Espe dio a luz el 7 de agosto de 2013. Fue un parto natural en el hospital Virgen del Rocío de Sevilla. "Recuerdo el agua calentita y que el bebé lloraba mucho", nos cuenta. Ella también lloraba... Era su primer y único hijo y estuvieron juntos hasta el 26 de diciembre de 2014. Ese día Espe también lloró. Fue el día que lo dio en acogida.
El recuerdo atormenta a esta joven de 30 años con una discapacidad intelectual que la ha incapacitado judicialmente. También tiene un problema conductual, cuando no consigue lo que quiere tiene comportamientos que pueden resultar agresivos. "Yo no podría cuidarlo bien porque hago cosas que no debo", dice entre lágrimas.
Le cuesta recomponerse y cuando lo hace empieza a narrar su historia desde el principio. Espe nació en San Fernando, apenas conoció a su padre y la relación con su madre era muy conflictiva. Lejos de su familia, ha pasado la vida entre centros de menores y hogares de acogida... Huyendo de una familia que no le ayudaba y una pareja que la maltrataba, con 20 años Espe se quedó embarazada.
Cuando su hijo nació, ella estaba en el hogar de las religiosas Filipenses en Sevilla. Su madre apenas contactaba con ella y su pareja tenía una orden de alejamiento, así que fueron las monjas quienes le ayudaron a cuidar de su hijo. "Estuvo 18 meses conmigo", cuenta a NIUS. De aquellos días conserva en su habitación algunos de sus juguetes. "Tengo sus ositos de peluche", dice a NIUS.
Espe era consciente de que no podía cuidar de él y decidió que lo mejor sería entregarlo en acogida. "La Junta me preguntó si quería acogida o adopción", recuerda Espe, que eligió acogida para poder mantener el contacto con su hijo. "No tendría este problema si fuera una gran madre", dice rota y entre lágrimas la joven, "soy una mala madre".
En la residencia Diversia de Sevilla donde Espe vive, educadores y psicólogos trabajan ahora todos esos sentimientos negativos. "A veces dice que se quiere morir porque se siente mala persona", explica Estrella Varela, coordinadora del centro que cuida de la joven. Allí intentan convencerla de que es todo lo contrario. "Le decimos que es una persona valiente", dice Estrella, porque ha puesto la felicidad de su hijo por encima de ella.
Hoy su hijo tiene ya nueve años. "Es futbolista y saca notables", presume enseguida Espe, "además tiene novia, a la que le ha regalado flores y bombones". Se lo ha contado su propio hijo en los encuentros que tienen, a veces en persona y otras veces por videollamada. "Yo le digo que tenga cuidadito con las clases y las notas".
Desde que se separaron, su hijo vive con sus padres de acogida que le llevan hasta la residencia para que Espe lo vea. "Los quiero mucho a los tres", dice su madre, "lo cuidan muy bien... aunque lo tienen muy mimado". A menudo se queja de que no quiere besarle, "es muy arisco". Tampoco suele llamarle mamá, "solo cuando le apetece". El resto del tiempo le llama Esperanza.
Los encuentros entre madre e hijo suelen ser una vez al mes, pero todo depende de cómo esté Espe. "Un niño de nueve años es muy impresionable y lo que vea o escuche, incluso la forma de mirarle puede afectarle", explica Pedro Cebrián, educador social en la residencia. Por eso antes de cada encuentro le hacen un seguimiento a la madre y solo si la ven extremadamente bien se hacen visitas presenciales.
"No quiero que mi hijo me vea si estoy mal", dice Espe, ansiosa por que sea el próximo encuentro. También espera a que llegue mayo. Ese mes su hijo hará la comunión y si ella se encuentra bien quizás pueda verle. "Las visitas son positivas para ella", dice Pedro, que ve a Espe más feliz después de cada encuentro.
Y mientras espera la próxima visita, Espe sigue recordando año tras año aquel 7 de agosto de 2013. "Ese día compra su tarta, pone sus cosas y lo celebra en la residencia", nos cuenta Pedro. Un cumpleaños sin su hijo para no olvidar que sigue siendo madre.