Sus obras han conquistado ya a medio mundo. Desde el Vaticano a la familia real de Abu Dabi. Esculturas con alma que emocionan a quien las contempla. Tras ellas, las manos de Javier López del Espino, un artista cordobés de 37 años que sigue teniendo su taller en Lucena, el pueblo que lo vio nacer.
Aquí, da vida a sus creaciones y asiste, incrédulo, a la proyección internacional de sus obras. “Soy mi peor crítico”, asegura. El último reconocimiento, la Medalla de Oro de las Bellas Artes de Francia, que le será entregada el próximo 16 de octubre en París. “Ni siquiera podía soñarlo”, dice a NIUS. Su trabajo es su pasión y no lo hace por premios, asegura, pero éste le abre muchas puertas.
En un mundo hiperconectado, el trabajo de Javier ha traspasado fronteras. Su perfil de Instagram tiene más de 100.000 seguidores y fue, precisamente por este canal, por donde le llegó hace un año uno de los encargos más importantes de su carrera. Hacer el retrato escultórico de su Alteza el jeque Zayed bin Sultan Al Nahyan, fallecido en 2004. “Fue una responsabilidad tremenda y por eso, me costó más de lo normal, pero conseguí resolverlo con éxito”, reconoce.
Un reto para el que tuvo que documentarse con cientos de fotos. “Mirar y mirar, observar cada detalle, cada gesto. Cómo se desarrollan las aletas de la nariz, la zona ocular, la colocación de los pómulos, los labios,… es meterte en el rostro de esa persona”, asegura. Un trabajo minucioso que gustó, y mucho, a la familia real. “Terminaron muy contentos. Tienen dos copias y en octubre salen otras dos para allá”. Aunque lo importante es el abanico de posibilidades que se le abre en este escenario de tan alto poder adquisitivo. “Ahora quieren seguir con el resto de la familia. Para mi es un regalo”, reconoce.
Su obras han llegado también al Vaticano, donde luce una escultura de san Juan Pablo II, bendecida por el propio papa Francisco y, actualmente, trabaja en proyectos en EEUU, República Dominicana, Francia, México e Italia, entre otros. A pesar de su proyección internacional, Javier necesita tener los pies, o las manos, en la tierra. Nunca mejor dicho porque su lugar de trabajo sigue siendo su pueblo. “Es mi tranquilidad y, de momento, no me muevo”, señala.
Será aquí también donde de vida en los próximos meses a otro proyecto que marcará su carrera: un cristo velado como el que se conserva en la capilla de Sansevero de Nápoles (Italia), obra de Giuseppe Sanmartino. “Es una maravilla y una responsabilidad tremenda. Esto solo pasa una vez en la vida”. Desde 1720 no se ha hecho otro igual. Ahora, Javier es el encargado de romper esa estadística. Ya ha escogido la piedra en las canteras de Carrara, el mismo lugar donde ‘nació’ el David o La Piedad de Miguel Ángel y los bocetos ya empiezan a tomar forma.
Su completo conocimiento de la anatomía humana y del estudio de proporciones le permiten esculpir imágenes de gran equilibrio visual y alta calidad. Pero la influencia de la imaginería religiosa es la que marca la excelencia de su trabajo. “Estoy acostumbrado a una terminación muy fina, a mirar hasta el último detalle: la uña, la pestaña, la lágrima… el escultor no suele afinar tanto. Para mi, es el día a día”, señala.
“La imaginería va a estar siempre en mi”, nos cuenta. Fue la que lo enamoró con apenas 12 años. “Vi un vídeo de Duarte y me saltó un clic en la cabeza”. Desde entonces, la escultura es su vida, aunque poco a poco se ha ido decantando más por la libertad que ofrece el estilo contemporáneo, alejado de encorsetamientos y cánones. De una u otra forma, hay algo que este maestro de la escultura tiene claro: quiere emocionar con sus creaciones. “Hay clientes que han llorado cuando les he enseñado el encargo de una persona que ya no está y entonces pienso: he acertado”. Obras en piedra, pero con mucha alma. A pesar de que él asegura que nunca queda satisfecho del todo.