caso a la clínica privada de cirugía reconstructiva del doctor Cavadas en la Comunidad Valenciana. También lo han reclamado ante el Defensor del Pueblo, que se ha puesto en contacto con el Hospital Puerta del Mar, donde llevan el caso de Emilio.

Desde el centro sanitario de Cádiz aseguran al Defensor del Pueblo que "las derivaciones de pacientes a la sanidad privada, especialmente fuera de la comunidad autónoma, por incapacidad del Sistema Sanitario Andaluz de dar repuesta a sus necesidades asistenciales con la cartera de servicios existente debe ser autorizada por la Consejería de Salud, previa valoración del caso", y prometen que realizarán esa valoración. 

La respuesta llegó hace casi tres meses, pero desde entonces no ha avanzado nada. La vida sigue igual para esta familia que vive en una pequeña aldea entre Vejer y Chiclana de la Frontera. Aquí los días pasan, mientras las esperanzas siguen encerradas en casa.

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