Parece una fábula, pero es una historia real, la de un fotógrafo y un pequeño zorro que a base de fotos se han hecho amigos en el corazón de Doñana. Todo empezó hace tres años cuando Carlos Romero estaba haciendo una de sus habituales sesiones de fotos en las marismas. "Buscaba un amanecer", dice, pero se le coló un zorro en la foto.
Apenas tenía unas semanas de vida en ese primer encuentro. "Se me acercó por la izquierda, dejé la cámara y estuve jugando con él", dice Carlos. A la semana siguiente volvieron a encontrarse y esta vez jugaron al pilla-pilla. "Desde el primer día lo permití porque está en una zona protegida y no corre peligro", dice Carlos, "si hubiera sido en una zona con casas por ejemplo no habría dejado que se acercara".
Cada vez que se acerca a él echan una rato juntos "y si llevo bocadillo le doy un poco", comenta el fotógrafo, que asegura que Roco no suele acercarse a ninguna otra persona o trabajador que se encuentre por la zona. Tampoco hay otros animales que se acerquen a Carlos cuando va a hacer fotos. "Al menos no tan descarados como Roco", comenta el fotógrafo.
Desde entonces han pasado ya tres años y encuentro tras encuentro han forjado una relación nada habitual entre los dos. "Es escuchar mi voz o verme llegar y se acerca para estar jornadas enteras conmigo", dice Carlos, que bautizó a su nuevo amigo como Roco por un personaje de una serie de vikingos que veía por aquella época.
"Roco es divertido, simpático e introvertido", dice este fotógrafo que desde hace años retrata la fauna del Parque Nacional de Doñana. "Los encuentros los publico para que la gente sea partícipe", dice Carlos que busca así combatir la mala fama de los zorros. "Quiero que cambie su imagen, es un animal muy noble y hace una función muy buena comiendo cangrejos o ratones para mantener el ecosistema". Roco además tiene otra función en Doñana, acompañar a Carlos en cada sesión de fotos que haga.