Aparece cuando el sol está a punto de desaparecer. Puede ser una playa, un campo de girasoles o la calle más ruidosa de Cádiz. José Ramón solo necesita un atardecer y el carro sobre el que ha montado su piano de cola. Y ahí, en medio del día y la noche, donde parece que todo llega a su fin, empieza a tocar el pianista del atardecer, conocido como el 'Ángel de la Música'.
Sin embargo, su flechazo con el piano fue una mañana. José Ramón García tenía 16 años y estaba junto al camión de transportes de su padre en Puerto Real esperando algún encargo. "Allí se presentó la Orquesta Sensación", recuerda ahora, "tenían que actuar por la tarde en el cine Corredera de Conil de la Frontera". Y en esos 40 kilómetros se enamoró de la música.
Su primer instrumento fue un teclado. "Mi padre no podía comprarme un piano", dice José Ramón, que durante seis meses estuvo con las manos puestas en el cristal del escaparate de la tienda esperando a que llegaran los Reyes Magos de ese año. "Luego intenté apuntarme a la escuela de música, pero me echaron", confiesa, "decían que no tenía oído". La anécdota la sigue contando cuatro décadas después en todos sus conciertos.
Sin escuela, pero con ganas... sin piano, pero con teclado, José Ramón aprendió como pudo y empezó a tocar en diferentes grupos. "Estuve un año en Puerto Real tocando sevillanas y rumbas", cuenta a NIUS, aunque no le gustaba demasiado. Más tarde entró a formar parte de un grupo de rock, donde se encontraba más cómodo, pero no cobraba nada.
Al final llegaron las orquestas y con ellas las actuaciones en los bailes. "Ahí es donde empezamos a ganar dinero", dice José Ramón, y con ese dinero empezó a comprar mejor equipo. Así fue como consiguió su piano de cola y tras la trayectoria de orquestas acabó trabajando como pianista de hotel durante muchos años.
En aquella etapa decidió crear una empresa para llevar su piano a las bodas. Tuvo tanto éxito que pronto contaba con una plantilla de 20 pianistas y 10 pianos de cola. "Había veces que teníamos hasta ocho bodas el mismo día", cuenta José Ramón. Sin embargo, el estrés y la presión del negocio le agobiaban. "Me puse en 120 kilos con tanto estrés", nos cuenta el pianista, que a día de hoy ha perdido 50 kilos.
Siempre al teléfono, dejó de sentirse músico y por eso quiso acabar con todo. "Hice un patrimonio y lo dejé", así de sencillo. Tres años antes de la pandemia José Ramón lo dejó todo, menos el piano, que lo subió a un carro con ruedas y se echó a la calle. Pasó de empresario a músico callejero. Cada día de la semana iba a rincón de Cádiz.
"Llegaba, bajaba el piano, hacía un concierto y me iba", cuenta a NIUS. Él solo tocaba el piano, el resto lo hicieron las redes sociales. "Cuando me di cuenta tenía un montón de seguidores", dice José Ramón, "solo anunciaba dónde iba a estar y había gente allí". Empezó tocando por el centro de Cádiz, pero la gente iba con prisas.
"No siempre se paraban", nos cuenta, y aunque hacía dinero, José Ramón no lo hacía por eso, lo hacía para que le escucharna, "no para echarme dinero y salir corriendo". Así que una vez más decidió cambiar y cambió la ciudad por el mar. "Me fui a la playa con el piano y puse velas al lado de un tío que estaba pescando", comenta. Cuando se quiso dar cuenta, había 100 personas.
Ahí sí que se paraban. Con la puesta de sol como único escenario, su música sonaba diferente y José Ramón se sentía un artista distinto. "La gente empezó a ir donde yo iba", nos cuenta... hasta que llegó la pandemia. "Nos encerraron a todos menos a mi", bromea, "me lo monté para que los días que podía iba con mi carro y tocaba". Y su música daba color a unas calles pintadas de tristeza. "La gente bajaba a la calle a darme las gracias", nos cuenta, "aquello me enriqueció muchísimo".
Después de aquello, José Ramón empezó a componer canciones y hasta creó una página por Internet con su música. Le faltaba un nombre y le llegó, como todo le ha llegado en esta vida, en plena calle. "Una chica en silla de ruedas se me acercó y me dijo que mi música le hacía volar y olvidarse de la silla", nos cuenta, y así el pianista callejero se puso alas y alzó el vuelo como el 'Ángel de la Música'.
Ahora esas alas le llevan a los lugares más recónditos de Cádiz. Ha tocado sobre campos de trigo o de girasoles, frente al mar o en la cuneta de una carretera cualquiera. Son sus paraísos perdidos, a donde le siguen fieles que buscan probar sus alas. "Solo pretendía disfrutar de mi piano", dice José Ramón, "pero se me ha ido de las manos".
Cae la tarde en algún lugar de la Bahía de Cádiz. Si ve unas velas en el suelo y unas alas ondeando hacia el cielo, busque un ángel porque el atardecer está llegando y el sol está a punto de desplomarse sobre un piano.