Hacía 75 años que nadie le llamaba Solita, los mismos años que no pisaba Isla Cristina. Pero allí estaba, con casi 90 años viajando directamente desde Buenos Aires hasta su infancia en un pueblo pesquero de Huelva. Un viaje de miles de kilómetros junto a su hermana Antonia para ver de nuevo el pueblo del que emigraron cuando aún eran solo dos niñas.
Después de una vida entera en América, hoy han vuelto a recorrer la calle Carrera donde vivían. Su casa ya no está, tampoco está su escuela. Y todo lo que un día fue su mundo ha desaparecido o se ha reducido delante de sus ojos. "Ahora todo parece más pequeño", dice Soledad, "antes éramos chicas y veíamos todo más grande, las calles más anchas...".
Lo que sigue igual es la pastelería Pavón en pleno centro del pueblo. Aquí pasaban Soledad y Antonia casi todas las tardes comiendo merengue con la familia. "También comíamos la gloria, que era otro pastel de merengue", cuenta a NIUS... Y mientras Soledad andaba recordando sabores, su infancia cobró vida detrás de ella.
"¡Solita!", gritó alguien a su espalda. De repente se giró 75 años hacia atrás para encontrarse con María Teresa, su mejor amiga cuando era niña. "Estaba tan emocionada que me quería morir", confiesa a NIUS, "me pellizcaba para ver si era verdad". Un encuentro inesperado porque ni siquiera sabían si María Teresa seguía viva... Y allí estaban, las dos abrazadas al pasado como si el tiempo nunca hubiera avanzado.
"Hablamos de nuestras vidas, incluso se acordaba de mi casa", dice Soledad. También recordaba cómo sus madres tenían la misma colcha tipo mantón de manila que habían pedido juntas a Barcelona. "La de su madre era blanca y la de mi mamá, color fucsia", cuenta a NIUS Soledad.
Pequeños detalles de una gran historia que volvían a la mente como si hubieran sucedido ayer. "Mi madre siempre ha tenido presente España", dice Jorge, el hijo de Soledad, que ha estado dos años preparando este viaje para que su madre y su tía regresaran a Isla Cristina.
"Mis padres siempre pensaron en venir a España", dice Jorge, "era como una deuda pendiente". No pudieron permitírselo. El padre de Jorge y marido de Soledad murió hace unos años. Ahora han recibido la pensión de viudedad y con ella han pagado los billetes de avión. "Es como que se lo regaló mi papá", dice Jorge.
Aun así, Soledad tenía miedo de regresar. "No quería venir porque pensaba que lo iba a añorar mucho al irme", confiesa. Ahora que ha venido sin embargo no se arrepiente. "Nos ha recibido hasta el alcalde", explica Soledad. En el ayuntamiento, un pequeño homenaje ha acabado con la entrega de dos ramos de flores a las hermanas. "Los hemos llevado al cementerio", dice Soledad. Allí descansa parte de su familia, entre ellos su padre, fusilado el 27 de agosto de 1936, cuando Soledad tenía 3 años.
Esta es la primera vez que visitan la tumba de su padre porque hasta 2010 no la tuvo. Ese año en el cementerio de Isla Cristina colocaron unas placas con todos los nombres de las personas que fueron enterradas allí en una fosa común. "Me voy fortalecida de ver su nombre en una lápida", dice Soledad en la última parada de un viaje de emociones que ha tardado 75 años en completar.