Era el mes de mayo cuando empezaron a mover los documentos necesarios para que Ablaye Mboup, enfermo terminal ingresado en un hospital de Málaga, pudiera recibir la visita de su hijo. Parecía imposible, después de tantas trabas pero este lunes, por fin, su hijo Cheikh ha conseguido el visado que le permitirá viajar a España la próxima semana.
Ablaye Mboup llegó a España, como tantos otros subsaharianos, a buscarse la vida y enviar algo de dinero a su familia. Dejó a sus tres hijos en Thiès, la tercera ciudad de Senegal, donde trabajaba en la banca. Aquí podía ganar tres veces más de lo que conseguía allí y quería darle una mejor vida a su familia. Sus sueños se truncaron cuando le diagnosticaron una enfermedad rada: hipertensión arterial pulmonar.
Su historia conmovió a la gente hasta el punto de que 60.000 personas firmaron en la plataforma change.org una petición para que las autoridades concediesen a su hijo un visado especial para que viaje a España y acompañe a su padre. Haya sido la presión mediática o la popular, las llamadas incesantes de su cardiólogo, el doctor Rafael Bravo, que se ha volcado en el caso, la diplomacia, la Casa Real o la Diócesis de Málaga, que también ha intervenido, lo cierto es que lo que hace una semana parecía un imposible hoy es una realidad.
“Está contentísimo, ha recibido la noticia por teléfono”, cuenta a NIUS Rafael, el médico que asiste al senegalés. Cheikh, el mayor de los tres hijos de Ablaye, llevaba varios días plantado en la puerta del Consulado español en Dakar hasta que hoy, por fin, lo han atendido. Ya tiene el pasaporte sellado. Su viaje a España para atender y acompañar a su padre es inminente.
La hipertensión arterial pulmonar que sufre Ablaye provoca que las paredes de las arterias pulmonares se engruesan y se reduce el paso de la sangre, lo que acaba provocando una hipertrofia del corazón, que se ve obligado a realizar un mayor esfuerzo para bombear la sangre. La medicina sólo alcanza a ofrecer soluciones terapéuticas, pero hay pacientes que, pese a los fármacos, se quedan sin alternativas y el tratamiento se vuelve paliativo. En ese último estadio, la enfermedad se vuelve mortal en un corto plazo de tiempo. Es ahí donde se encuentra el senegalés.
Le diagnosticaron la enfermedad en 2010 en el Hospital Costa del Sol, donde le pusieron en tratamiento con fármacos por vía oral. Evolucionó bien hasta 2018. Pero ese año empeoró y los cardiólogos recurrieron a un medicamento por vía intravenosa, el epoprostenol, un potente vasodilatador obtenido de la prostaciclina.
Para administrar este fármaco, necesita un catéter directo al corazón y una bomba de perfusión, que viene a ser una petaca algo más grande que un móvil con la forma de un bolso bandolera que lleva permanentemente colgada al cuello, bajo la ropa. Si se le acaba el medicamento, el paciente puede fallecer en menos de un día.