Miguel nunca llegó a conocer a Lobi, ni tampoco conoció a su abuelo. Pero esta historia la escuchó tantas veces en su casa que en ocasiones parecía haberla vivido. Su padre se la contaba a él y él luego a su hijo... Y así dentro de la familia todos sabían la historia de cómo el abuelo Miguel tuvo un perro tan fiel que ni el día que murió se quiso separar de él.
Miguel García era carnicero en Archidona, en Málaga. Cuando podía, también hacía las veces de arriero y con un burro llevaba y traía todo lo que le pedían de Granada. Un camino que hacía a pie, ochenta kilómetros de ida y ochenta de vuelta... y todos con Lobi a su lado. "Era un perro pequeño, mezcla de razas", dice el nieto de Miguel García.
Le acompañaba a todas partes, siempre pegado a él. Y cuando iba a algún sitio donde Lobi no podía entrar, se quedaba fuera esperándole el tiempo que hiciera falta. Por ejemplo, cuando Miguel paraba en la tasca, el perro esperaba en la puerta. "Era muy cariñoso y en casa siempre estaba a su lado", cuenta su nieto ahora.
En 1959, Miguel tenía 37 años y le acababan de diagnosticar cáncer de esófago. Los últimos seis meses de vida los pasó tumbado en una cama. A los pies de esa cama siempre estuvo Lobi acompañándole. Al morir, lo llevaron al cementerio. "Cuando lo enterraron el perro ya estaba allí", dice su nieto. Se había escapado de casa detrás de su dueño ya fallecido.
Y así siguió haciéndolo el resto de sus días. Cada mañana Lobi salía de casa y ponía rumbo al cementerio. Allí se colocaba a los pies de la tumba de Miguel. "Mi abuelo estaba enterrado en un nicho a media altura", comenta su nieto. Como Lobi no llegaba hasta allí empezaba a arañar la pared del nicho justo debajo. "Cada dos por tres mi abuela tenía que ir para encalar y arreglar los desperfectos que Lobi causaba en la tumba del difunto de abajo".
Cuando el cementerio tenía que cerrar sus puertas, el perro volvía a casa. Durante tres meses siempre la misma rutina hasta que en uno de los trayectos Lobi fue atropellado por un coche. "En aquella época apenas había vehículos por la calle", dice su nieto, y Lobi paseaba confiado sin pensar lo que podía sucederle.
Durante cincuenta años esta historia ha permanecido en la familia de Miguel y a punto estuvo de perderse. Sin embargo, en 2010 la Feria del Perro de Archidona tenía previsto homenajear a Bobby, un Skye Terrier de Edimburgo. En 1858 su dueño, el policía John Gray, falleció de tuberculosis. Lo enterraron en el cementerio Greyfriars y allí, al lado de su tumba, Bobby se quedó a vivir para siempre.
Cuando el nieto de Miguel se enteró dijo que en Archidona había ocurrido algo parecido y contó la historia de Lobi y su abuelo. Al final la Feria del Perro de ese año se dedicó a Lobi y hasta inauguraron una estatua con su imagen en la calle Nueva. Y así, 60 años después de morir, Lobi pasó de ser una historia familiar... al orgullo de todo un pueblo.