Cuando María Jiménez estaba preparando el arroz al horno que iban a comer, le pidió a Bertín que le acercara la sal. Él lo hizo, pero cuando la iba a volver a poner en su sitio se le cayó y el bote se rompió. Osborne tiró de supersticiones y, para evitar la mala suerte, lo primero que hizo fue lanzarse una pizca de sal por encima de los hombros.